Correo comentado XI : La Infalibilidad y su dogma. ©
Uno de ellos dice:
«Pues en algunos casos tengo dudas si no pertenece a un plan mejor coordinado por una mente suprahumana, llamada Diablo. Pero contra esta manipulación que se da en la Iglesia, y posiblemente cada vez más, los cristianos de a pie podemos hacer poco. Se necesitaría que Dios actuara y suscitara de forma efectiva a varios cardenales u obispos que dijeran que no es así. Ya ha pasado en la historia de la Iglesia, aunque no respecto fundamentalmente a la doctrina. Papas escogidos no válidamente se han dado: recordemos el inicio del cisma de Avignon y la invalidez del nombrado papa en Roma. Pero como digo, para los de a pie baste saber dos cosas: respeto al papado y persona por el cargo ¿(No dijo San Pablo someteos a la autoridad y reinaba Nerón?), segundo "ni papa ni rey" están por encima del catecismo y los dogmas: buena criba para saber a qué atenerse y no "adorar a la Bestia" si llegara el caso. Por último, estimado D. Pedro, crea en el dogma de la infalibilidad, es real y es necesario.»[Natanael 18.02.14 | 21:15]
Creo que es un criterio muy a tener en cuenta y que propongo combinar con el mío. Para ello empezaré con el comentario que yo mismo le contesté:
«La Infalibilidad no es un dogma serio sino una entelequia, o un arma de dos filos. Si el cargo se justifica en el Depósito guardado por los Apóstoles la infalibilidad está en la enseñanza de ese depósito, no en el papa. En el papa está el deber de guardarlo. No vale decir que está para adecuarlo a los tiempos, puesta al día, etc... porque puede darse, como se ve, que el papa sea "enseñado" (presionado) por los tiempos y no estos guiados por el Evangelio de Jesucristo. Conclúyese que el llamado dogma no existe como tal. Excepto para el CV1º coaccionado en su falsa unanimidad hasta la defenestración de los que no se avenían ni por las prebendas ni por las amenazas de Pio IX. Trento, cumbre de la docencia católica, no dedicó al tema ni un minuto. Coincido con Natanael: "El gran peligro (..) es que con la autoridad pontificia se puede manipular a toda la Iglesia." Pues, oigan, ¡vaya un dogma! Hay que revisarlo y mejorarlo, sin ambages ni miedos. Primero porque su autoridad tiene muy flojo argumento y, segundo, por el peligro que previene Natanael, más agudo y evidente cada día.» [Blogger: 18.02.14 | 23:46]
Creo que eso de los dos filos me va a facilitar la ampliación requerida.
Uno de los dos filos, en este caso el pernicioso, sería la Infalibilidad como concepto, contra lo cual toda precaución es poca. En particular por contradecir la tradición, tal como lo estudió y presentó el Papa (hoy emérito) Benedicto XVI con la Hermenéutica de la Ruptura. Para entender la insólita pasión puesta por Pío IX en el esquema de la infalibilidad, quizás ayude conocer la anécdota siguiente. El Papa recibió a una delegación de cardenales que le manifestó las contradicciones con la tradición apostólica a lo que contestó: «La tradición soy yo.» Así que nada de tradición, ni de depósito transmitido, ni de doctrina secular. Se haría lo que él quisiera con la tradición, con el depósito y con la doctrina secular. Ahí se prueba el fondo de un magisterio meramente personal, principalmente útil para desligarse del Magisterio Apostólico con el comodín de lo que se quiera entender como Magisterio Vivo. El cual ya no lo sustentará la piedra angular de la Revelación transmitida, ni la historia ni la fe, ni la Nueva Alianza sino una fantástica exégesis del «atar y el desatar».
Es decir, un magisterio que sugiere pérdida de verdad, o su obsolescencia - como chistosamente le oí decir a un obispo - en el de los Santos Padres, ahora supuestamente magisterio muerto. De tal manera que en pocos años la sola autoridad "viviente" del Sucesor de San Pedro - casi ya de Jesucristo - pueda declarar no católico el Evangelio de San Mateo, que ya se está poniendo en solfa, o el de San Juan; o "descubrir" que Jesús no resucitó ni ascendió a los cielos sino que fue resucitado y ascendido, como ya se lee a algún autor y se oye en emisoras como Radio María... sin que se sepa de objeción pastoral alguna.
Se tenga la idea que se quiera del Magisterio Vivo la realidad práctica es que a su lado al magisterio tradicional se le ha condenado a muerte y estar bien enterrado. De modo que puedan imponerse interpretaciones cambiantes por el sólo hecho de ser emitidas por "la autoridad viviente" única intérprete de Dios. O por los "infalibles" magister subsidiarios, cubiertos con el permisivo silencio de la Sede. Y dado que la grey católica post-conciliar es la más ignorante que jamás ha existido, incluida gran porción del clero, la inmunidad de la apostasía silenciosa está asegurada. (¡Hombre! Miren qué oportuno el término usado por Juan Pablo II.)
El otro filo, en este caso muy saludable, sería el dogma en sí mismo, en su propia definición y con los condicionados propuestos por los padres conciliares. Recuerde mi lector que la fijación de un dogma no consiste en incorporar una novedad a la doctrina católica sino, categóricamente cierto, un recoger y “definir” una verdad siempre creída, cuyos principios, sentido y aplicación se sellan como doctrina que obliga a toda la Iglesia.
De aquí que "la definición" sea también "la fijación" de algo siempre entendido. Es ejemplo el Dogma de la Inmaculada Concepción de María Santísima, el cual en España ya se documentaba en el siglo XIV. En cuanto a la potestad del Vicario de Cristo, nunca se dudó de que era inapelable cuando hablaba "ex cathedra" sobre materias de fe y de costumbres; relativas las últimas a la protección de esa fe. Esto, por supuesto, a partir de la Revelación que se cerró al morir el último apóstol.
El hecho espléndido del Concilio Vaticano I es el de haber fijado, bajo la autoridad máxima de dogma, las condiciones en que el Papa es infalible. Hasta ese Concilio no se habían establecido taxativamente las condiciones ineludibles con que ejercer el Dogma de la Infalibilidad; ni consecuentes con su establecimiento, los límites de esa facultad. Tampoco los casos en que el Papa carecería de autoridad para obligar a obediencia. A partir de la Definición de 1870 el concepto de infalible quedó por fin estipulado por la Constitución Pastor Aeternus.
Así entendemos que el Papa es infalible para el objeto fundacional de su sede y con las estipulaciones marcadas. Límites que hay que conocer en prevención de cualquier tentación clericalista de soslayarlos. Algo que el fiel común podrá afrontar con mayor fuerza y libertad que un clero cada vez más sujeto a la posible coacción de su jerarquía proveedora de empleo.
Espero que quede claro mi pensamiento que deseo haber expuesto ahora mejor. Ya resulta chocante que estas cosas hayan de decirse por un fiel corriente. Será que lo que otros callan hasta las piedras lo pregonan (Lc 19, 40). Pero reparemos en que si en vez de desconfiar del dogma de la Infalibilidad del Papa lo hiciéramos del de la Ascensión, o del de la Resurrección, pocos escozores se provocarían.
De modo que prescindiendo de sensiblerías idolátricas como, por ejemplo, la actitud de los visitantes a la tumba de Juan Pablo II, con más suspiros y devoción que ante la de San Pedro, podríamos entender que este es un asunto que a cualquiera con el solo sentido de fe – pues que ésta es gracia de Dios - no le será tan arduo de abordar. Sólo es necesario desarrollar el sentido de la fe para suplir de algún modo las carencias que 'la Iglesia enseñada' sufrimos en estos tiempos. Entre ellas: la falta de catecismo en continuidad con todos los anteriores y que el finalmente publicado lo fuera después de treinta años sin guía; la desaparecida referencia a "doctores que nos sabrán responder", además de la aversión a condenar el error, instaurada como ley práctica por los papas del CV2º, más buenísimos que los Apóstoles, que el Arcángel San Miguel y que el Verbo encarnado, todos juntos.
Comparto con mi lector Natanael, que San Pablo mandaba a los cristianos someterse a las leyes civiles, pero justo sin confundir que un emperador enemigo de la Iglesia tuviera voz y voto en nuestras creencias. En cuanto a la antinomia de la fe en Cristo y la idolatría de Nerón, la enseñanza del Apóstol era muy clara: oposición hasta la muerte.
También diremos que, respecto al papa, parece que hayamos olvidado a lo que obliga ser Vicario de Cristo: Proclamar su divinidad, muy en particular frente a sus contumaces enemigos. El papa es un administrador que gerencia para su señor la hacienda que le fue confiada, con la fórmula contractual, jurídica de aquel tiempo: "atar y desatar", como todo administrador de bienes ajenos; es un mayordomo que dispone de las llaves con las que guarda de ladrones la casa, terrestre y celeste, de su amo. Pero se ha llegado a tal papolatría, a tal sentimentalismo superficial, que sus afectados se violentan a sólo ver bienes donde la historia los niega, y a no ver los males que la ruina - económica y doctrinal - certifica. La asistencia prometida no coacciona, jamás, la libertad del pecador para pecar, ni nos garantiza quedar libres de la acción del mal en nuestros deberes de estado; creer tal absurdo daría que la Iglesia no necesitase Vicario. Por eso esta representación se limita en que:
«[...] no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que con su asistencia santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, o depósito de la fe.» (cfr. Dz 1836.)
Porque para el fiel más párvulo es claro como el agua que cuando Pedro negó a Jesús, lo hizo Pedro y no el Espíritu Santo. Que cuando Judas le vendió al Sanedrín, no fue inspirado por el Espíritu Santo sino por su frustración política. Que no fue el Espíritu Santo el que instó a San Pedro a comer con los judíos sino su personal debilidad. Así fue, sin secuestro de teologías, las cuales suelen ser sólo encajes de corporativismo en un clero que, en mi opinión y como promedio estadístico, vive mucho tiempo desidentificado de la Gracia, intoxicado de ideas marxistas. Le pasa como al alcohólico que bebe diciéndose que le es bueno para estar en forma pero siempre acaba tirado en el suelo. (San Mateo 5, 13)
Lo seguro es que del Espíritu Santo procedieron las lágrimas de contrición en San Pedro. Y, sin discusión, sí que fue el Espíritu Santo el que inspiró a la Iglesia, en la persona de San Pablo, a reprender al primer papa afeándole que sometiera el conocimiento de Cristo a las exigencias judías de la previa circuncisión.
Subrayémoslo, un acto aquél (Ga 2, 11-14) muy importante, pues que fijó en los cristianos para siempre su total independencia de supuestos hermanos mayores, ahora, los judíos en lugar de, antes, los mártires. Desmontando, justo en aquel día, la primacía del Antiguo Testamento. Por tanto, salvo mejor opinión, este episodio de la Historia de la Iglesia no sólo patentó prioridades doctrinales sino que presentó razonables límites a la infalibilidad del Bienaventurado Pedro y de sus sucesores.
Acudamos a otras fuentes de mayor crédito. Por ejemplo, la eximia de Jaime Balmes, que en su obra El protestantismo nos advierte:
«Sabido es que el Papa, reconocido como infalible cuando habla ex cathedra, no lo es, sin embargo, como persona particular, y en este concepto podría caer en herejía. En tal caso, dicen los teólogos que el Papa perdería su dignidad, sosteniendo unos que se le debería destituir, y afirmando otros que la destitución quedaría realizada por el mero hecho de haberse apartado de la fe. Escójase una cualquiera de estas opiniones, siempre vendría un caso en que sería lícita la resistencia; y esto ¿por qué? Porque el Papa se habría desviado escandalosamente del objeto de su institución, conculcaría la base de las leyes de la Iglesia que es el dogma, y, por consiguiente, caducarían las promesas y juramentos de obediencia que le habían prestado. Spedalieri, al proponer este argumento, observa que no son ciertamente de mejor condición los reyes que los papas, que a unos y a otros les ha sido concedida la potestad in aedificationen non in destructionen…»
La Iglesia católica no es una secta fanática. Los católicos no estamos desposeídos de nuestro sentido crítico. Es más, debemos ejercerlo (cf. Benedicto XVI). Los fieles de la Iglesia Católica, no los de otras confesiones que si discrepan de su autoridad tienen que irse a otra religión, tenemos el derecho de crítica y denuncia. Y si no se nos hace caso, el derecho de publicación para conocimiento de los demás fieles. (cfr. CIC 212, 3; 221 y 1417) Vigilando los hechos y gobierno de sus autoridades pues que, en no pocas ocasiones de la historia, impusieron desvíos de la verdadera fe, de donde se perdieron para Dios muchas almas. No digamos de la pérdida de presencia en el mundo del único credo que lo salva. Desgracia o pasividad mortal de la que deberíamos examinarnos toda la Iglesia y no sólo el clero.