Manolete ( I ), el cine, México y los garbanzos. ©
Cuando a Manuel Rodríguez Sánchez, "Manolete", le cogió aquel negro Miura, hace ahora 65 años, yo tenía 9. Como niño cantaba las burlas a su pasodoble: "Si no sabes torear p'a qué te metes..." Letrilla de reproches al que se fue a México por la iniciativa que Indalecio Prieto delegó en Armillita ante el Gobierno español para inaugurar la Monumental mexicana. Porque en aquellos años Manolete era el número uno y nadie tenía mayor tirón que él en las dos orillas del charco. No había televisión y por verle, por conseguir un billete de entrada, se leía en los periódicos que algunos vendían el colchón o empeñaban la plata de casa. Lo cual no harían por ver a Luis Miguel Dominguín, o a Gitanillo de Triana, por ejemplo, sino por Manolete en el que se proyectaba una misteriosa, casi tóxica afirmación del temple estoico de los españoles.
Lo que recuerdo de Manolete empieza en mi padre que tras aquella mortal cogida en Linares dijo no volvería jamás a los toros. Lo que afortunadamente rectificó con El Litri y Julio Aparicio. Y también, pasados 30 años, por lo que aprendí de amigos inolvidables como el Presidente de las Peñas Taurinas, Lucio de Sancho, o Vicente Zabala Portolés, cronista de ABC. Ambos, además, excepcionales personas.
Es obvio que no puedo hablar de sus grandes tardes en las que rendía a sus detractores, pues no las vi. Tal vez sí podría escribir, pero tampoco lo haré, sobre el resplandor de sus éxitos que pasaban por mis ojos en grandes titulares robados en las tiendas de prensa y por mis oídos en los interminables comentarios de la radio y las exaltadas sobremesas de mi casa. No podré hablar de sus innovaciones: sus manoletinas, que no se llaman así por él; su toreo vertical, estatuario; su izquierda inverosímil y sus naturales, largos hasta el éxtasis. Más su cita de perfil, su espada infalible, su señorío sobrehumano repetido cientos de tardes en el respeto a una muerte a la que mantenía a milímetros de sus ingles. Verlo daba escalofríos. Tampoco seleccionaré, porque no puedo, las repetidas apoteosis que inspiraron a K-Hito aplicarle el sobrenombre de "Monstruo". Es decir, "lo nunca visto", como el maestro Domingo Ortega exclamaba al verle impávido recibir las embestidas.
Y tampoco tocaré, al menos en esta parte, la peripecia de su amor herético hacia una alegre y hermosa mujer, Lupe Sino, que le acompañó las tardes de lujo y de gloria, incluso si como insincera magdalena. O del seguro amor de su idolatrada madre, Doña Angustias, nombre fatal, casi teológico de la que fue mujer de dos toreros y dolorosa del más grande "califa" que ha dado Córdoba.
El interés que hoy queda para mí de Manolete salta con pértiga sobre todo lo que acabo de decir. Por eso, a mí, ahora, lo que me inspira este post no es el Manolete torero sino otro Manolete.
El héroe del Olimpo, hidalgo y rey, que en la guerra se ofreció a organizar novilladas gratuitas para la retaguardia y poblaciones de tránsito de soldados. Aun sabiendo “que es más honroso morir en el frente que arriesgar la vida fuera del deber”, frase atribuida a su madre, de lo que ampliaré en un próximo artículo. Pero los mandos del ejército se lo dosificaron, no ya por obvios deberes marciales sino porque se creaban demandas de otros frentes.
Como Manolete es por derecho un grande de la imaginería hispana o, mejor decir, estandarte de la raza ibérica, algunos indigentes con nacionalidad de partido se dedicaron a coger mierda de sus propios zapatos para manchar su figura. Incluso gratis. Por ejemplo, decir que los presos políticos le valían para su entrenamiento y que les hería de estoque para beberse la sangre en un casco de guerra. Un bulo de bestias que certifica, lo del bulo, Tico Medina en su libro “El día que mataron a Manolete”. (Ed. Almuzara, 2009)
Sin embargo, a pesar de autores como Alfonso Navalón o Carmen Esteban, estas inventadas maldades sólo prueban todo lo contrario en cuanto a la verdad honrosa de Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete. ¿Por qué, si no, idear una desmitificación propia de inquilinos de Ciempozuelos? Pues porque Manolete ha sido y es el símbolo del espíritu español, pese al burdo trabajo de los amarillos, los sicarios del “wrong side”; los seudo-taurómacos que, por carecer de afición y, probablemente, de patria, llegaron a asegurar que se mataban niños para sus transfusiones... Supina estupidez de Paco Umbral, que con ella subordinó su oficio de buen prosista al halago de sus patronos.
Aun con su ambigüedad evasiva, es Tico Medina el que investiga la verdad militar de Manolete. Al menos, el desmentido - ¡hay tantas mentiras! - de que por ser estrecho de pecho, que no lo era, no hizo el Servicio Militar.
«Se lo pregunté [la mamarrachada de beber sangre de presos] en más de una ocasión, dos, tres veces, al “Pipo”, que estaba cerca siempre de Manuel (…), y el “Pipo” se reía de buena gana y luego se ponía muy serio y blasfemaba. - Eso es un crimen, Tico, una mentira repugnante.A Manolete le tocó hacer la mili en el Muriano, [un cerro cercano a Córdoba] en artillería…»
El cine y Manolete
En estos días se estrena una película sobre este enorme símbolo de España. Por lo que sé de su factura en nada me ilusiona ir a verla. He jugado dinero en el cine, que me reportó buenos beneficios; entre ellos el saber donde apostar. Mucho antes, en mi veintena, había sido extra en El Cid y en algunas otras. Especialmente las secuelas del tirón de "El último cuplé". En los Estudios Sevilla Films, o en los CEA, coincidí con Raf Vallone, vivo retrato de sus personajes, y con el atrabiliario Fernán Gómez, que también "contra Franco vivió mucho mejor". Y mucho más agradable con la deliciosa Silvia Pinal, dama y embajadora de Buñuel, de la que me enamoré hasta las cañas y con la que repetí tres veces una estrambótica secuencia de “Adiós, Mimí Pompón”, dirigida por Luis Marquina. Poco antes tuve la suerte de ayudar al jesuita P. Félix de Landáburu en la tarea, confiada por Pío XII, de crear la Semana Internacional de Cine Católico, de Valladolid, hoy SEMINCI.
Metido en ese mundo por mi perpetua necesidad de aumentar ingresos, guardo muy gratos recuerdos de su aventura y aventuras además del aprendizaje de que, por su caos moral, económico y laboral la farándula canibaliza el arte... y la misma vida de sus huéspedes.
Todo esto lo digo para avalar, si es que la afición vale de algo, que no me es de fiar cualquier producción sobre la historia de Manolete porque, si llega a la distribución, será apadrinada por los gramscianos que dominan el medio en un tiempo antípoda del que Manolete vivió. Probablemente lo único interesante sea el parecido del actor que encarna al torero.
México
Es en México - desde el s.XVI escrito México, con equis, pero entonces, hoy y siempre dicho Méjico, con jota - donde la figura de Manolete ofrece deslumbres de héroe de leyenda. Indalecio Prieto consiguió llevárselo para la inauguración de la Monumental, en primera ganancia para
Respecto a la campaña mexicana hay una controversia interminable sobre el episodio de las banderas, por error o invención de José María Pemán, “incensario” del régimen franquista. Que no fue tal cosa, se dice, "pues que la Monumental de México no tiene banderas..." Pero sabemos que sí que se exhiben en otras plazas mexicanas.
En cualquier caso, es verdad que las relaciones del señor Prieto y el torero se fueron enfriando; que en la primera corrida, la inaugural, se retrasó extrañamente el paseíllo, como se ve en el documental que de sus tardes en México se exhibió en el cine Rialto, de Sevilla. Por cierto, a pocos días de su muerte en Linares aquella fue una oportunidad de oro para el local, cuyo aforo se desbordó en todas sus sesiones. Año 1947.
El discutido incidente de las banderas en verdad que es menos importante muchísimo menos que la faena de Indalecio Prieto a su supuesto héroe, al que no pagó con dólares americanos y sí, en gran parte, con pesos mexicanos cuyo cambio no se reconocía en España. ¿Por qué esta maldad? Sea la respuesta que sea, lo más probable es que el episodio de las banderas sucedió realmente, de lo que abundaremos en próximo artículo.
Pensemos en que la situación era bastante chusca: si Manolete quería usar el dinero tendría que hacerlo en México. Llevárselo a España, sería intento absurdo pues no tendría cambio. Pero Manolete y Álvaro Domeq resolvieron el problema comprando dos barcos de garbanzos mexicanos que se fletaron hacia la España de las cartillas de racionamiento. Fue regalo del torero para la CAT (Comisaría de Abastecimientos y Transportes) para que se distribuyera a unos españoles que, en aquellos años alternábamos las almortas con las lentejas con bicho.
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En un próximo post: Manolete (II) y el amor de su vida y de su muerte.