El espino albar ©



. . . ¡Ay!, cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros, porque así hicieron sus padres con los falsos profetas. (Lc 6, 26).
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El Sistema Métrico Decimal entronizado por el CV2 permite a "los nuevos católicos" esquivar toda crítica gracias a sus nuevas leyes de "puesta al día" salidas de las mayorías de votos. Y si les resulta difícil la coherencia con los anteriores sínodos se enrocan en el mandato de no juzgar. (Mt 7, 1; Lc 6, 37). O en la púrpura y el armiño para igualarse a Dios enmendándole la plana, a Él, a Dios, en todo lo que les parezca. Total, "lo que atemos aquí abajo Dios lo atará allá arriba..." Obvian así otros pasajes del Evangelio, como por ejemplo, juzgar por los frutos para el primer caso; y esquivar la interpretación de las leyes de representación que las fórmulas de apoderamiento tenían en aquella Judea.

Y es que, como el sentido común señala, ese “no juzgar” se ajusta más a no meternos en los terrenos que sólo Dios conoce de cada cual de nosotros. Lo que, como es de cajón, no nos exime del deber de “tener juicio” sobre las cosas de este mundo en el que hemos de estar, (Jn 15, 19) usando del buen sentido para, por ejemplo, al cruzar la calle, mirar a izquierda y derecha y evitar que nos atropelle un camión.

Uno de los cánceres más antiguos, más agudo ahora ante el anuncio de un sínodo con esquemas que nos dejan estupefactos, es que de la Iglesia y de su gobierno sólo opinen sus profesionales, siendo a la vez jueces y parte. Como si el Magisterio se sometiera a una jerarquía espuria que lo adaptase al capricho de los tiempos. Es decir, más acorde con el espíritu del mundo que movidos por inspiración del Espíritu Santo.

Quizás por rigor disciplinar frente a los falsos conversos y el golpe luterano, los católicos habíamos llegado a creer que opinar sobre la doctrina y el gobierno de la Iglesia sólo correspondiera al clero. Pero eso no es verdad. Y menos todavía que la Iglesia hayamos de convertirnos en “fieles del clero”, o papólatras paniaguados, pues que no nos salva el clero -desde el papa para abajo- sino Jesús, el Cristo, el que para nuestra inmortalidad murió como único Salvador.

Pero este monopolio docente, en muchos casos ejercido por quienes viviendo de la Iglesia no la sirven ni la aman, en desfachatez repetida lo vemos reeditado por los más libertarios hijos del último concilio, contradiciéndose en una enésima edición de clericalismo… ¡Qué perniciosa se ha vuelto aquella máxima de San Ignacio de que si el Papa dijera ser blanco lo negro, él diría también ser blanco! Y, ahora, que tenemos un papa jesuita ¿a quién sorprenderá que su primera encíclica sea para "enaltecer las sandías" -verdes por fuera y rojas por dentro- de la Carta de la Tierra, en lugar de las inefables promesas de Cristo? (1)

Y la tal encíclica solo resultó el aperitivo para que en estos días, en América, su insigne autor se dedicara a incendiar el indigenismo liberacionista y a aceptar, en blasfemia insuperable, una cruz formada con la hoz y el martillo y la figura de Cristo en ellos fijada. ¡El emblema inequívoco del asesinato de miles de cristianos en el mundo entero y durante todo el siglo XX! ¡Qué gran hijo de Arrupe...!



Y ante estas realidades todavía hay quien dice que la Sede está vacante... ¿Cómo vacante? ¡Nada de eso! No, señores, nadie diga que la sede está vacante sino lo que es verdad palmaria: que está usurpada. Está secuestrada por quien rechaza su historia y su enseñanza. Decir que la silla de San Pedro está vacante esconde una huida de la realidad y del compromiso que, como mínimo, esteriliza cualquier iniciativa de restauración.

¿Conoce usted el espino albar?

Si lo miramos de lejos nos embelesa su frente arracimado de flores de inmaculada blancura; pero, si intentamos meter en él la mano, sus agudísimas espinas se hacen notar… y con sangre. Detrás de esas flores níveas una tupida y enredada mata de tallos secos impide el paso de la luz, proliferando en su umbría gran cantidad de parásitos, gusarapos y pequeñas alimañas. Es por eso que el jardinero, provisto de guantes que le protejan de pinchazos, lo cuida periódicamente aligerándolo de lianas secas y enmarañadas para que se oxigene y evitar así que se pudra todo el macizo.

La Iglesia es también como un gran espino albar. Sobre todo hoy, con los nuevos huéspedes de su Sede que enseñan sus púas contra quien se atreva a cuestionar sus supuestos derechos, impidiendo que alguien destape la ruina de sus aficiones...

Jamás antes se alcanzó dentro de la Iglesia tal grado de violencia institucional como en nuestros días. Son precisamente estos nuevos libertarios, insertos en el vicariato del cielo, los mayores déspotas, los más críticos en cualquier oportunidad en que se les discuta la legalidad de sus audacias.

Acabo de repasar una nueva Historia de los Papas en la que el autor desliza gratuitas descalificaciones contra las figuras conservadoras. Sin que el contexto lo justifique ensombrece la figura de San Pío X, del que dice que «su canonización no fue universalmente aceptada» (?) ¿Acaso debían aplaudirla los personajes que él excomulgó o reprendió por sus heréticas conductas como, por ejemplo: Buonaiutti, o el propio Roncalli que muy pocos lustros después sería "Nuncio Bueno y Papa Bueno" para las logias parisinas y mexicanas? El "historiador" llama en página posterior “representante del más rancio inmovilismo” al que fuera Arzobispo de Génova, Giuseppe Siri. Bonita ciencia es tachar a alguien de inmovilista desde una institución que sólo se justifica si conserva fiel una fe y una moral de más de dos mil años.

La libertad de crítica ha existido en la Iglesia desde sus tiempos primitivos. (Mt 18, 15). Precisamente, los católicos nos hemos distinguido de las otras religiones en el uso de nuestro derecho de crítica en todo lo que se aparte del magisterio dogmático; lo que no es poca libertad ni pequeña responsabilidad. Con este propósito San Pablo nos enseña:

(…) guardaos de tener parte en las obras de las tinieblas, antes bien, desenmascaradlas y reprochadlas, pues las cosas que ellos hacen en la oscuridad, avergüenza aun el decirlas. (Ef 5, 11-ss)


Triste burla será en estos inseguros días que la mayor desprotección de los fieles provenga de la falsísima idea de que el mundo eclesiástico es intocable. Por más que se escandalice algún lector, eso es mentira. En tanto que llamados a predicar el Evangelio y los dogmas de él salidos, si alguien por su más alta representación se creyera libre de difundir doctrinas condenadas, incluso levemente desviadas, todos los bautizados tendremos el deber de no consentirlo. (Gál 1, 18)

Pero resulta que hemos llegado al absurdo de que el mínimo lego se enroque como si poseyera una sabiduría infusa y una inmunidad sacra. Precisamente es el magisterio, el ordinario y el solemne, el que nos recuerda la obligación de defender a la Iglesia. Aprovecharé aquí para recordar a Pablo VI, hoy pronto a ser canonizado, el cual, en sus años de Arzobispo de Milán, declaró: "A veces hay que luchar por la Iglesia en contra de ella."

«Los peores enemigos son los de casa (Mi 7, 6; Mt 10, 36

Efectivamente, los peores enemigos son los que dejamos que nos visiten como pasajeros, se queden de huéspedes y terminen de amos. Y perdida estaría la Iglesia si abandonara la obligación de defenderse: "Cuidaos de vosotros mismos." (Lc 17, 3). Para ello desconfiemos de los que perderían con la verdad y abriguemos a los que se arriesgan por ella. Fijémonos en los transformismos que se han hecho callo en la Nueva Evangelización. Y hagámoslo independientes de organigramas y de destinos para descubrir cómo, poco a poco, se entronizaron errores y herejías antaño erradicados por el Magisterio solemne y perpetuo. "El Concilio Vaticano II es el anti-Syllabus", dijo Benedicto XVI. Y no tenemos que fijarnos, por supuesto, en la anécdota superficial, sino en la evidencia palpable de que otra fe está desplazando a la apostólica original.

Por tanto, es ahora cuando debemos usar de nuestra independencia para decir lo que no siempre puede (?) decir el clero secular o regular; bien porque no es libre, atado a un confortable destino; bien porque consintió reprimirse en loca obediencia -frecuente eufemismo de "conveniencia"- hasta renunciar a pensar. Por cierto, ¡qué peligro! Mucha equivocación será para el día del Juicio si por haber descansado nuestra responsabilidad personal -la única que vale- en la cómoda obediencia, o bajo la voluntad de otros, se nos cierra la casa del Padre. Entiéndase el eterno.

Criticar no es insolencia

Por otra parte, señalar contradicciones con la fe siempre creída no es cismático ni masoquista. Ni mucho menos hereje, como cuela una editorial del Opus Dei acerca de los católicos protegidos por el obispo francés Marcel Lefebvre. Todo lo contrario, callar o no querer ver esas contradicciones es secundarlas... Halagar, seguir, aclamar a una autoridad que traiciona al cielo es una herejía refugiada en disciplina. Y, también, debilidad mental. Criticar es obligado en todos los fieles para ponernos de parte de quienes salvaguardan la fe invariable, es decir la enseñada desde el principio. Justo por esto, a los fieles formados siempre se les llamó Iglesia Enseñada, que, si se piensa, es mucho más segura que la Iglesia Docente. Porque lo enseñado no puede cambiarse.

La crítica, además, obliga al estudio, la comprobación y el análisis; ayuda a abrir los ojos – "El que los tenga para ver, que vea" -, refuerza principios esenciales de nuestra identidad de herederos y nos remite a las fuentes de nuestro culto y cultura.

La manera segura de que un enfermo no recupere la salud y probablemente se muera, es no reconocer su mal. Hablando en términos médicos, esta enfermedad que sufrimos nos obliga a estudiar su etiología, sin la cual no hay posibilidad de diagnóstico, ni siquiera de saber si el sujeto está enfermo. Y si para no complicarnos “la buena vida funcionarial” decidimos falsificar el diagnóstico, jamás podrá aplicarse un tratamiento. La vanidad y el confort son difíciles renuncias. He ahí otra razón de que la enfermedad siga su curso. En los fieles corrientes está el evitar que por un buenismo de babosería insufrible la Iglesia acepte como “dones enriquecedores” la homosexualidad, y llame misericordia (?) a lo que sólo se queda en complicidad.

Un relevante jesuita, que trabajó en el Vaticano durante los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI - ya han pasado años, ya -, se justificaba de sus denuncias en que ninguna ley ni teología ni prudencia puede hermanarse con el silencio hacia síntomas atronadores

(...) de cinismo e indiferencia, de fechorías e infidelidades en cargos de responsabilidad, de despreocupación por la doctrina correcta, de negligencia en juicios morales y de desidia en la guarda de principios sagrados.


Respecto a la importancia que los cristianos dieron a la Tradición, ya las cartas de San Pablo nos lo hicieron saber, en particular la dirigida a Tito dentro de un contexto moral y eclesial muy parecido al presente. (Los paréntesis son míos).

Porque hay muchos insubordinados, vanidosos charlatanes y seductores, mayormente los de la circuncisión, a quienes es preciso tapar la boca; hombres que revuelven casas enteras (¿órdenes religiosas, seminarios, conferencias episcopales…?) enseñando lo que no hay que enseñar por codicia de sórdida ganancia. (…) siempre embusteros, malas bestias, panzas holgazanas (que se acostumbran a vivir de la recomendación y no por sí mismos). Este testimonio es verdadero. Por esta causa repréndeles severamente (a la iglesia de Creta), para que se conserven sanos en la fe no dando oídos a las fábulas judaicas ni a preceptos de hombres que vuelven la espalda a la verdad. (… ) No hay en ellos nada limpio, antes están contaminados de mente y conciencia. Hombres rebeldes descalificados para toda obra buena pero que hacen profesión de conocer a Dios del cual reniegan con los hechos. (Tito 1, 10-16)


Estas advertencias hechas hace dos mil años se actualizan hoy con determinación destructora. Lo es que se siga ocultando el fulgor de Cristo igualándole con líderes de este mundo, usándole como estandarte político hasta la mentecatez pluralista; lo es que se les conceda el Nihil Obstat o simplemente que en librerías católicas se vendan autores claramente secularistas que afirman en sus homilías, de lo que soy testigo: “Nosotros predicamos el materialismo histórico”.(2) Abominable felonía que el corazón no tiene caudal de desprecio con que corresponder.

Esa gente, y más si bajo las alas de una sede episcopal, es canalla que no puede ser tratada con buenismos de avestruz. Hay que hacerle frente, combatirla decididamente, desenmascarar su doblez, desautorizarla, echarla fuera de la Iglesia de San Pedro y San Pablo. Porque aun estando entre nosotros nunca fueron de los nuestros. (2 Jn 2, 19) Falsarios de los que nos previno San Juan acentuando que incluso debemos negarles el saludo. (2 Jn 0, 10) Porque, insisto, ante lo que los ojos ven y los oídos oyen, expulsar a los cuatreros, denunciar a los lobos con piel de oveja (Mt 7, 6; Jn 2, 14-15) es deber intrínseco, esencial, de los fieles. (Jn 21, 16-17)

En la “Iglesia postconciliar”, título diferenciador que los progresistas aplican a lo que llaman su Iglesia, se produjeron demasiados hechos vandálicos con desprecio al derecho de los fieles. Cambios de identidad y doctrina que traspasaron la línea pastoral y pronto evidenciaron la demolición llorada con lágrimas de cocodrilo. Fueron tantos desmanes y tan opuestos al propósito del CV2º que ni Stevenson los hubiera imaginado para su Mr. Hyde.

Cerremos este muro de lamentaciones con el consuelo de que si se cumple que «los hijos de las tinieblas son más sagaces que los de la luz» (Lc 16, 8), también debemos recordar que nuestra lucha no es contra sangre y carne sino "(...) contra principados, contra potestades, contra los poderes de un mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de la maldad en las regiones celestiales". (Ef 6, 12)

Defenderse es ser.

La crítica es una necesidad y por consecuencia un derecho. Así se define por el Magisterio y las leyes eclesiásticas. Este articulista quiere ejercerla ajustándose lo más posible a la acepción de la Academia de la Lengua que indica: "(...) juzgar acerca de la bondad, la verdad y la belleza de las cosas."

No dejarse manipular es ser libres, virtud siempre ligada al conocimiento de la Verdad; es decir, al Evangelio. Una sociedad que sabe criticar no puede ser manipulada. Por eso la primera reacción del enemigo es que esa crítica no pueda difundirse; y, si al fin se difunde, menospreciarla. Aparte de que no criticar, pasar de "estas cosas", o es ignorancia suicida, porque no tiene disculpa, o actitud encogida, afeminada. Es preferible que los perros nos ladren como a carcunda, antes que Dios nos vomite por tibios o indiferentes. (Ap 3, 16) La crítica a un grupo de gestores, o a la propia gestión, siempre protege y revitaliza a la institución. De ahí que los que afirman que criticar es falta de amor a la Iglesia suelen ser “los que creen que ellos son la Iglesia” y que la generalidad de fieles, sólo es la “clase de tropa”.

La Apologética de las descalificaciones

Es sabido que la prudencia de los fieles la aprovechan los herejes en el más bufo vilipendio para hacer creer que la Apologética es una ciencia que debe aplicarse a su solo provecho. Nada que sorprenda de los siempre dispuestos a trivializar lo sagrado sin que les sofoque sacralizarse a sí mismos. Es la suma hipocresía de titularse liberales y acogerse al mismo clericalismo que decían aborrecer. Arrogándose ahora las mismas potestades sobre todo pero sin responsabilidad directa sobre nada.

Es evidente, está delante de nuestros ojos que la Iglesia ha sido tomada por los enemigos de su Fundador. Ha quedado, por tanto, en manos de un poder dedicado a cambiarlo todo hacia la total vuelta del revés. Contra esto un número irrelevante de clérigos apenas puede hacer nada, arrojados como están a las afueras del aparato oficial. No por cismáticos y menos por herejes, mentira tortuosa que admiten gustosos los que ya perdieron o entregaron su albedrío. (3) Lo que todavía tiene fuerza operativa es la Iglesia seglar, la de los fieles formados. Por eso, para minusvalorarnos se nos tilda de separados y faltos de preparación... ¿Pero a qué preparación se refieren? Si para ser sabios hubieran valido las escuelas eclesiásticas, no habrían sido los obispos y teólogos la fuente de las herejías presentes y pasadas.

Esto aparte de que las estadísticas dicen que el conjunto de los fieles, la Iglesia Enseñada, sabemos mucho más de lo que parece. Para empezar, sabemos sufrir con paciencia los inventos pastorales del progresismo, cosa que nos da una gran autoridad. Incluso, como muestran los censos de los últimos lustros, sabemos no acudir a las iglesias, desconfiar de sus novedades en la administración de sacramentos como la Eucaristía, la Extrema Unción y el de Penitencia. Y, como en Occidente se constata, sabemos pasar de curas y monjas, sabemos olvidarnos de hacer el aspa en las declaraciones de impuestos y en la colecta de cada domingo dar menos de lo que cuesta un regaliz. ¡Sabemos muchísimo!

Sobre el deseo de excelencia

Estas quejas, que son de amor, no mancharán la segura belleza de la Iglesia católica siempre hermosa pues que ha llevado ya muchos millones de almas al seno del Padre. No por sí sino por Quien la fundó con ese fin.

Salta a la vista que lo que hace de la Iglesia algo milagroso no es que la formemos seres superiores sino verdaderos siervos inútiles. Reconozcámoslo así para acto seguido afirmar que nada nos disculpa de privarla de una planificación hacia la excelencia. Al menos en la selección de sus hombres de gobierno pues que Cristo merece recibir de ella, y en ella, todo honor y toda gloria. Algo que por aquella ladina premisa de los orígenes humildes, Juan XXIII dixit, le hemos rebajado los frutos de la sinceridad de la entrega, del conocimiento y del espíritu.

Que «a Dios sea dado todo honor y toda gloria» se destaca hoy como primera necesidad. Cristo mismo nos destacó su alcance en la terrible parábola de las bodas reales, según la cual al invitado “zochas” y desconsiderado los criados de la casa lo echan por este mandato: "Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas de allá fuera; que allí sea el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos." (Mt 22, 11-14)

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(¿Muchos… ? ¿Pocos…? ¿Todos … ? ¡Humm! Materia para otro artículo. )

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(1) Conviene comparar esta primera carta de Francisco con el título y tema de la primera de San Pío X: Instaurare omnia in Christo.
(2) Oído al párroco, don Julio, de Mosèn Domingo y Sol. Majadahonda, Madrid, España.
(3) Potestad de obrar por reflexión y elección propias. No es igual a "libre albedrío".

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