EL CAMINO DE MI VIDA
Cumplo 79 años. ¿Doy por concluida mi misión? ¿Se han quedado sin futuro mis deseos? Ni mucho menos. Mientras tenga vida seguiré soñando y luchando por lo que creo, aceptando, evidentemente, las limitaciones de la edad.
| Fernando Bermúdez
Amigos y amigas:
Voy avanzando en edad. Me voy acercando al umbral de la historia que conduce a la dimensión de eternidad.
Nací en Alguazas, Vega Media del Segura, caminé por muchos senderos del mundo con tareas de misión. He conocido a multitud de hombres y mujeres, pobres y ricos, creyentes y no creyentes, cristianos, musulmanes, baháis, hinduistas y budistas. Es un privilegio haber entrado a un proceso de diálogo interreligioso. Asimismo, he convivido con campesinos e indígenas mayas; y migrantes y refugiados en Centroamérica, México, Grecia, España…. De todos he aprendido lo más secreto de su sabiduría.
He tenido la dicha de encontrarme con Mari Carmen, compañera de vida, de sueños y esperanzas.
En mi largo camino he sido testigo del sufrimiento de mucha gente a causa del hambre, la pobreza, la exclusión, la enfermedad, la persecución y la muerte. Me duele el sufrimiento humano, sobre todo aquel que nace de la injusticia porque se podría evitar si hubiera más equidad, solidaridad y sentido de humanidad. Pero al sistema que hoy domina el mundo, llamado de libre mercado, lo siento cada vez más cruel e inhumano.
Sigo soñando y luchando por otro mundo alternativo. ¿Utopía? Sí. Si no hay utopía muere la esperanza. Soy hombre de esperanza contra toda esperanza. Porque la última palabra sobre este mundo no la tienen los poderes del mal sino el Dios de la vida en quien creo. La alegría de vivir y los sueños por ver un mundo mejor no me abandonan.
Mi vocación utópica de la vida sigue intacta. Leo, escribo, medito, rezo, cultivo la tierra, intento seguir los acontecimientos de la historia y colaboro, según mis posibilidades, con las causas justas, aquí y allá. Soy militante de la vida y de la paz que nace de la justicia.
He dedicado mi vida a la promoción y defensa de los derechos humanos, sobre todo de los más desfavorecidos. Sueño con la tierra prometida de un mundo sin fronteras ideológicas, económicas, culturales y religiosas, un mundo sin bloques imperiales, un mundo nuevo de hermanos y hermanas. Ese mundo nuevo yo no lo veré, pero en mis sueños está presente.
Me considero ciudadano del mundo por encima de toda nacionalidad, más aún, me considero ciudadano del universo. Todos descendemos de la gran explosión y expansión cósmica del Big Bang.
En mi vida ha habido luces y sombras, aciertos y desaciertos. En todo momento he confiado en que el poder y la misericordia de Dios son más grandes que nuestras debilidades y limitaciones. Y esto me llena de confianza, esperanza, paz y fortaleza.
Cumplo 79 años. ¿Doy por concluida mi misión? ¿Se han quedado sin futuro mis deseos? No. Mientras tenga vida seguiré soñando y luchando por lo que creo, aceptando, evidentemente, las limitaciones de la edad.
Vine a este mundo sin voluntad. No me pidieron permiso para nacer. Agradezco a Dios y a mis padres el haber venido a la vida, pues podía no haber nacido. Y he aquí que he nacido. Qué suerte he tenido como también vosotros, amigos y amigas, la tenéis.
Sé cuándo y dónde nací, pero no sé cuándo, ni dónde, ni como moriré. No me preocupa. Lo dejo en las manos de Dios. Lo que sí estoy seguro es que cuanto poseo se quedará aquí. En este mundo todo pasa, absolutamente todo, todo menos el amor. Merece la pena haber nacido para amar y hacer el bien. Lo demás todo es relativo. Por eso rechazo los criterios de este mundo competitivo y consumista, lleno de codicia y superficialidad, promovido por el sistema capitalista.
No soy ejemplo para nadie. Sin embargo, lo único que deseo es que los ideales que motivaron mi vida ayuden a otras personas, sobre todo a las generaciones jóvenes. Y que todo lo que he plasmado en mis escritos no muera, sino que signifique para otros una luz para seguir impulsando el caminar de la historia hacia su plenitud.
Mi vida va siendo larga. Es una dicha haber llegado a esta edad. He caminado en distintas ocasiones al borde la muerte. He visto caer asesinados a amigos y compañeros en Guatemala y en Chiapas, México, por su compromiso con la misma causa que ha motivado mi vida.
Pero también mi vida es corta. Nuestra existencia en la historia es muy limitada. La historia de la humanidad es inmensamente más grande que nuestros días.
A los que nos dejaron, a mis padres, abuelos, amigos y amigas, conocidos y desconocidos, no los considero difuntos. No hay muertos sino resucitados. Ellos viven en otra dimensión. Yo moriré, pero con la esperanza de ser un resucitado, no por mis méritos sino por los de Cristo a quien confieso el Señor de la historia.
La vida me ha enseñado a morir cada día sin desesperarme por ello. Cada separación, cada fracaso es un morir en vida. Pero nunca muere el amor y la esperanza.
De ahí que vivo viviendo y vivo muriendo, para poder morir viviendo. Hasta que llegue la hora de dejar la historia y penetrar en la Fuente infinita de Energía, de Luz y de Vida, de Sabiduría y de Amor, el corazón de Dios en el cual existimos.
Laudate omnes gentes, laudate Dominum.
Octubre, 2022