ESPIRITUALIDAD DE LA PAZ Y LA NO VIOLENCIA
"MI PAZ NO ES COMO LA QUE DA EL MUNDO"
| Fernando Bermúdez
Nadie ha nacido para ser esclavo. La libertad es el grito de la humanidad. No hay pueblo que no haya luchado por ella. Pero la libertad auténtica va acompañada de la justicia: todos hermanos y hermanas en una sociedad sin clases. No hay libertad sin justicia social, como tampoco hay justicia social sin libertad. Esto es la paz. El Papa Juan XXIII, en la Pacem in terris, señala que la paz tiene como fundamentos: la verdad, la libertad, la justicia y el amor.
El reino de Dios es un reino de paz. Jesús nos advierte: "Mi paz no es como la que da el mundo". Unos llaman paz al libre mercado, otros al orden establecido, aunque esté establecido sobre la injusticia... Jesús nos promete la paz del reino de Dios, que está fundada sobre los pilares que señala Juan XXIII en la encíclica “Pacem in terris”.
En la Biblia, la paz no sólo es la ausencia de guerra. Es el Shalon, la paz del reinado de Dios, expresión de una sociedad justa, fraterna y solidaria, donde abunda la vida para todos. El Shalon bíblico es el bienestar integral del pueblo: espiritual y social. Es fraternidad y comunión de los hombres entre sí y con Dios. Es tener cubiertas las necesidades vitales de vivienda, trabajo, salud, educación..."La paz es el fruto de la justicia" (opus juxtitiae pax), proclamaba el profeta Isaías (32,17). Y esta paz es un don de Dios, pero es, al mismo tiempo, una tarea humana, un desafío.
Lo opuesto a la paz es la injusticia, la opresión y la corrupción Estas engendran violencia con todas sus variantes: violencia institucionalizada, que es la violencia del sistema socioeconómico y político que divide a los seres humanos en dos clases sociales: por un lado los opresores, y por otro los oprimidos y excluidos. Esta situación es la causa principal del hambre y miseria de los pobres. También el hambre asesina. A nivel mundial, 16 millones de personas mueren cada año por hambre. Otra es la violencia subversiva, que es la violencia de los oprimidos, que señala Helder Câmara en su libro “Espiral de violencia”. Las organizaciones guerrilleras en América Latina surgieron como una respuesta a la violencia institucionalizada, después de que se cerraron todas las puertas por la vía política para el logro de una sociedad justa y democrática. Otro tipo de violencia es la represiva, impulsada por el Estado a través de secuestros, torturas, asesinatos, masacres… Casi toda América Latina tiene una triste experiencia de esta violencia bajo los regímenes militares, apoyados por los gobiernos de turno de Estados Unidos. Pero hay otras variedades de violencia: la del crimen organizado, provocada por grupos ilegales dedicados a negocios ilícitos, como el narcotráfico; y la violencia delictiva que aparece en las calles: asaltos, robos, asesinatos...
Toda forma de violencia es un indicador de la descomposición de valores éticos y morales. Las distintas manifestaciones de violencia tienen su origen en un sistema social injusto, prepotente, inhumano y excluyente. El sistema dominante elogia el individualismo y la competitividad. Ensalza la ambición, el afán de lucro, la ley del más fuerte, el hedonismo... Hay un desprecio por la vida. El respeto al otro, la honestidad, el espíritu de servicio y la solidaridad no tienen cabida. Estamos en una sociedad enferma.
La paz sólo es posible donde reina la justicia y el respeto a todo hombre y mujer. La espiritualidad de la paz emana de un corazón pacífico, amante y respetuoso de la vida, y lleva consigo el compromiso por erradicar las causas que generan la violencia.
Toda persona amante de la paz es firme opositora a la carrera de armamentos y de las alianzas militares. La paz no depende del equilibrio militar sino del profundo respeto y desarrollo de los derechos humanos y de los pueblos.
El creyente es un testigo de la paz. Su sueño, su utopía, es el proyecto de Dios, su Reino. No puede aceptar la sociedad tal como está. Por eso es un hombre o mujer comprometido en el cambio de la realidad. Nuestra sociedad, tanto en el mundo rico como en el pobre, necesita profetas de la paz y la no-violencia, agentes de una revolución de la conciencia.
Las bienaventuranzas de Jesús son la fuente de inspiración de la espiritualidad de la paz y la no-violencia. Nos comprometen a decir no a la injusticia, la venganza, el abuso de poder y el armamentismo; y decir sí al esfuerzo por una sociedad alternativa. Esta espiritualidad nos lleva a estar dispuestos a sufrir y morir antes que hacer sufrir y matar. Es una opción de vida. Una mística.
La historia está llena de hombres y mujeres profetas de la paz. Basta recordar a Francisco de Asís, el hermano de todas las criaturas. Pero más recientemente, en nuestro tiempo pasado y presente, contemplamos a Gandhi, líder de la no-violencia; Juan XXIII, el papa de la Pacem in terris y del diálogo; Carlos de Foucauld, el “hermano universal”; Luther King, apóstol de la lucha no-violenta en defensa de los derechos de los negros, en Estados Unidos, quien hizo del amor su fuerza; Padre Rutilio Grande, hombre de Dios, de los derechos de los campesinos en el Salvador; Monseñor Oscar Romero, pastor, profeta y mártir, testigo de Jesús, identificado con el sufrimiento, luchas y esperanzas del pueblo salvadoreño y defensor de la vida y la paz que nace de la justicia; Helder Câmara, obispo de los pobres del tercer mundo; Teresa de Calcuta, mujer con entrañas de misericordia; el Hermano Roger de Taizé, profeta de la fraternidad ecuménica; Juan Gerardi, mártir de la verdad y de la paz; Raquel Saravia, teóloga y profeta de los pobres; Pedro Casaldáliga, obispo, profeta y poeta de la Araguaia..., entre otros muchos. En la actualidad no podemos dejar de mencionar al Papa Francisco, pastor apasionado de la paz y la fraternidad universal, esperanza de una Iglesia renovada y de un mundo nuevo.