Los sacerdotes ¿podemos dejar de ser “funcionarios”?
Haciendo un breve y rápido recorrido por mi vida ministerial, he de reconocer que no ha sido nada fácil. En los primeros años de mi ministerio sacerdotal en la parroquia (año 70), de los que guardo un grato recuerdo, pero vistos desde hoy mi “entrada” y “toma de posesión” de la primera parroquia, (términos que se utilizaban en aquel entonces con la mayor naturalidad, pero que hoy me chirrían los oídos y me resisto a usarlos). Me di pronto cuenta que tenía que olvidar todo lo que había estudiado, y tuve que aprender otra manera de ser, de vivir, de relacionarme desde la “función” que tenía que desempeñar. Mi vida giraba en torno a la parroquia, especialmente el trato con personas, que procuraba cuidar y atender con mucho esmero y, sobre todo, en preparar y celebrar los sacramentos, el año litúrgico y fiestas populares. Aún recuerdo a la señora María cuando le preguntaba, con ocasión de alguna celebración festiva, cómo tenía que hacer, cuál era la costumbre con cierto reparo por mi parte y me decía: “no se preocupe estoy acostumbra, son ya cuatro los sacerdotes jóvenes que he tenido que enseñar”. Pero todo esto lo vivía solo sin ninguna acogida y apoyo ni por parte de la diócesis, ni por parte de los compañeros sacerdotes más mayores, simplemente me daban recomendaciones y consejos a mis inquietudes apostólicas…
A los cinco años de ministerio parroquial fui invitado por el servicio Mundo Mejor, con el permiso del “ordinario del lugar”, a integrarme en el grupo promotor, fue cuando empecé a tomar conciencia que el ministerio sacerdotal era un servicio y no una función. El centro de mi vida ministerial era despertar y animar la vida y la fe de las personas, grupos…, en los que también se celebraba, sobre todo, la Eucaristía y las oraciones “comunitarias”, que para mí fueron una novedad, pues hasta entonces las únicas “celebraciones” eran las sacramentales y la oración era algo individual. Tuve, pues, que aprender una nueva manera de vivir el ministerio presbiteral. El ministerio lo vivía y realizaba en equipo, un equipo plural, integrado por sacerdotes, religiosos, religiosas, seglares. Esta experiencia me llevó a descubrir la importancia de tener presente la realidad de la vida del mundo, de las personas y tratar de comprenderla; a tener una nueva síntesis teológica más actualizada; la importancia y la riqueza de la vida y trabajo en grupo; tener una visión más universal del mundo, de la Iglesia, de las religiones y de las culturas…
La llamada del obispo para hacerme cargo de una parroquia, me devolvió al redil de la realidad parroquial. Realmente fue un choque, que no se convirtió en un trauma por la ayuda del equipo. No comprendía, y me costaba aceptar, ser simple funcionario, que es lo que la mayoría de la gente me pedía, solamente una minoría asentía a las nuevas propuestas para revitalizar la fe. Pero lo que más me costaba admitir era la pasividad y resignación de tantos compañeros sacerdotes, especialmente con aquellos que estábamos en la misma ciudad, ante cualquier iniciativa de colaboración, de hacer algo juntos…, al final resultaba, con la pasividad de los responsables diocesanos, que yo era el “Juan gaviota” que alteraba el “orden establecido”. Entonces aprendí cuán difícil es “ser discípulo y misionero, no funcionario". Por eso me resultan un tanto vacías todas las llamadas a la “nueva evangelización” que se realizaron entonces y, tal vez las que se están realizando ahora, pues son un ideal y un sueño que no puede tener visos de realidad, si no se afronta como condición previa el motivar a los sacerdotes y agentes de la evangelización.
En esta etapa de la vida, en que me encuentro ahora, voy llegando a una síntesis experiencial en la que con poco me basta: “con la vida cotidiana, el Evangelio y los demás personas, próximas o lejanas”. En la que el ministerio presbiteral se va convirtiendo en un estilo de vida, en una manera de ser, de relacionarme y de vivir, cuyo eje central se mueve en torno a: “ser, más que estar”; “vivir con, más que hacer para”; “caminar con, más que proponer”; intercambiar, más que predicar”; “confiar, más que sospechar”…
Nacho