Buena Noticia, también para los científicos

Compartí en la anterior entrada a mi blog Punto de encuentro que lo realmente sustancial en estos tiempos revueltos es la mejora de la convivencia, por encima de las ideas, los movimientos sociales o los cambios organizacionales, por bien dirigidos que estén sus objetivos. Y apelaba a dejar de lado las manidas formulaciones llenas de verbos genéricos (´promover´, ´fomentar´…) para vivir el aprendizaje interior de cada uno para que se note en lo comunitario. Cuestión principal, sin duda, a empeñarse a diario.

Y ponía el ejemplo de actitudes importantes como son mostrar cariño, no juzgar ni etiquetar a los demás evitando las comparaciones porque fomentan la inseguridad interior y la envidia. Hoy quiero dar un paso más llamando a las cosas por su nombre; se trata de amar más y de amar mejor. Para un cristiano, todo debe orientarse a este fin, incluidas las normas, las liturgias y la manera institucional de organizarnos. Si le preguntásemos a Jesús de Nazaret, nos recordaría la víctima en la se convirtió él mismo por la furia desatada para evitar precisamente que el amor fuera lo esencial.

Amar significa querer el bien, no necesariamente que apetezca a hacerlo. Nos cuesta a todos, sin duda, sobre todo cuando nos afanamos en mejorar con nuestro esfuerzo sin valorar suficientemente la fuerza de la oración, ni que hay Alguien mucho más grande que nuestras pobres inteligencias juntas. Los científicos en su papel han tratado de entenderlo y explicarlo todo, hasta el extremo de concluir algunos que lo que no es empírico ni científico, no existe o no es relevante.

Afortunadamente, Dios es más que la ciencia y que nuestras capacidades para demostrarlo todo, incluso su existencia. La llave de la ciencia es instrumental, pero vivir el amor en el centro de todo. Sentencias como “Dios es infinitamente justo y misericordioso” me dan mucha paz, gracias a que resulta imcomprensible al intelecto. Sin embargo, desde la fe es Verdad. A algunos les desazona no entenderlo, pero me encanta recordarlo como ejemplo claro de que lo humano no puede ser la última palabra; no hay más que ver nuestra historia. Aceptar solo aquello que es posible entender, puede ser de necios, sobre todo si nos decimos cristianos, y ese afán reduccionista llega a cuestionar la fe desde la razón. Ahí pinchamos en hueso, y se hace imposible centrarnos en el amor, que es lo esencial de la vida.

Queda mucho trabajo hasta conocer a fondo las potencialidades revolucionarias -en el sentido de transformadoras- del amor. Nuestras fuerzas deben acompasarse a la gracia, y pedirla. Que todo es gratis (gracia). Aunque tengamos que afanarnos de verdad en mejorar nuestras actitudes y conductas. Ahí, tiene poco que decir la ciencia, a no ser desde la exploración de las potencialidades del ser humano en inteligencia espiritual: generosidad, perdón, escucha, acogida, ternura…

Todo esto viene a cuento también de una preciosa oración que solemos rezar en el grupo de Biblia parroquial, y que ahora comparto como una estupenda educación diaria del corazón, en medio de nuestros esfuerzos y del amor que Dios nos tiene, fuente de todos y todo…

El don de cada día

Enséñame, Señor,

a vivir el don de cada día.

Sin otros planes que los tuyos,

los de cada día.

Que pueda maravillarme de tu amor, Padre,

cada día.

Que el rostro de mi prójimo sea nuevo para mí,

cada día.

Dame un corazón, Señor,

manso con el sufrimiento de cada día,

fuerte en la lucha de cada día,

amoroso,

En la oración de cada día.

Que cada día sepa confiar en ti, Padre,

Dejando en tus manos el mañana,

Sin inquietud, sin prisas.

Que cada día estrene tu paz,

Recibiendo de Ti, cada día,

salud o enfermedad, éxito o fracaso.

progreso o retroceso.

Enséñame, Señor,

a vivir el don de cada día.

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