Déficit de oración

Si la institución eclesial reflexionara con humildad sobre los problemas que nos lastran a los católicos del mundo occidental, y sobre las realidades que nos acucian, probablemente colocaría la oración en un lugar bien destacado. Marta y María son dos arquetipos sobre el problema que supone el hecho de orar. Para algunos la oración es fundamental, pero lo es para quedarse ahí, como una obligación, sin que se convierta en un elemento transformador de amar mejor a Dios y al prójimo. En cambio, para otros católicos, orar es algo secundario ante la labor social que para ellos es lo verdaderamente esencial. Lo cierto es que ambas son esenciales.

Lo cierto es que nos hemos ido convenciendo de que la oración no tiene tanta importancia ni eficacia: creeemos en la fórmula de que “a tanto esfuerzo, tanto resultado”, pero en las cosas de Dios Amor prima la gratuidad y el carácter transformador silencioso que la oración tiene de alimento transformador. Cuando quitamos importancia y praxis a la oración cerramos la puerta a la acción del Espíritu que sigue actuando, pero ya no le reconocemos. 

La oración bien expresada parece poco útil y tiene mala venta, al menos entre los creyentes de Occidente: ¿Para qué orar?, ¿qué buscamos al rezar? Los extremos se hacen evidentes: desánimo y desapego; liturgia como signo de seguridades espirituales; fiarlo todo a mi esfuerzo social. Pero lo esencial es un encuentro en el que Dios escucha siempre. 

1.- La oración es un encuentro de gracia misterioso y profundo que se realiza entre Dios y cada ser humano. Dios toma la iniciativa buscando la respuesta a su Amor. La consecuencia es contagiosa: comunicarnos con Cristo trae consecuencias liberadoras para nosotros y para los demás. La mujer samaritana Jn 4, 5-43. 

¿Qué vemos aquí? Jesús no es nada convencional, salta por los aires los prejuicios: habla con una mujer, encima samaritana y pecadora, a la que pide de beber. La ley no es una guía religiosa si bendice las discriminaciones. El encuentro con Él nunca es inocuo, sino que trastoca la escala de valores para no encerrarme en mis propias seguridades y expectativas. Provoca y deja al descubierto una necesidad. Jesús mira al futuro, a la mejor posibilidad que cada uno puede llegar a ser. No condena, no aplasta, libera. Toda experiencia con Cristo impulsa a involucrar a otros la Buena Noticia. 

2.- La segunda gran verdad es que Dios escucha siempre nuestra oración; es una constante desde el AT: "Me invocarán, y yo los escucharé" (Jer 29,12). En su promesa reside nuestra esperanza: la mujer hemorroísa (Mc 5, 25).

¿Qué vemos aquí? Una mujer angustiada que ha dilapidado el dinero en médicos y no se ha curado. Además, ¿cómo hablar de su dolencia en público? Sería humillante y contagiaría su impureza a todo ese gentío que se concentraba al paso de Jesús. Pero ella es decidida, es humilde y tiene una gran confianza en el Maestro. Jesús valora su audacia, el riesgo de la iniciativa que toma sin red, pero con fe. Por ello queda limpia de su mal. ¡Y Jesús la reivindica en público! Pero nada importante ocurre hasta que se da el encuentro personal con Jesús. 

Rezamos para que Dios cumpla nuestros deseos sin fiarnos de sus promesas. Reflexionemos con ello… 

Oración significa estar abiertos al amor de Dios, hacia donde el Espíritu nos impulsa. Y cuanto mejor se reza, con la actitud adecuada, mayor fe se tiene, mejoramos nuestras potencialidades. La oración es un diálogo. Por tanto, se compone de hablar y escuchar para no acabar rezándonos a nosotros mismos. Esto supone una tarea ardua porque estamos sujetos a múltiples condicionantes exteriores e interiores: sentimientos, anhelos, imprevistos, límites... pero también a conductas que no trabajamos lo suficiente. Escuchar es una de ellas. 

En definitiva, la oración se sustenta en estos tres pilares: la humildad, la confianza perseverante y la escucha activa. Con estas tres actitudes podemos llegar muy lejos si nos ponemos a ello cada día. La vivencia de nuestra fe y la evangelización están en juego. Feliz año nuevo, y feliz propósito de rezar mejor, sabiendo que sus frutos son del Espíritu a través nuestro. 

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