Jubileo: tiempo de paciencia

Ante el torbellino de noticias y acontecimientos que cada día nos sobresaltan e inquietan, los cristianos atesoramos una actitud que vivimos como si la hubiéramos arrinconado, y es la hora de desempolvar: la paciencia. Pero como buena virtud que es, no tiene que ver con la parsimonia del pánfilo, de quien ve pasar la vida como la vaca mirando al tren. Es hora de rearmarnos contra el frenesí que desasosiega lo cotidiano mientras encubre falta de esperanza.

Nos hemos contaminado de la sociología de las prisas que aportan muy poco fundamento en esta sociedad que impulsa constantemente a desearlo todo y obtenerlo de manera instantánea logrando así una profunda insatisfacción a medio plazo. Ante esta realidad, se torna fundamental revalorizar la mejor versión de la paciencia que nos enseña a vivir con esperanza. Esperar para un cristiano es saber, y el que sabe, espera. Ahora que estamos metidos en medio del  Jubileo, es tiempo de valorar la profunda conexión entre paciencia y esperanza. Jubileo como invitación a la conversión personal y a la reconciliación con Dios y con los demás. En la espera activa y esperanzada donde encontramos la fortaleza para vivir en medio de la incertidumbre actual, tratando de construir un presente que dé sentido al futuro.

Tener un sentido en la vida es cosa grande, algo que anhelan muchos seres humanos  que viven desnortados en medio de esta cultura de la prisas. Tengo la impresión de que nos ven desde fuera derrochando nuestra fe, pasivos e inactivos ante el infortunio que trasladan las noticias. La paciencia evangelizadora en estos tiempos de inmediatez es un buen camino espiritual capaz de activar una paz profunda mientras transitamos por las estrecheces de lo cotidiano, confiados y atentos a la acción de Dios que se manifiesta en el susurro, como a Elías, tras el estrépito de volcanes y vendavales. Y en la frágil llamada a Samuel, quien no es capaz al principio de reconocer la llamada de Dios. De ahí lo de paciencia “activa”. Es lo que Jacqueline Kellen llama “la grandeza de la espera que teje toda la existencia y eleva a los humanos hacia lo alto”. Es la actitud necesaria hoy para descubrir la gratuidad de los bienes más preciados a nuestra disposición frente al activismo y a la avidez.

La paciencia entendida como una “una floración de la espera”, representa dejar de lado lo inconsistente y lo efímero, asegura J. Kellen. Es más, dicha actitud conlleva firmeza, pues requiere el esfuerzo a contracorriente, tantas veces, para resistir sin aceptar resignadamente la foto social de que todo es inconsistente o materialista. Así, la invitación del Papa a vivir un año de gracia, de misericordia, viene muy bien para recordarnos lo que es el amor por excelencia. Y cuando hay amor de por medio, la esperanza revive pronto.

En este año jubilar en curso, conjuguemos paciencia, espera, esperanza; trabajo interior que acoge ahora la Cuaresma como un impulso especial de vivencia teologal: fe, esperanza, amor. Este tiempo jubilar es una invitación a la conversión personal y a la reconciliación con Dios y con los demás, profundizando en la vida de oración y de amor hacia los demás. Cuántas personas ansían experimentar la fe que tenemos mientras ven adormecidos de nuesytros talentos espirituales que tenemos cuando comentamos qué aburrida es la Cuaresma.  

Seamos, pues, testigos de vida esperanzada y comprometida especialmente con los más necesitados. Es el objetivo doble de la Cuaresma y de este año jubilar 2025 que puede parecer algo anacrónico, pero la invitación papal es bien actual y necesaria. Somos sembradores, tengamos paciencia.

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