Mensaje del Papa a las puertas de Cuba
Acostumbrados a que el Papa Francisco denunciara por tierra mar y aire al materialismo consumista y pusiera en jaque a tantos católicos confortablemente instalados en las políticas neoliberales, sorprende un poco que ante su viaje a Cuba nos recuerde -a todos, no solo a los cubanos- que “necesitamos rezar, necesitamos la oración”. Bienvenida esta reflexión para que no pongamos todos los afanes cristianos en nuestras fuerzas, sino que somos las manos de la obra de Dios.
¿Y cuál es la base de la oración? La esencia de la oración es la confianza. Me encanta lo que afirma Jean Lafrance al final de su libro La oración del corazón: "Cuando mi alma esté agitada o tentada, al punto dejaré a un lado mis pensamientos para lanzarme a la oración (…). No lo pienses, di: voy a orar". Esta sencilla afirmación me dio en su momento una luz extraordinaria; sin duda que el Espíritu se vale de muy poco para cubrirnos con el manto de su sabiduría. Para priorizar la oración de esta manera, por encima de sensaciones paralizantes y dolores sin cuento, se necesita mucha confianza; y la experiencia me dice que al apoyarte en la oración, acabas poseyendo una formidable confianza. Es como un círculo de amor que se retroalimenta, desde la oración a la confianza, porque nos enseña a orar mejor para tener más confianza. Y quien confía en Dios, encuentra la paz.
La oración es un encuentro misterioso y profundo que se realiza en la fe entre Dios y el ser humano en el que, al final, orar es amar y amar es orar. La única especialidad de los cristianos es amar a la manera del evangelio. Todo lo demás, del cielo para abajo, es medio, nunca un fin.
Pero cuando Lafrance anima a no darle carrete a los pensamientos negativos y en su lugar me invita a ponerme a rezar, no es solo para hablarle a Dios; también he de escuchar su voz, ponerme en actitud de escucha activa. Los cristianos creemos que Dios nos habla, que en cada persona y situación lo hace de una manera especial, personalísima siempre, aunque no se manifiesta con la claridad y nitidez que nos gustaría; pero las oscuridades del camino no dejan de ser presencia oculta de Dios a nuestros sentidos que azuza el anhelo de sentirle en nosotros. Y para eso se requiere una actitud de escucha con que nos habla y quiere nuestro crecimiento personal siendo instrumentos de salvación también para otros.
Las dos caras de la comunicación más básica son escuchar y hablar. Sin la actitud de escucha abierta, es decir, la que acoge y reflexiona lo escuchado, no hay diálogo. Ni fe en el otro. La mitad de la palabra pertenece a quien habla, la otra mitad a quien escucha. Sin escucha no hay fe, porque no se puede creer en alguien a quien no escuchamos, y por tanto no conocemos, al estar cerrados a su realidad vital. "Escucha, Israel..." "Ojalá escuchases hoy mi voz..." "Pueblo mío, has cerrado tus oídos a mis palabras...", etc., etc. Dios quiere ser escuchado porque necesitamos escucharle y comunicarnos (la verdadera comunicación es siempre bidireccional) con Él.
La oración confiada, en fin, tiene un efecto transformador. No puede ser que recemos bien y no mejoremos nada nuestra actitud cristiana. Por eso Francisco apela a la ración como palanca de transformación del mundo en verdadero Reino de Dios. Y muchos católicos, me temo, tenemos un gran déficit de oración. Preocupantemente grande, diría yo.
¿Y cuál es la base de la oración? La esencia de la oración es la confianza. Me encanta lo que afirma Jean Lafrance al final de su libro La oración del corazón: "Cuando mi alma esté agitada o tentada, al punto dejaré a un lado mis pensamientos para lanzarme a la oración (…). No lo pienses, di: voy a orar". Esta sencilla afirmación me dio en su momento una luz extraordinaria; sin duda que el Espíritu se vale de muy poco para cubrirnos con el manto de su sabiduría. Para priorizar la oración de esta manera, por encima de sensaciones paralizantes y dolores sin cuento, se necesita mucha confianza; y la experiencia me dice que al apoyarte en la oración, acabas poseyendo una formidable confianza. Es como un círculo de amor que se retroalimenta, desde la oración a la confianza, porque nos enseña a orar mejor para tener más confianza. Y quien confía en Dios, encuentra la paz.
La oración es un encuentro misterioso y profundo que se realiza en la fe entre Dios y el ser humano en el que, al final, orar es amar y amar es orar. La única especialidad de los cristianos es amar a la manera del evangelio. Todo lo demás, del cielo para abajo, es medio, nunca un fin.
Pero cuando Lafrance anima a no darle carrete a los pensamientos negativos y en su lugar me invita a ponerme a rezar, no es solo para hablarle a Dios; también he de escuchar su voz, ponerme en actitud de escucha activa. Los cristianos creemos que Dios nos habla, que en cada persona y situación lo hace de una manera especial, personalísima siempre, aunque no se manifiesta con la claridad y nitidez que nos gustaría; pero las oscuridades del camino no dejan de ser presencia oculta de Dios a nuestros sentidos que azuza el anhelo de sentirle en nosotros. Y para eso se requiere una actitud de escucha con que nos habla y quiere nuestro crecimiento personal siendo instrumentos de salvación también para otros.
Las dos caras de la comunicación más básica son escuchar y hablar. Sin la actitud de escucha abierta, es decir, la que acoge y reflexiona lo escuchado, no hay diálogo. Ni fe en el otro. La mitad de la palabra pertenece a quien habla, la otra mitad a quien escucha. Sin escucha no hay fe, porque no se puede creer en alguien a quien no escuchamos, y por tanto no conocemos, al estar cerrados a su realidad vital. "Escucha, Israel..." "Ojalá escuchases hoy mi voz..." "Pueblo mío, has cerrado tus oídos a mis palabras...", etc., etc. Dios quiere ser escuchado porque necesitamos escucharle y comunicarnos (la verdadera comunicación es siempre bidireccional) con Él.
La oración confiada, en fin, tiene un efecto transformador. No puede ser que recemos bien y no mejoremos nada nuestra actitud cristiana. Por eso Francisco apela a la ración como palanca de transformación del mundo en verdadero Reino de Dios. Y muchos católicos, me temo, tenemos un gran déficit de oración. Preocupantemente grande, diría yo.