Pensando en mi felicidad, me acordé de ti

Este adagio anónimo, resume perfectamente lo que quiero compartir esta semana. Reflexionando de camino al trabajo, me venía a la cabeza que el amor es el sentimiento más popular, más anhelado y a la vez zarandeado que los humanos podemos albergar en su interior. Los cristianos creemos que estamos hechos para el amor, pero al mismo tiempo y bajo este nombre, amor, se han llegado a romper todas las barreras culturales, temporales y hasta morales para convertirse en una fuerza tan descomunal que solo le sigue a distancia lo que podría ser su antónimo, es decir, el odio.

Aun en medio de esta sociedad materialista a más no poder, no ha perdido actualidad el amor aunque se mencione con significados muy diferentes. Está bien visto hablar del amor en todo lo referente al sexo y, en otro plano completamente diferente, en todo lo que tiene que ver con la madre biológica, el gran reducto que queda todavía para que la admiración por el verdadero amor desinteresado salga sin complejos entre sentimientos de admiración y agradecimiento.

Pero volviendo a los cristianos, sabemos que lo esencial que nos dejó Cristo en el evangelio, es el amor. El resumen que hizo el propio Jesús de Nazaret es así de claro: ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Un mandamiento -amar- que resume lo esencial del decálogo del Antiguo Testamento. Y por si no estuviese claro todavía, el Nuevo Testamento es una interpretación radical de ese mandato bíblico, con la particularidad que el campo de acción se abre expresamente a los que nos hacen daño, a nuestros enemigos... A todos y todas. La gran historia de la salvación no es más que una larguísima historia del amor del Padre a través de los tiempos y culturas que se va desvelando hasta mostrarnos rasgos incomprensibles en un Dios omnipotente y todopoderoso.

En efecto, pasajes como los del hijo pródigo, la adúltera o el Cristo en la Cruz, muestran la potencia misericordiosa y compasiva que ya apuntaba Isaías mostrando a aquél temido Yahvé con entrañas de madre. Toda la creación, la vida, la existencia giran en torno al verdadero amor. Y todo lo demás, son complementos y ayudas, pero nunca nada que pueda empalidecer el mensaje revolucionario del amor que además, solo tiene su expresión en los hechos. Sirva la fecha de Todos los Santos para recordarnos que lo son no porque tuvieron menos defectos o debilidades, sino porque se esforzaron en vencerlas amando “aunque duela”. Y para pensar en el mensaje central de Jesús: que todos se salven, que para eso he venido, para insuflar lo único seguro que sabemos del Padre y de la Trinidad: que son Amor puro, total, al que estamos llamados todos y debemos avanzar hacia nuestra plenitud a base de hechos... de amor.

Seguimos aferrados al “Señor, Señor...” aunque se nos dice expresamente que esto no es lo fundamental. Que el camino es amar, transformarnos para transformar abiertos sin miedo a la gracia. Hasta llegar a unir nuestra felicidad a la de otros, como dice el adagio con el que comenzaba estasd líneas y que puede servirnos como un estupendo mantra semanal. Y entonces todo lo demás se nos dará por añadidura.

Humildad pues, y a seguir intentándolo, pero sin creernos mejores que otros, cosa que también tenemos muy arraigada en Occidente.
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