En la buena dirección
| Gabriel Mª Otalora
El Papa Francisco tomó la decisión en 2022 de permitir que los laicos puedan dirigir comunidades religiosas, con permiso del Vaticano. Esto supuso ladear el Derecho Canónico cuando estipula que “sólo el clero puede ser elegido superior mayor de órdenes religiosas que incluyan miembros tanto ordenados como no ordenados". Este cambio impulsado por Francisco es un paso más en coherencia con la nueva constitución apostólica Pradicate Evangelium, la cual permite a los laicos dirigir cualquier organismo del Vaticano basándose en que el gobierno está vinculado a la misión y no a la ordenación. Aquí reside el fondo de esta buena noticia.
Estoy seguro que solo una minoría de personas católicas y cercanas a las actividades parroquiales, se enteraron en su día de aquél escrito vaticano (mayo de 2022). Y como yo, la mayoría hemos sabido la noticia -en mi caso, por la web de Religión digital- por la dispensa papal a un laico lego para convertirse en abad de una abadía benedictina de New Hampshire (EEUU), concedida el pasado 17 de junio.
Esta posibilidad de excepción a la norma de manera reglada es otra ventanita abierta en el férreo muro clericalista, abierta nada menos que por el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Un paso más en el creciente nombramiento de puestos de liderazgo a personas laicas.
Mediante el rescripto de respuesta a esta comunidad monacal estadounidense se ha derogado el Código de Derecho Canónico en lo referente a la exclusiva dirección de clérigos en el ejercicio del orden sagrado. Curiosamente, esta buena noticia tuvo su antecedente nada menos que en el primer abad de la historia, Benito de Nursia, que tampoco fue clérigo consagrado, y sin embargo escribió la Regla de la Orden Benedictina sin recibir consagración alguna.
En el futuro, posiblemente se podría hacer una distinción entre 'presidir' y “'celebrar', por ejemplo en las comunidades parroquiales. El presbítero no puede ser por más tiempo alguien que no delegue, de verdad, muchas de las funciones organizativas de una parroquia, o de una unidad pastoral. Existen laicos preparados para coordinar y ejercer responsabilidades por su propio ministerio, sin hacerlo necesariamente por la falta de presbíteros. Quitando algunos sacramentos y encomiendas pastorales, cada vez más hombres y mujeres tienen la capacidad de organizar y dirigir amplios espacios de actividad parroquial, donde el cura debería limitarse en estos temas a ser un buen coordinador: teólogas, gerentes en la vida profesional… tienen criterios sobrados para dinamizar la comunidad con criterios propios.
¡Qué miedo daba la figura del “viri probati” cuando se plateó que laicos varones (no digamos las mujeres) desempeñaran funciones avalados por su entrega cristiana con el refrendo de la comunidad parroquial o diocesana! Era algo que hubiera desmontado parte del poder eclesial. Jesús nos remitió al servicio desde la figura elocuente del lavatorio de los pies, que el Evangelio de Juan lo narra mientras omite la Eucaristía, como si lo esencial del liderazgo cristiano estuviera ahí precisamente, en el servicio.
Estamos donde estamos, y no faltan quienes todo esto les parece un pasito pírrico ante la renovación eclesial necesaria que tenemos por delante. Pero es un paso más, que hay que valorar en lo que vale.
Mientras llegan las sesiones del Sínodo de la sinodalidad, profundicemos en el cambio personal que se precisa en nuestro interior para un cambio efectivo eclesial, como está intentando Francisco. Es lo esencial y todo pasa por desmontar el abuso de la asimilación de Pueblo de Dios a Institución eclesial cuando hablamos de Iglesia. En realidad, lo que ha ocurrido es que la institución es más importante que el Mensaje. Ya lo expresé en su día, cuando entendía que junto al dicasterio de la ortodoxia (Doctrina de la fe), debiera coexistir el dicasterio de la ortopraxis (Caridad). Cada paso que da el Papa para desaguar el clericalismo, se encuentra con resistencias tremendas nada evangélicas que recuerdan demasiado a las resistencias de aquellos expertos clérigos de la religión que no aceptaron a Jesús.
Confío en que el laicado logre su espacio eclesial natural a no mucho tardar, a la manera de la organización de las primeras comunidades, adaptada a este tiempo. Solo así la Iglesia recuperará su frescura, es decir, será Buena Noticia, luz para tantos desnortados, consuelo de los marginados y modelo de convivencia, en donde pueda volver a escucharse aquél “Mirad como se aman” que exclamó Tertuliano…