La Cultura del Cuidado:

¿Sueño o Utopía?

Cuidar de otros

"No es malo ser vulnerables.  Es peor sentirse perfecto a sentirse necesitado de ayuda y misericordia porque los que se piensan perfectos nunca verán sus propios errores a corregir y viven en una ceguera cómoda que hiere constantemente a los demás."

El Papa Francisco nos invita a soñar cuando nos habla de la cultura del cuidado: “nos invita a asumir un modo de soñar y de caminar hacia un mundo nuevo, hay que tener la humildad y el coraje para revisar y transformar nuestras lógicas, actitudes y estilos de vida, nuestras formas de reflexión y de relacionarnos”. [1]
Para la 54 Jornada Mundial de la Paz, el Pontífice nos regaló un mensaje sobre la cultura del cuidado como camino hacia la paz y señaló: “La cultura del cuidado es una forma de vivir donde se erradica la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día”.
Más adelante, el 5 de noviembre del 2022 en un mensaje de la red social X publicó “La cultura del cuidado es el antídoto contra un mundo impregnado de individualismo y prisionero de la tristeza.   Aprendamos a hacernos cargo de los demás, de la ciudad, de la sociedad, de la creación, para experimentar la alegría de la amistad y de la gratuidad”.

Cada uno de nosotros puede preguntarse en qué cultura está, si vive en la cultura de la indiferencia y el rechazo o en la cultura donde asumimos la responsabilidad de cuidar todo lo que se nos ha dado y tenemos.  Esto nos lleva a un fuerte examen de conciencia porque muchas veces nuestras relaciones distan de ser guardianes mutuos del hermano y en ocasiones más bien los celos y las envidias nos llevan a ser verdugos del hermano.   No solo existe la muerte física, cuando se abusa de otra persona, ya sea física o psicológicamente o cuando se le calumnia o se le aparta lo llevamos hacia una muerte en vida y tampoco nos hacemos cargo de reparar luego ese daño.

Si vamos a la Palabra de Dios, la cultura del cuidado fue un pedido de Dios al hombre desde el Génesis.    Adán y Eva rechazaron el Paraíso para seguir sus propios planes egoístas, aunque Dios los había hecho guardianes de toda su creación (cf. Gn 2,8) y posteriormente, Caín mata a su hermano Abel.  Caín es incluso capaz de responderle a Dios ¿acaso yo soy guardián de mi hermano? (Cf Gn 4,9).  Sí Caín, si lo eras y ese acto fue tan desagradable a Dios como el de tus padres.

Nosotros seguimos siendo Adán, Eva y Caín.  Nuestra herida del pecado nos plantea siempre la posibilidad de optar por el mal, por herir y matar al hermano, pero Jesucristo nos invita en su Evangelio a vivir cuidándonos unos a otros.  La Palabra “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,36-40) es la primera que debemos reflexionar frente a un cambio cultural.  Si no nos amamos a nosotros mismos en nuestra salud mental, física y espiritual no podemos ser capaces de amar a otros. Si no reconocemos nuestra debilidad y vulnerabilidad tampoco podremos ser misericordiosos con los demás.    No es malo ser vulnerables.  Es peor sentirse perfecto a sentirse necesitado de ayuda y misericordia porque los que se piensan perfectos nunca verán sus propios errores a corregir y viven en una ceguera cómoda que hiere constantemente a los demás.

Jesús nos entrega en la parábola del Buen Samaritano la raíz de la cultura del cuidado (Lc 20,30-37).  Aquel hombre samaritano se detuvo ante el que sufría, tuvo misericordia de él, aunque no era uno de los suyos, atendió a su hermano como le hubiera gustado que lo atendieran a sí mismo.   Hizo más de lo que se esperaba que hiciera.   Muchas veces nos conformamos con decirle al que sufre una palabra sin incomodarnos para tomar acción y ayudarle efectivamente ante su dolor, sea cual sea la razón de su sufrimiento.   Y no olvidemos el mandato de Jesús al finalizar este texto: “Anda entonces y haz tú lo mismo”. 

Por otra parte, en Jn 13, 12-15, Jesús nos enseña cómo amar a los demás, incluso cuando la vida nos pone en posiciones de liderazgo y autoridad:  se ama a los demás sirviendo, lavándonos a pies unos a otros, en otras palabras, cuidándonos unos a otros.   Lo que ha sucedido en la Iglesia con figuras autoritarias como Maciel o Karadima, entre otros, que abusaron a tantas personas, es fruto de no querer entender las Palabras de Jesús, pues tomar el poder para subyugar, manipular y abusar del otro es antievangélico porque la autoridad que el Señor nos enseña es simplemente para servir al otro.

El Papa Francisco nos indicó en este texto de la Jornada Mundial de la Paz que: “En la cúspide de su misión, Jesús selló su cuidado hacia nosotros ofreciéndose a sí mismo en la cruz y liberándonos de la esclavitud del pecado y de la muerte. Así, con el don de su vida y su sacrificio, nos abrió el camino del amor y dice a cada uno: “Sígueme y haz lo mismo” (cf. Lc 10,37)

Estamos claramente llamados a seguir a Jesús y hacer lo mismo, cuidar de los demás hasta el punto de ofrecernos a nosotros mismos por ellos como muchos santos también nos han enseñado en un perfecto discipulado de Cristo.   Pensemos en San Maximiliano Kolbe, ofreciendo su vida por otro prisionero, solo por dar un ejemplo, pero no seremos capaces de dar este paso si no entramos en esta dinámica del amor y la autoridad como servicio y cuidado.

La gramática del cuidado, es decir, cómo funciona.

En su texto el Para Francisco también nos enseña qué debemos hacer para implementar una cultura del cuidado y nos dice que debe hacerse a través de la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación.   Es muy importante el énfasis que pone en la defensa de la dignidad humana y por eso en esta cultura del cuidado no están avalados los abusos de ningún tipo.  Toda persona tiene derecho a denunciar cuando su dignidad es violentada porque uno de nuestros máximos deberes como personas y más como cristianos es proteger la dignidad humana.

La gran pregunta es ¿seremos capaces de implementar esta cultura?   Necesitamos primero una inmensa humildad, que debemos pedirla a Dios, para reconocer que debemos cambiar, pero también tenemos que reeducarnos en la forma de relacionarnos y en la forma de ejercer el liderazgo en la Iglesia.  El Papa también nos dice que se requiere un compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos.

Ante todo, lo anterior, yo propongo un decálogo para vivir la cultura del cuidado que nos permita realizar una especie de check-list (lista de revisión) y así evaluar si vamos hacia el sentido evangélico correcto:

Cuidar es un modelo arraigado en el Evangelio Cuidar es escucha, acompañamiento y reparación Cuidar es servir (no poder) Cuidar es luchar por el bien común, contra la indiferencia, el rechazo, la violencia, la falta de transparencia. Cuidar es cuidar también de nosotros mismos Cuidar es cercanía, ternura, reciprocidad, alegría, generosidad, solidaridad. Cuidar es perdón y misericordia Cuidar es prevención de abusos de todo tipo Cuidar es encuentro y buen trato Cuidar es libertad y liderazgo positivo

Deseo destacar el punto cinco sobre el cuidado de nosotros mismos porque a veces creemos que ser cristianos es darnos hasta el extremo sin nunca tener espacios de descanso, recreación, de cuidado de la salud mental, física y espiritual.   Todo esto es necesario para servir bien sino ¿cómo podremos ser capaces de dar lo mejor de nosotros?

Debemos tener humildad (nuevamente lo destaco) para pedir ayuda cuando lo necesitemos, sin vergüenza ni temor. Atrevernos a buscar médicos, psicólogos, psiquiatras, guías espirituales y verlo con normalidad.   Buscar el balance de nuestra vida siempre y formar a otros de esta manera libre y responsable.

La cultura del cuidado y el buen trato requiere que nosotros podamos ser personas “en balance” que tienen cuidado también de sí mismas y de sus propios problemas en cualquiera de los ámbitos de la persona.

Revisado todo lo anterior pareciera que la cultura del cuidado es una utopía, sin embargo, si cada uno de nosotros se propone vivir el decálogo del cuidado, aunque haya que levantarse de mil caídas para seguir adelante, ese sueño puede llegar a ser posible, teniendo siempre en cuenta que la Iglesia perfecta solo lo será en el cielo y que mientras caminamos, lo hacemos con grandes vulnerabilidades, pero si se reconocen y se enmiendan, es posible avanzar por el camino de la paz.

Rumbo al Jubileo 2025 cuyo lema es “Peregrinos de esperanza”.

Este tiempo de gracia que nos regala nuestra Madre Iglesia es como un oasis en medio del desierto.  Venimos saliendo del COVID, una pandemia que cobró miles de vidas y nos confinó como nunca en nuestras casas y tristemente, parece que no aprendimos la lección.  ¿Cuál lección?  Que nadie se salva solo, que necesitamos unos de otros, que necesitamos cuidarnos unos a otros.

Este oasis al que vamos a llegar en el 2025 es nuestra gran oportunidad para una profunda conversión y darnos cuenta de que tenemos que dar el salto hacia un cambio para encontrar la paz y con ello la felicidad que todo hombre busca en su corazón.    Todos sabemos las crisis tan grandes que enfrentamos con las guerras, el hambre, la injusticia, la trata de personas, el narcotráfico, las crisis migratorias, el desempleo o subempleo, la esclavitud moderna, en fin, tantos males que nos azotan.    Los pobres, frágiles y enfermos no están al centro de nuestro cuidado y ese es el primer gran cambio que tenemos que hacer.

Sabemos que hay muchos hermanos que hacen el bien, pero no son suficientes.  Todos debemos ser apóstoles del cuidado, es decir apóstoles del amor.    Acerquémonos a Dios en este Jubileo que es para todos, aunque no podamos peregrinar a Roma, podemos hacer una peregrinación local y en el corazón para pedir perdón a Dios y comenzar una nueva ruta y eso se transforma en esperanza.

La esperanza no es solo la vida eterna, también tenemos esperanza en el ser humano creado por Dios que es capaz de hacer el bien, de decir no al mal, a la guerra y proteger al más pequeño.   El ser humano lleva en su corazón ese deseo de Dios y puede ser capaz de configurarse con Cristo como lo hizo la Santísima Virgen María y como lo han hecho todos nuestros santos.  Solo nos basta su gracia.

Somos peregrinos de esperanza y tenemos la responsabilidad de cuidar todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos: la vida, la Creación, el bien común, todo.  Tenemos que heredar un mundo mejor a las nuevas generaciones y esto solo lo podremos lograr con la cultura del cuidado como camino hacia la paz.

La brújula que nos propone nuestro Pontífice para este viaje son los principios sociales establecidos en la Doctrina Social de la Iglesia donde como protagonistas, estamos llamados a ser profetas y testigos de la cultura del cuidado para superar tanta desigualdad social y dolor.    El Papa Francisco tal como otrora también lo hizo San Pablo VI, señaló que las mujeres tienen un papel fundamental en esta construcción.

Que la Madre de Dios, Madre de la Esperanza nos ilumine el sendero para no perder nuestro rumbo, todos somos importantes para Dios y deben serlo para nosotros sin importar su condición.

[1] https://www.redentoristasdecolombia.com/la-cultura-del-cuidado-del-cuidar-del-cuidarnos/[1]

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