Liturgia de la UBL "Conviene que me quede hoy en tu casa" (Lc 19,5)

Comentario al evangelio del XXXI domingo del Tiempo Ordinario

Zaqueo
Zaqueo

Al leer el evangelio de Lucas nos seguimos percatando de la predilección de Jesús por las personas consideradas marginales o "periféricas". Los protagonistas en el Evangelio son las mujeres, los niños, los enfermos y los "pecadores", con todo lo que implica ser "pecador" socialmente reconocido en el antiguo Israel. El pecado, recordemos, no tenía una dimensión moral solamente, sino también una condición legal que podía expiarse a través de actos rituales estructurados, así también como la impureza frente al Santo que debía ser imitado en todo.

Jesús entra a Jericó, una ciudad cercana al Mar Muerto, cercana al desierto de Judá, la atraviesa y en medio de ella se encuentra con el "jefe de los publicanos", de aquellos judíos que prestan sus servicios para el poder imperial romano en lo que a la recolección de impuestos se refiere. Se trata de alguien muy rico, pero su riqueza proviene de la usura, al menos así lo presuponen las estructuras sociales y los referentes estereotipados de aquella cultura. Por ende, por su complicidad con el invasor de turno, Zaqueo es visto como un traidor, un enemigo peor porque era "de los nuestros".

No obstante, el texto nos dice que le intrigaba la figura de Jesús: "trataba de ver quién era" y creo que ahí está el punto de quiebre en el texto. A pesar de su estatura y de su condición marginal se preguntaba por la identidad de Jesús y su curiosidad por acercarse era más que eso. Se adelantó corriendo, se subió a un arbusto, hizo cosas que podrían ridiculizarlo aún más pero no le importó porque tenía deseos de conocer a Jesús. El evangelista nos guía en la escena y parece insinuar que Jesús sabe lo que Zaqueo está pensando, que conoce su interioridad sin siquiera conocerle de primera entrada a él. Bueno, no hay que ser "sobrenatural" para percibir que semejante esfuerzo se enraizaba en un sentimiento sincero. La intención de Zaqueo era simplemente verle, no buscaba nada más, no se imaginaba que Jesús le dirigiría la palabra porque reconocía su condición a-moral. No obstante, el Jesús de Lucas actúa como ha actuado en todo el evangelio: le dirige la palabra directamente, le ordena que se baje de ahí y se auto-invita a la casa de Zaqueo. Conviene que Jesús se quede en su casa, que entre allí y, con él, que entre una nueva manera de concebir el mundo, la sociedad y la vida. La alegría del publicano se mezcló con su sorpresa y la comunicación entre ambos fue amable, serena, llena de bondad. A su alrededor el ambiente era diferente: hostil, seco, falso. Pero igualmente a Jesús poco le importó.

El hecho de que Jesús entrara en casa de Zaqueo evidenció un cambio que ya se había dado en el corazón del publicano desde que corrió y se subió al arbusto. Su conversión se transformó en acciones: devolviendo lo robado, reparando "hasta cuatro veces" el daño porque cuando la bondad de Jesús toca el corazón la vida misma florece en quien se siente su seguidor. Reconocer nuestros fallos, nuestra fragilidad, no es algo negativo o penoso, es algo humano. La iglesia debería asumir, como en otros momentos, esta dinámica de sentirse servidora y necesitada, frágil y vulnerable para buscar a los frágiles y vulnerables de la historia.

Efectivamente, la salvación ha llegado a esa casa. Cuando Jesús entra en la vida de quienes, como Zaqueo, le reciben con alegría y con espíritu de cambio, todo es novedad. La salvación no se circunscribe a la vida después de la muerte, más bien inicia aquí, con nuestra transformación que implica aceptar el Reino de Dios y aceptar que, en ese Reino, los despreciados tienen ventajas sobre los que se creen "santos" y "buenos", porque "[...] el hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (19,10).

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