¿Dónde estaba Dios? Sobre la tragedia del huracán Otto en Costa Rica, Nicaragua y Panamá



Como creyente, no pude dejar de pensar en esto cuando el huracán Otto azotaba Costa Rica, Nicaragua y Panamá. Muchos pensaron esto en medio de la tragedia, agonizantes, con mucha más razón que yo, que lo hacía acostado en una cama seca... En mi intranquilo sueño, recordé un texto difícil de Jon Sobrino: "Terremoto, terrorismo, barbarie y utopía" pues en él se explica que no hay respuesta racional para éstas dudas, sólo una respuesta desde los márgenes, desde los límites de la existencia. ¿Cómo creer en medio de la desgracia? Se trata del dilema eterno de la teodicea que es sacado a flote por eventos como éste.

Sobrino, acudiendo a Jesús, Dietriech Bonhoeffer, Monseñor Romero e Ignacio Ellacuría, acudiendo a ellos que vivieron los horrores de la violencia y la injusticia, escudriña una respuesta a la pregunta plantead: ¿Dónde estaba Dios? Dios estaba en medio del sufrido pueblo, es más, Dios estaba sufriendo las agresiones de los verdugos contra los pobres, estaba padeciendo los efectos de la naturaleza, del egoísmo y de la violencia de nosotros/as, humanos inconscientes que apostamos por el dinero, por el mercado, destruimos el entorno y luego recibimos las consecuencias.

A veces debemos pensar más allá y tener claro que hay desastres naturales que no son naturales, como lo plantea Sobrino. ¿Por qué siempre les pasan estas cosas a los más pobres? ¿Por qué a ellos/as? Porque quienes viven en los barrios "bajos" y en las periferias no pueden escoger dónde vivir. Alquilan, mantienen varios hijos, tienen un trabajo que necesitan por más que lo exploten, no pueden elegir. Cuando hagan su casa, la harán a la orilla de los ríos, en los lugares más baratos porque no les alcanza para vivir. Ponen su vida en riesgo porque vive "al límite", viven siempre en riego. Se trata de un desastre natural que no es solamente natural, sino también y más bien socio-económico. La naturaleza no es tan responsable.

No es "voluntad de Dios", no. Dejemos ese discurso de complicidad. Menos aún podría ser un "castigo de Dios". Quien diga esto nunca ha entendido al "Dios de Jesús", como me gusta llamarle, es decir, a la metáfora de vínculo, fraternidad, amor finalmente, que sólo implica bondad, invita a la compasión, a la fortaleza frente al asesino y a implicarme en los otros convirtiendo mi vida plena en "vida para".

¿Dónde estaba Dios? Anoche Dios estaba en el techo de una casa sin poder escapar, estaba viendo como su hogar se inundaba, estaba llorando desesperadamente cuando el agua llegaba a su cuello. Dios estaba muriendo en una cruz: estaba en Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial, estaba en El Cafetalón durante el terremoto que sacudió a El Salvador en 2001, está en Siria en medio de la guerra civil... ¡Y también estaba en Upala y Bagaces anoche! Dios estaba EN quienes sufrían la desgracia, estaba viviendo en carne propia el miedo y el abandono. Pero también estaba EN las manos de quienes arriesgaron su vida por salvar otras vidas, en quienes planificaron y se entregaron totalmente.

Precisamente ahora nos toca a nosotros/as seguir "estando". Nos toca ayudar a Dios. Nos toca hacer presente a Dios. Dios no está en las nubes, está en las manos de todos/as. Está en nosotros/as. Debemos actuar ya y devolver la esperanza a estos pueblos y estas personas que viven el drama de la naturaleza, pero también del sistema económico injusto impuesto por décadas en estas zonas olvidadas del país. Las politiquerías irresponsables electoreras y los conflictos promovidos estúpidamente por los medios de comunicación muestran lo poco que les importan estas gentes que sufren ahora. Tomemos consciencia, no ignoremos, VAMOS YA A LA CRUZ ROJA, VAMOS A LOS CENTROS AUTORIZADOS A AYUDAR, vamos a dar hasta de lo que nos falta. A ellos/as les falta más que a nosotros/as hoy. Dios está allá batiendo barro, ensuciándose las manos y debemos ayudarle.

"Bien sea en este lenguaje teologal -de fe-, bien sea en cualquier otro lenguaje, es decisivo ver a las víctimas con respeto, devoción y veneración, pues nos ponen ante el misterio último de la realidad. Quizás puedan remitirnos también al misterio de Dios, el impensado, que -en su escondidez y ocultación- sigue siendo fuente de dignidad y esperanza. En cualquier caso, si algo no hay que hacer con las víctimas es reducirlas a objetos -ni siquiera a objetos de beneficencia, y menos a instrumentos de propaganda-. Son signos y sacramentos de una realidad misteriosa, la de un Dios, que participa en sus sufrimientos" J. SOBRINO, Terremoto, terrorismo, barbarie y utopía. El Salvador, Nueva York, Afganistán, San Salvador: UCA Editores, 2006, p. 59.
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