Liturgia de la UBL Viernes Santo: "¿Entonces tú eres rey?"

Comentario a la liturgia de la Pasión del Señor (Jn 18,1-19,42).

Retablo de Isenheim
Retablo de Isenheim

El retablo de Isenheim, pintado por Matthias Grünewald, reproduce la imagen de un crucificado asolado por la peste. La historia de la humanidad ha sido la historia de la supervivencia ante el hambre, la guerra y las enfermedades. En medio de las tragedias humanas se ha forjado el carácter y se han buscado respuestas, no siempre las más acertadas. El enorme retablo de Grünewald es conmovedor. Fue pintado para un monasterio antonino en Colmar (hoy día Alsacia, Francia) que atendía a personas con padecimientos cutáneos. El crucificado está cubierto por bubones, protuberancias negras en su piel, imitando así el dolor de quienes oraban delante de él. La primera lectura propuesta para el día de hoy queda ilustrada maravillosamente en el Cristo enfermo de Isenheim: "Cargó sobre sí nuestros males y soportó todas nuestras dolencias [...] por sus heridas fuimos sanados" (Is 53,4-5). Quienes le rezaban se sentían identificados con él, sentían que Dios estaba sintiendo lo que ellos/as sentían, se daban cuenta que estaba padeciendo lo mismo que ellos/as. En palabras de J. Ratzinger: "Este cuadro hacía que a través de su enfermedad se sintiesen identificados con Cristo, que se hizo una misma cosa con todos los que sufren a lo largo de la historia; experimentaron la presencia del crucificado en la cruz que ellos llevaban, y su dolor les introdujo en Cristo, en el abismo de la misericordia eterna" (1).

Así como el Cristo enfermo de Grünewald, muchas personas hoy sienten el dolor de la enfermedad y el miedo ante la muerte. La crisis ocasionada por el virus que produce el COVID-19 nos hace replantearnos todo: nuestra forma de vivir, nuestra respuesta ante el dolor y el fin de la vida. Se trata de una situación límite que debe ayudarnos a pensar. Desde un punto de vista teológico, la pregunta por Dios se plantea con más fuerza: ¿Dónde estaba Dios durante la Peste Negra? ¿Dónde estaba Dios en Auschwitz? ¿Dónde está ahora? Sin embargo, esta pregunta parte de una concepción de un Dios todopoderoso, glorioso, motor del cosmos y esa no es la concepción del Dios en quien Jesús creía. Por ende, la pregunta está mal planteada. ¿Cómo acompaña Dios? es una pregunta más acertada. El Dios que Jesús predicó caminaba con él, comía y bebía con él, lloraba con él y, finalmente, murió con él en la cruz. Dios no evita el mal ni el sufrimiento porque no es él quien lo provoca, sino nosotros/as. Inclusive en los desastres naturales, que no siempre son tan "naturales", nuestra sociedad deja de lado a los vulnerables y son ellos los primeros en ser tocados por la desgracia. Pues bien, para los/as cristianos/as, Dios está sufriendo con quienes sufren, acompañando en la soledad, alentando a quienes luchan y dan su vida por otros. Ese es el Dios que se revela en la cruz: su corona de rey no es gloriosa, sino compasiva.

El relato de "la Pasión" de Jesús en el evangelio de Juan es extensísimo, es una meditación paso a paso más que una fría concatenación de hechos. Quisiera centrarme solamente en un aspecto de esta larga narración. Cuando Pilato está interrogando a Jesús la conversación se torna densa (18,28-19,16): Pilato le pregunta sobre su condición regia, sobre su "reino" y sobre "la verdad". ¿De qué forma es rey Jesús? Este es el tema de fondo de toda la conversación y la estructura de la escena lo deja entrever: desde que lo traen para el juicio por "hacerse rey" (18,29) hasta que Pilato lo expone frente a la multitud "Aquí tenéis a vuestro rey" (19,14). En el centro de la narración está la burla, la humillación y el escarnio de los soldados. Jesús es coronado rey por ellos (19,2-3) y, aunque dicha coronación sea una farsa, revela "la verdad" por la que pregunta Pilato. La realeza de Jesús no es aquella por la que se le acusa, su reino no consiste en la imposición o la violencia, aunque el Jesús histórico no rehuyera siempre de ella. Su mesianismo no es como el poder invasor de los romanos que aplasta a los débiles, sino que reivindica a los últimos, restituye a los olvidados. Ya estando la suerte echada, Pilato hizo salir a Jesús y "[...] se sentó en el tribunal" (19,13). ¿Quién se sentó? De forma increíble, el sujeto del verbo griego ekáthisen es Jesús, no Pilato. Pilato "hizo sentar a Jesús" en el estrado, en el lugar del juez. La ironía joánica se manifiesta acá, como lo entrevé C. M. Martini, porque aquel que parece ser juzgado es, en realidad, quien juzga a la humanidad:

"Jesús no reina dominando, extendiendo su influencia por medio de un poder de lo alto, sino que reina atrayendo. Haciendo resplandecer en sí mismo el amor de Dios por la humanidad desvalida, Jesús es capaz de atraer a sí a todo el que sepa leer el signo, a todo el que a través de la mediación de la cruz sepa leer su propia pobreza y desvalimiento -una situación completamente semejante a la del Hijo- la certeza de ser amado por Dios" (2).

En este momento se concretiza "la hora" de Jesús. Su revelación máxima se da en la cruz (3). Pilato lo envía a crucificar y es allí, en el suplicio de la muerte, donde Jesús cumple su "misión" de revelar a Dios: la realeza de Jesús se evidencia en su plena humanidad (eccehomo)Dios se manifiesta ahí donde no le vemos, en los lugares despreciados de la existencia, en los reveses de la historia. Para los cristianos/as Dios está más patente en las dificultades y es este el nuevo sentido que la cruz adquiere para nosotros/as. No es una exaltación del dolor sino una resignificación del sufrimiento: se trata de darle sentido, aunque no lo tenga o no parezca no tenerlo.

El mal de la enfermedad y de la muerte forma parte de nuestro mundo, es el punto de quiebre de la vida. Pero tiene sentido si se hemos llegado a hasta ahí en donación, en entrega. Dios muestra un rostro distinto del que nos han enseñado porque abraza a todos/as y padece con aquellos que han sido alcanzados por el dolor. Esta es la paradoja del cristianismo: Dios muere, sí, muere porque comparte todo con nosotros/as, pero también porque, a partir de la muerte, otorga nueva vida. Cuando una "vida para..." termina, exhala su último aliento, es donde se realiza la Pascua plenamente, así como se realizó en Jesús crucificado:

"Él es la Pascua de nuestra salvación, es aquel que hubo de soportar mucho en la persona de muchos: asesinado en la persona de Abel, amarrado en Isaac y exiliado en Jacob [...] Es el que se encarnó en la Virgen, el que colgó de un leño, el que fue enterrado en la tierra, el que fue levantado de entre los muertos, el que fue elevado a la altura de los cielos" (4).

Bibliografía citada

(1) J. Ratzinger, "El Viernes Santo": AA.VV., Vía Crucis, Madrid: Encuentro, 2006, p. 14.

(2) C. M. Martini, Los relatos de la Pasión. Meditaciones, Santander: Sal Terrae, 2018, p. 166.

(3) J. Zumstein, El evangelio según Juan, tomo II, Salamanca: Sígueme, 2016, p. 305.

(4) Melitón de Sardes, "Sobre la Pascua", 69-70.

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