Carta Pastoral en la Jornada Mundial del Enfermo 2019
1. Soy consciente de que me dirijo a un colectivo muy querido. Lo hago con motivo de la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra el día 11 de febrero, memoria litúrgica de la Santísima Virgen de Lourdes. Con esta carta quiero llevar mi afecto a todos los sanitarios, en todas sus especialidades de servicio al enfermo; también, a todos los voluntarios que siempre representan la mejor sensibilidad de la sociedad y de la Iglesia en favor de los enfermos.
Y naturalmente, mis palabras van dirigidas con un especial afecto a todos los enfermos, niños, adultos y mayores, que son el centro de esta celebración de la Iglesia católica, que este año tiene su punto de referencia en Calcuta (India), por ser la ciudad de servicio de Santa Teresa de Calcuta, modelo de la caridad, que hace visible el amor de Dios a los pobres y enfermos.
2. Todos los que os movéis en los ambientes sanitarios no tenéis otro interés que no sea sanar y acompañar a los que cada día atendéis, uno a uno, en su concreta situación de enfermedad y dolor.
Cuando nos acercamos a vosotros, enseguida descubrimos que os veis como alguien que sirve a sus pacientes. Siempre es muy explícito en la vida de una persona, que tiene la vocación de sanar y acompañar al enfermo, que lo fundamental para vosotros es servirle; incluso cuando reivindicáis mejoras para vuestra profesión.
Todos los sanitarios sabéis mejor que nadie que la vida es un don, y al servicio de este don os veis y os situáis en todo cuanto hacéis. Servís a lo que cada ser humano recibe al ser concebido.
3. Esta convicción de que la vida es un don la recoge de un modo precioso el Papa Francisco en el mensaje que ha dirigido para esta Jornada Mundial del Enfermo: “La vida es un don de Dios”.
Pues bien, teniendo en cuenta esa óptica, la mirada al enfermo en su fragilidad y sufrimiento ha de ser siempre para dignificar el don de la vida; por eso, practicar el descarte o incluso la muerte es no entender nada del valor de la vida humana. Suele suceder, sin embargo, que en este mundo moderno, individualista y fragmentado hay personas que al margen de Dios, pretenden ser ellos los que han de decidir a quién aún merece la pena cuidar y quién ya no sirve para vivir.
4. Si los seres humanos fuésemos capaces de aceptar con naturalidad y sencillez que somos criaturas, es decir, que somos lo que hemos recibido, esto necesariamente nos haría generosos y solidarios. Por eso, me dirijo ahora a cuantos voluntarios os movéis en torno al enfermo, ya seáis familiares o lo hagáis en virtud de vuestra fe y pertenencia a la Iglesia, o también por una especial sensibilidad humanizadora en favor de los más débiles; a todos animo a desplegar vuestra vida con el testimonio del amor gratuito. ¡Cuántas acciones heroicas hay en este campo pastoral y de servicio social!
Como dice el Papa Francisco:“El voluntario comunica valores, comportamientos y estilos de vida que tienen en su centro el fermento de la donación. Daos con ilusión y alegría”. Dad por seguro que lo que recibiréis siempre será mucha gratitud, especialmente de los más solos, de los descartados de la sociedad y a veces, incluso, de sus familias.
Por eso deseo, en nuestra Diócesis de Jaén, el fomento de instituciones que tengan como fin cuidar la fragilidad de las personas enfermas. No olvidéis nunca, y en especial en este año de la Misión Diocesana, que los gestos gratuitos de donación, como el del Buen Samaritano, son la vía más creíble para la evangelización. Tanto a profesionales como a voluntarios, habría que recordarles que el cuidado del enfermo requiere mucha profesionalidad, pero también ternura y acciones sencillas y, sobre todo, siempre una actitud en gestos y palabras que hagan posible que el enfermo se sienta querido.
Por eso, una política sanitaria no puede olvidarse de esas necesidades tan humanas de un enfermo; por el contrario, debe facilitar a los profesionales de la medicina tiempo y recursos que incluyan la humanización de la sanidad y no exigirles medidas y condicionamientos que con tanta frecuencia desconciertan a los enfermos, en especial a los mayores.
5. Por último, quiero dirigirme a vosotros los enfermos, los destinatarios de este servicio al don de vuestra vida, a los que ahora la tenéis débil y necesitada de cuidados. También de vosotros espera mucho la sociedad y la Iglesia. Se suele decir que no hay enfermedades sino enfermos, aunque no siempre los refranes tengan razón. Por eso, los valores que podemos encontrar en vuestras actitudes ante la enfermedad siempre serán de una gran ayuda, incluso para los profesionales de la medicina, que en vosotros suelen encontrar el estímulo que necesitan en su trabajo. Además, quiero deciros que sois muy importantes para la Iglesia, por lo mucho que aportáis, precisamente, como enfermos cristianos. En este año de la Misión Diocesana quiero deciros que vosotros sois discípulos misioneros. Vosotros sois lo que el Papa Francisco dice de cada cristiano: “Yo soy una misión en el mundo”.
Los enfermos sois la viva imagen de unos valores muy especiales, que nadie como vosotros podrá nunca encarnar. Sois testigos de que la vida es un don cuando vivís con gratitud a Dios y a cuantos os cuidan y sanan.
Los enfermos ponéis de relieve ante los demás que sois la viva imagen de Jesucristo; sobre todo cuando vuestra actitud es un reflejo claro de que Jesús está en vosotros. Eso os hace dignos de un profundo respeto y de una gran veneración. No hay mejor identificación con Cristo que la de poner al servicio de los demás el dolor y la enfermedad. Quizás, si lo hacéis así, podréis llegar a decir como San Pablo: “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros” (Col 1,24).
6. En fin, queridos diocesanos, cada enfermo es nuestro enfermo, por la pertenencia mutua que hay entre nosotros, los que compartimos la misma fe y vida. En el Cuerpo de la Iglesia “si un miembro sufre en algo, con él sufren todos los demás“. Como nos recordaba San Pablo: “alegraos con los que están alegres, llorad con los que lloran” (Rm 12,15).
Con mi afecto y bendición.