Domingo del Buen Pastor

La liturgia de los primeros tres domingos de pascua centra nuestra atención en Jesús resucitado y sus apariciones. A partir de este cuarto domingo, las lecturas de la misa, sobre todo los pasajes evangélicos que se nos proponen para nuestra meditación, tienen que ver con las consecuencias de la resurrección de Jesús para nosotros los creyentes. ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Cómo nos relacionamos con él? ¿Cuáles son las consecuencias para nuestra vida personal y nuestra incidencia en la sociedad en la que vivimos? ¿Cómo se manifiesta en nosotros la vida nueva a la que hemos renacido por nuestra participación en la resurrección de Jesús?

Este cuarto domingo suele llamarse el “Domingo del Buen Pastor”, porque cada año leemos un pasaje tomado del capítulo 10 del evangelio según san Juan, en el que Jesús se presenta como pastor ejemplar, pastor modelo para quienes deben actuar en su nombre como pastores de la Iglesia. Las ovejas somos la humanidad que lo espera y quiere dejarse guiar por él. Las imágenes de este capítulo no son siempre consistentes. Jesús a veces es el pastor, a veces es la puerta del redil. A veces las ovejas pasan por la puerta que es Cristo; a veces quienes tienen que pasar por la puerta son los que ejercen el pastoreo en nombre de Jesús. Quiero tomar como punto de partida de mis palabras de hoy el pasaje donde Jesús dice: El que entra por la puerta, ése es el pastor de las ovejas. A ése le abre el que cuida la puerta, y las ovejas reconocen su voz; él llama a cada una por su nombre y las conduce afuera. Y cuando ha sacado a todas sus ovejas, camina delante de ellas, y ellas lo siguen, porque conocen su voz.

Jesús pronuncia esas palabras para indicar que él es el auténtico y legítimo guía prometido por Dios, enviado por él para conducir a su pueblo. Hay otros que pretenden ser pastores, pero no logran acreditarse. Ni el que cuida la puerta del redil se la abre porque no los reconoce (y por eso tienen que saltar la cerca) ni las ovejas reconocen su voz ni lo siguen. Uno se pregunta quién será ese guardián de la puerta que le abre a Jesús para que entre y llegue a las ovejas. Ese guardián no puede ser otro que Dios, que nos presenta a Jesús como el pastor auténtico, porque en sus acciones y palabras se transparentan las del mismo Dios. Él nos muestra con su vida el amor que Dios nos tiene y con su palabra nos da la luz de la verdad. Jesús el buen pastor no viene a ver qué saca de las ovejas, sino que viene a ofrecer el amor de Dios que acoge, que dignifica, que se acerca, que cuida a la oveja más débil, que rescata a la oveja extraviada. Jesús el buen pastor también viene con la palabra de la verdad. Ilumina nuestras vidas con la palabra verdadera que viene de Dios, de modo que a la luz de la verdad de Jesús descubrimos el sentido de nuestra vida y el propósito por el que Dios nos ha llamado a la existencia.

La segunda acreditación que muestra la autenticidad de Jesús es que las ovejas reconocen su voz. Es más, llama a cada una por su nombre, y las congrega en torno a sí y las saca afuera y ellas le siguen. ¿Qué significa ese reconocimiento de la voz que hacen las ovejas? Significa que el mensaje que Jesús trae corresponde a las expectativas y deseos más profundos de la humanidad. Jesús tiene un mensaje pertinente. ¿Será verdad? En Guatemala ciertamente muchas personas siguen a Jesús, sean católicos o evangélicos, con mayor o menor integridad. Encuentran en la palabra de Jesús la respuesta a sus inquietudes y búsquedas. Pero hay otras muchas personas que se desentienden. Y en otros países son mayoría los que dicen que las palabras de Jesús son cosa de otro tiempo. Hoy se nos pide además llegar hasta las personas alejadas de la Iglesia para llevar la voz de Jesús. ¿Tiene sentido esa propuesta, si es verdad que para muchos Jesús dejó de hablar palabras pertinentes y prefieren escuchar otras voces que parecen más actuales? ¿Hay acaso algunas cuestiones perennes, que están siempre en la mente y el corazón de las personas y para las que solo Jesús tiene respuestas adecuadas? Pienso que sí; aunque a veces sepultamos esas preguntas y preferimos no plantearlas por temor de que no haya respuestas. Son peguntas tales como: ¿tiene sentido y valor mi vida si me tengo que morir? ¿para qué nací, si vivo entre enfermedades, pobreza, carencias y sufrimiento? ¿por qué debo hacer el bien y no el mal? ¿a dónde me lleva el camino de la vida? ¿Alguien puede darnos la felicidad que buscamos desde lo más profundo de nuestro ser?

Cuando nos planteamos esas preguntas con seriedad, entonces tenemos el oído limpio para escuchar la voz de Jesús, con tal de que Jesús nos hable claro, con tal de que Jesús nos llame a cada uno por nuestro nombre, es decir, con tal de que Jesús nos hable a cada uno para responder a nuestras inquietudes y preguntas. Porque muchas veces quienes tenemos que hablar en nombre de Jesús y actualizar su voz, hablamos de cosas que no son las de Jesús. Quizá por eso muchas personas hoy no escuchan a Jesús, porque no les llega su voz. Esa es una gran pregunta que debemos plantearnos quienes el día de hoy tenemos la responsabilidad de hablar en nombre de Jesús. ¿Son nuestras palabras las de Jesús? ¿No será por eso que muchas ovejas andan extraviadas y perdidas por otros pastos, porque no escucharon la voz de Jesús a través de quienes debíamos hablar en su nombre? No sólo debemos examinarnos los pastores que hablamos en nombre de Jesús. También el día de hoy es ocasión para motivar a otros jóvenes para que quieran prestarle su voz y sus manos, sus pies y su corazón a Jesús para que él siga hablando a los hombres y mujeres de hoy. Hoy es el día señalado para orar para que el Señor suscite entre nosotros a jóvenes que quieran consagrarle su vida en el sacerdocio.

Jesús dice de sí mismo: Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia. Con esas palabras Jesús se acredita como el pastor que sabe guiar a las ovejas por el camino de la vida. No podemos descuidar el final de las palabras de Jesús: él llama a cada una por su nombre y las conduce afuera. Y cuando ha sacado a todas sus ovejas, camina delante de ellas, y ellas lo siguen, porque conocen su voz. ¿Dónde está ese “afuera” al que Jesús conduce sus ovejas caminando delante de ellas? Pienso que la carta de san Pedro, que hemos leído hoy como segunda lectura nos puede iluminar para responder a esta pregunta.

Nos dice san Pedro: Ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de sus vidas. Y nos muestra el camino de la pasión de Cristo como el camino del buen pastor, para que sigamos sus huellas. Cristo sufrió por ustedes y les dejó así un ejemplo para que sigan sus huellas. Él no cometió pecado ni hubo engaño en su boca; maltratado, no profería amenazas, sino que encomendaba su causa al único que juzga con justicia. Cargado con nuestros pecados, subió al madero de la cruz, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Ese “afuera” a donde nos conduce Jesús es este mismo mundo, donde debemos hacer el camino de la vida.

¿Qué es lo que debemos aprender de Jesús, buen pastor? San Pedro nos pide que lo imitemos en la valentía y coherencia que tuvo para asumir su responsabilidad y vocación hasta el final, sin quedarse a medio camino ni tirar la toalla cuando comenzaron las dificultades. San Pedro nos pide que imitemos a Jesús en el empeño por hacer el bien, por obedecer a Dios y a la conciencia, aunque eso tenga como consecuencia que otros nos marginen, nos desprecien, nos persigan. San Pedro nos pide que si Jesús nos habla al corazón porque su persona y sus palabras responden a las inquietudes que vienen desde lo profundo de nuestro interior, entonces también tengamos la coherencia para seguirlo en la realidad de cada día, en el empeño concreto de la vida familiar, de la vida laboral, de la vida comunitaria. No podemos vivir nuestro seguimiento de Jesús como si ya hubiéramos llegado al cielo, porque Jesús hizo su camino aquí en la tierra. Pero también sabemos, que el camino de Jesús y el nuestro termina en el cielo, tras la pasión aquí en la tierra. Ese es el camino del buen pastor.


Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
Volver arriba