Eliminemos la crisis de credibilidad
Con nuestro testimonio, como lo hizo el Señor, los sacerdotes tenemos la tarea de poner en movimiento a la Iglesia para que devuelva a todos los seres humanos la confianza en ellos mismos, llevándolos a ver la urgencia de la verdad en sus vidas. Hemos de apoyar con todas las fuerzas al hombre en la búsqueda de sentido; que se mantenga en la esperanza pese a todos los riesgos y fracasos; que no se encierre en sí mismo y sobre sí mismo; que encuentre la medida más profunda de su libertad en la entrega al prójimo… Para ello necesitamos pastores que hayan vivido una experiencia fundamental: una radical identificación con Jesucristo; que nada los desidentifique, que siempre esté en su corazón la manera de ser y hacer del Buen Pastor.
La primera y primordial tarea del ministerio sacerdotal es hacer ver a los hombres al Dios real de Jesús de Nazaret: un Dios divino y no a la medida limitativa del corazón o de la razón humana, un Dios sumamente histórico al mostrar su significación concreta para las acciones de quienes creen en Él. Lo más grave para nosotros los pastores es que nos acusen de haber convertido a Dios en un concepto. La gran misión del sacerdote es hacer real al Dios de Jesús en la vida de cada hombre, conscientes de la amenaza de la secularización de las conciencias. En nuestra misión debemos iluminar, exhortar y fortalecer las conciencias. No tenemos que dar un mero grito heroico, ni tampoco implantar una exigencia de radicalidad ascética, ni moralizaciones que además ahora incluyan la justicia social. Se trata de vivir confiando en Jesús como Mesías y Señor de todos los hombres. Se trata de saber vivir y proponer desde la experiencia, con una claridad sublime, la faz viva y salvadora del Señor. Se trata de hacer una proposición con nuestra vida de la misericordia de Dios y de la necesidad de la conversión. Los pasos que se han dado en la reflexión sobre el ministerio sacerdotal en estos aspectos han sido muy grandes, pero tenemos que ir dando muchos más.
¿Cuáles serían algunos quehaceres que tenemos que llevar a cabo en nuestro ministerio y misión, y a qué nos deberían ayudar todos?
a) Realizar una oferta salvífica de Dios gratuita en la historia concreta donde estamos.
b) Recrear con nuestra vida y con la experiencia de Dios que transmitimos la constitutiva capacidad y necesidad que el hombre tiene de creer, de esperar y de amar.
c) Vivir el ministerio desde una experiencia eclesial que justifique, con todo lo que hace, dice y vive, que viene de Jesucristo, que habla desde la Iglesia y que invita a estar y realizar la misión en y desde la Iglesia.
d) Hemos de vivir estas pasiones, que nos tienen que atenazar: la verdad, la comunión, el amor, la caridad pastoral y la voluntad de perduración, que no es, ni más ni menos, que un trabajo por escuchar la llamada que el Señor nos realiza con fuerza a escuchar a Cristo para descubrir qué quiere de nosotros. No hay ministerio sacerdotal pleno si al mismo tiempo no engendra y realiza otras llamadas.
e) Vivir el ministerio en un marco público que requiere hacernos reconocibles en él, desde el ministerio que llevamos en nuestras vidas: sin escondrijos, valiente, a la intemperie, limpio, sin miedos, y con un testimonio que da credibilidad a lo que predicamos…
Es cierto, no obstante, que en la situación histórica que nos toca vivir no siempre es fácil afrontar estos quehaceres. Pueden darse entre nosotros tentaciones que generan desasosiego, desaliento, sequedad apostólica, incapacidad para hacer llamadas a la radicalidad evangélica… Puede haber un pesimismo tan grande que genera actitudes realmente paganas y que posibilita actitudes integristas que ciertamente desconocen la complejidad de los problemas. Son los maniqueísmos simples que ven solamente buenos y malos o los mesianismos inmediatos que intentan arreglar todo desde ideas y desde nuestras propias fuerzas. Puede ocurrir también que no descubramos que lo que es realmente urgente es la conversión, que siempre es lenta, pero que devuelve al hombre el frescor del Evangelio. O que olvidemos esa actitud y modo de vivir contemplativo y adorador que nos lleva a poner la vida y todo lo que hacemos en manos de Dios, que nos hace pasar de sostenernos en nuestras manos a ser sostenidos por el Señor. Este olvido pone otras maneras de vivir en primer lugar, como son el poder, el placer, el dinero, la seguridad, el brillo público, la trivialidad televisiva, la superficialidad en los planteamientos, la falta de comunión o solo vivir unido a quien tiene mis ideas…
¡Qué bueno es hacer pensar a toda la comunidad cristiana sobre el ministerio sacerdotal para eliminar el clericalismo y ver la realidad honda de sus vidas en el marco de la comunidad cristiana! Tendríamos que hacer un esfuerzo por ver si estas tentaciones perviven en la vida de los sacerdotes y si, como comunidad cristiana, estamos dando los medios necesarios para salir de ellas. La oportunidad de este momento de gracia que vive la Iglesia, después de haber celebrado la presencia de Dios entre nosotros, haciéndose hombre, nos llama a todos a reflexionar sinceramente sobre el ministerio en estos aspectos:
1. La alegría de la fe, de poder creer. Los hombres que recibieron la Palabra de Dios y que hicieron la experiencia de Jesús creyendo en su Evangelio, se sintieron alegres por tal visitación, acogieron con gozo la llamada al apostolado, dieron gracias a Dios por haber sido llamados y por poder responder en el mundo poniendo vida y destino a su completo servicio por el Evangelio.
2. La experiencia de la gratuidad de la fe. La conciencia moderna nos inclina, sin percatarnos de ello, a valorar las cosas por la función que cumplen en el mundo, por el servicio inmediato que prestan y porque puede ser verificado y contado. Pero la fe no tiene función alguna, va mucho más allá. Es el ejercicio de la existencia toda vivida desde Dios, ante Dios y para Dios como horizonte de infinitud y de gracia. Hay que dejar a Dios ser Dios en nuestra vida sin pedirle cuentas.
3. La dimensión mística de la vida cristiana. Debemos percibir a Dios en la raíz misma de su vida, cultivar esa raíz, adherirse a ella con amor, tener experiencia de Dios, frecuentar la amistad con los que fueron sus amigos, los que vivieron y los que aún viven.
Con gran afecto y mi bendición,
+Carlos Cardenal Osoro Sierra, arzobispo de Madrid