También en Panamá están los jóvenes de Madrid
Qué fuerza la del tema escogido para ir al fondo de lo que ha de significar este encuentro mundial: dar raíces a los jóvenes para crecer sin miedo a que cualquier viento o calor nos tire o nos seque. Por ello hay que hacer todo lo posible por crear un clima de diálogo profundo entre los jóvenes y los ancianos; dar tal esperanza a los jóvenes que sean capaces de soñar con crear la novedad propia sin rupturas con la herencia de los mayores, y haciendo un mundo en el que la felicidad para todos los hombres no sea un sueño irrealizable, sino una realidad posible que pueden construir ellos cuando se les desafía, interpela y espolea.
La Santísima Virgen María es una experta en crear novedad sin hacer rupturas. Y lo hace desde una juventud llena de esperanza. Comienza en la casa de Nazaret, cuando recibe de parte de Dios aquel saludo del ángel Gabriel que cambia la historia de esta humanidad, y le ofrece una nueva dirección y nuevas perspectivas: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. […] No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús».
Desde el momento que acepta este deseo y esta propuesta de Dios, comienza esa novedad. Pero en absoluta libertad, dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Entró la novedad en esta historia de los hombres: Dios acompañando al ser humano, solidarizándose con nosotros en todas las situaciones de la vida, mostrándonos el rostro que ha de tener el hombre siempre, mientras esté en este mundo y entregándonos Él su rostro para vivir en su eternidad.
La semana pasada escuchábamos el relato de las bodas de Caná, del Evangelio de san Juan, donde María tiene un protagonismo especial para mostrarnos que la esperanza siempre es posible; solamente es necesario que hagamos realidad sus palabras: «Haced lo que Él os diga».
Escuchando al Señor y siguiendo la ruta que Él nos propone tenemos salidas siempre y en todas las situaciones. Por ello, el tema elegido para este encuentro tiene una fuerza especial para los jóvenes de todas las latitudes de la tierra. Y alienta a los mayores a asumir la responsabilidad de no escamotear la presencia de Dios en la vida del ser humano; no cerrar la puerta de la existencia a un joven que quiera dar el rostro del hombre que nos revela Jesucristo.
María presta la vida para dar a esta humanidad la salida más valiosa, para descubrir que no estamos solos, que Dios nos acompaña en esta historia y que nos reta a que, con nuestra vida, le demos rostro. María prestó la vida para dar rostro a Dios. ¿Estás dispuesto a hacer lo mismo? Ello requiere que en libertad le digamos: «Aquí me tienes».
Se puede hacer algo nuevo y valioso para todos: mostrar a través de nuestra vida, con obras y palabras, que somos todos los hombres hijos de un mismo padre y, por ello, hermanos; que nuestra vida lo es para servir a los demás y, muy especialmente, para estar disponibles siempre para los que más lo necesitan.
Le pido al Señor que, a través de su Madre Santa María, entregue a los jóvenes estas tres experiencias:
1. Dejaos seducir como María por la experiencia de la amistad con Dios. ¡Qué significación adquiere la vida! Así lo vemos en los santos jóvenes que conocemos y que se os proponen en este encuentro: san José Santos del Río, santa Rosa de Lima, Carlo Acutis y otros. Estos santos experimentaron la confianza que Cristo tenía en ellos.
Que en esta JMJ experimentemos esa confianza que se convierte en la energía poderosa del corazón de cualquier joven que se ha sentido seducido por Jesucristo cuando decide vivir en amistad con Él. Os lo aseguro: Jesucristo confía en los jóvenes. Mirad la confianza que tuvo en el apóstol Juan, un joven adolescente a quien confía lo más querido, su propia Madre.
Seducidos por el Señor como Juan, hemos de salir a hacer discípulos a todos los lugares del mundo, pues hay que crear un mundo de hermanos. Salgamos con esa conciencia transformada por el encuentro con el Señor, como la Virgen María, haciendo su mismo canto: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador».
2. Dejaos seducir como María que siente su pertenencia y su misión como Iglesia. Os hacéis presentes en Panamá jóvenes venidos de todo el mundo. ¿Quién os atrae? Sin lugar a dudas hemos de decir con fuerza que no es otro que Jesucristo. Es el Señor quien os trae, y en vosotros están todos los jóvenes del mundo, que desean posar su rostro sobre el pecho de Cristo y escuchar los latidos de su corazón.
Habéis venido de todos los continentes. Habláis idiomas diferentes. Tenéis y habéis crecido en culturas distintas, pero os entendéis, porque todos buscáis esas aspiraciones altas y profundas. Escucháis al Señor que nos dice: «¿Qué buscáis?, ¿a quién buscáis?». Y también la llamada que nos hace ante la pregunta que le dirigimos: «¿Dónde vives?», «¡Venid y lo veréis!».
Por encima de cualquier diferencia, el Señor nos hace una propuesta clara en estos momentos de la historia: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado», «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos, vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando».
El futuro de los pueblos a los que pertenecéis depende ciertamente de vosotros. De ahí la urgencia de hacer espacio sólido en vuestras vidas a Jesucristo. Hacedlo con el estilo y a la manera de Santa María que, en cuanto supo que llevaba a Jesús en su vientre, salió a los caminos e hizo percibir la presencia de Dios a quienes se encontró.
3. Dejaos seducir como María: ¿quieres ser mi discípulo y amigo?, ¿quieres ser testigo del Evangelio?, ¿quieres salir a los caminos del mundo? Os abro mi corazón: si deseáis responder a estas preguntas como Santa María, poned a Cristo en vuestra vida.
Os crecerán las alas de la esperanza, de la fe y del amor, recorreréis con alegría los caminos de este mundo por muy tortuosos y difíciles que sean, os empeñaréis en construir la cultura del encuentro y eliminar la del abuso y el descarte.
Cada vez que os encontréis en el silencio o a través de la escucha de su Palabra, diréis: ¡qué bien se está aquí! Pero, inmediatamente, escucharéis la voz del Señor que dice: ponte en camino y vete a decir a quien te encuentres que eres su hermano y que Jesucristo es tu amigo y su amigo.
No te coloques nunca en el centro, ni pongas el poder, el dinero o el prestigio. Estas cosas te ofrecen unos momentos de embriaguez, pero terminan muy pronto. Pon en el centro de tu existencia a Jesucristo, te espera, escúchalo, debes estar atento a sus palabras, pídele cuantas veces sea necesario perdón en el Sacramento de la reconciliación.
Nunca tengas miedo de Él, pues no se cansa de perdonar y de curar todas las heridas que tengamos, por más profundas que fueren. La Virgen María te ayudará a descubrir la manera y el modo de andar por todos los caminos por donde transitan los hombres. Esta tierra en la que habitamos los seres humanos está rota. Hay que darle los cimientos que hacen vivir seguros a los hombres en su casa, hay que embellecerla con el amor mismo de Dios manifestado en Jesucristo.
¡Qué bueno sería que, en este encuentro de Panamá, escuchásemos todos, otra vez, las mismas palabras que escuchó san Francisco de Asís: «Ve y repara mi casa»! Ponte al servicio de la Iglesia: la que sale con prontitud con el lenguaje del amor, de la amistad, de la bondad, del servicio, de la justicia de Dios que va más allá, más al fondo y más adelante que la de los hombres, a decir «ha llegado la hora»: la de vivir en la Verdad, de saber el Camino, de dar Vida. Y esto tiene rostro y nombre: Jesucristo.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro, Arz. de Madrid