San José, el más grande
En la fiesta de San José, me propongo escribir sobre “el más grande de los santos” en palabras del papa León XIII, quien consideraba que, después de la Virgen, no ha habido otro mayor. Sin duda por su cercanía a Jesús y a María, y por el papel que Dios le tuvo reservado.
La santidad no es medible en magnitudes como las que usamos habitualmente, pero para destacar la importancia de San José, también san Bernardino de Siena defendía esta idea y aún concretaba más la comparación: “El humilde carpintero excede en gracia a todos los patriarcas, profetas, Juan el Bautista, San Pedro, San Pablo, los apóstoles, los mártires…”.
Aparte de reparar en este “ranking” de santidad, me he fijado en este título de carpintero, que es de entraña evangélica. En efecto, así se define a Jesucristo en la Escritura, “el hijo del carpintero”, y este sencillo título de carpintero que tiene San José me parece que puede iluminar mucho nuestra vida ordinaria.
La santidad, por grande que sea, no está reñida con las pequeñas cosas del trabajo habitual de un profesional, un artesano en este caso, de un cabeza de familia, de alguien que convive con sus vecinos y les sirve con la habilidad de sus manos.
Precisamente pensando en ello, el papa Pío XII instituyó, en 1955, la fiesta de San José Obrero, el 1 de Mayo. Por supuesto, es la Fiesta del Trabajo, instituida por los sindicatos a raíz de determinados hechos históricos reivindicativos, pero un cristiano no puede ser ajeno a la necesidad y dignidad de este mundo laboral.
San José es también Patrono de la Iglesia. Puesto que ella es la familia de los hijos de Dios, es lógico acudir con devoción a quien fue cabeza de la Sagrada Familia.
Personalmente he comprobado que son muchos los pueblos y parroquias que veneran a San José, y abundantes los fieles que rezan ante sus imágenes o preparan su festividad contemplando sus “gozos y dolores” a lo largo de los siete domingos previos. Me parece natural. ¡Son tantas las lecciones que nos ofrece su vida! Es ejemplo de fidelidad, de humildad, de docilidad a la voluntad de Dios, de pureza de corazón…, y todo ello mientras empuñaba el martillo o la sierra, es decir, en medio de su trabajo de cada día.
Con ocasión de su fiesta, le pido que nos enseñe a encontrar a Cristo en la vida ordinaria.
La santidad no es medible en magnitudes como las que usamos habitualmente, pero para destacar la importancia de San José, también san Bernardino de Siena defendía esta idea y aún concretaba más la comparación: “El humilde carpintero excede en gracia a todos los patriarcas, profetas, Juan el Bautista, San Pedro, San Pablo, los apóstoles, los mártires…”.
Aparte de reparar en este “ranking” de santidad, me he fijado en este título de carpintero, que es de entraña evangélica. En efecto, así se define a Jesucristo en la Escritura, “el hijo del carpintero”, y este sencillo título de carpintero que tiene San José me parece que puede iluminar mucho nuestra vida ordinaria.
Precisamente pensando en ello, el papa Pío XII instituyó, en 1955, la fiesta de San José Obrero, el 1 de Mayo. Por supuesto, es la Fiesta del Trabajo, instituida por los sindicatos a raíz de determinados hechos históricos reivindicativos, pero un cristiano no puede ser ajeno a la necesidad y dignidad de este mundo laboral.
San José es también Patrono de la Iglesia. Puesto que ella es la familia de los hijos de Dios, es lógico acudir con devoción a quien fue cabeza de la Sagrada Familia.
Personalmente he comprobado que son muchos los pueblos y parroquias que veneran a San José, y abundantes los fieles que rezan ante sus imágenes o preparan su festividad contemplando sus “gozos y dolores” a lo largo de los siete domingos previos. Me parece natural. ¡Son tantas las lecciones que nos ofrece su vida! Es ejemplo de fidelidad, de humildad, de docilidad a la voluntad de Dios, de pureza de corazón…, y todo ello mientras empuñaba el martillo o la sierra, es decir, en medio de su trabajo de cada día.
Con ocasión de su fiesta, le pido que nos enseñe a encontrar a Cristo en la vida ordinaria.