¡Hasta los confines de la tierra!

Jesús va cumpliendo la voluntad del Padre y las promesas que les hiciera a sus discípulos. La obra de salvación se ha realizado con su muerte y su resurrección. El día de Pascua les da el Espíritu Santo y les promete que vendrá posteriormente para darles el entusiasmo evangelizador que requieren. Con dicho entusiasmo deberán comenzar la misión en el mundo de proclamar el evangelio y hacer nuevos discípulos. El retorna al Padre y vendrá al final de los tiempos.

Los discípulos del Señor, en especial los Apóstoles, reciben el destino de evangelizar. Para ello, el día de Pentecostés van a ser ungidos; es decir, consagrados para la Misión. El día de la Ascensión, luego de la intensa preparación de los cuarenta días después de la Resurrección, el Señor los envía a anunciar el evangelio a todos los pueblos para así hacer nuevos discípulos que crezcan y sean capaces de ayudar a sus nuevos hermanos en la fe.

Para ello, les da la cualidad de ser sus testigos desde Jerusalén para todo el mundo, con la fuerza del Espíritu que recibirán. La Misión no es para un rato ni para un solo sitio. Hay una expresión que marcará tanto el tiempo como el espacio de su misión evangelizadora: “¡… hasta los confines de la tierra!”. Marcará el tiempo, al hacerles sentir que deben acudir en todo momento a anunciar el evangelio en todos los rincones del mundo. Cosa que se ha ido cumpliendo hasta nuestros días. Y, a la vez, destaca el lugar: no se pueden reducir a Jerusalén, sino que han de ir al encuentro de todos los pueblos para poder encarnar el mensaje de Jesús en todas partes. No hay límites para la Misión: los confines de la tierra constituyen la frontera de dicha acción evangelizadora.

El Libro de los Hechos de los Apóstoles es un hermoso ejemplo de lo que significa ir hasta los confines de la tierra. Poco a poco, los apóstoles y los nuevos discípulos van yendo por el mundo que les rodea y van dando a conocer a Jesús e invitando a su seguimiento. Lo hacen siendo testigos alegres y convincentes de lo que anuncian: de allí que fuera creciendo el número de los que querían salvarse; es decir seguir a Jesús.

Asimismo, la Iglesia va creciendo poco a poco. Con la conversión de Pablo, se abre un nuevo episodio evangelizador. El ferviente judío es invitado a convertirse en un predicador decidido de la Palabra de Dios y de la salvación de Jesús. Su misión tiene que ver con el mundo pagano: es allí donde es enviado de manera particular. Por eso se le llama el “apóstol de los gentiles o de las naciones”. Acompañado de otros discípulos va mostrando cómo hay que ir hasta los confines de la tierra… sin temores ni vacilaciones, sino con la seguridad que le da ser testigo de Jesús, el Cristo.

Todo esto no se acaba con los Apóstoles y primeros discípulos. Los primeros cristianos van entendiendo cómo hay que ir a todas partes para edificar el reino de Dios con el anuncio del Evangelio. Esto implica, de verdad, el romper las fronteras para poder llegar a todas partes. Hay una garantía: la fuerza del Espíritu. Pentecostés no se limitó a un día, sino que permanece en el tiempo para hacer de los discípulos de Jesús, en todo tiempo y lugar, misioneros. Por eso, a lo largo de los siglos, luego de la Ascensión del señor, se ha podido comprobar cómo la Iglesia se ha ido haciendo presente en todas las culturas y naciones del mundo habitado.

Hoy mismo, la Iglesia mantiene viva esa misión y busca, con la ayuda del espíritu, acudir a todos los confines de la tierra. No se limita sólo a lo geográfico. Va al encuentro de la humanidad. El Papa Francisco nos lo recuerda con dos ideas: una, es la invitación a mostrar una Iglesia en salida; y la otra, con el requerimiento de ir a todas las periferias humanas: no se reduce a lugares, sino que la Iglesia se debe abrir a todas las culturas, a todos los seres humanos en sus situaciones particulares.

Nosotros somos herederos de esa Misión. Más aún, forma parte constitutiva de nuestra vocación de bautizados. Por el hecho de ser hijos de Dios, de ser bautizados y miembros de la Iglesia nos hemos convertido en discípulos misioneros de Cristo… y esto implica que salgamos al encuentro de todos, en cada lugar, en cada situación, para hacerles sentir la fuerza transformadora y renovadora del Evangelio.

No podemos quedarnos encerrados en las comodidades de una fe mediocre o llena de pietismo. Nos corresponde manifestarnos como miembros de una Iglesia en salida. Los confines de la tierra para cada uno de nosotros está en la propia familia, en la escuela o universidad, en los lugares de trabajo, en los vecindarios e instituciones en las que participamos y compartimos la vida… sin olvidar que muchos han sido convocados por Dios y la Iglesia para ir a la Misión en otros pueblos y naciones.

La Ascensión del Señor nos permite entender dos cosas importantes: la gran confianza que Jesús ha depositado en sus discípulos, pues los manda a evangelizar “hasta los confines de la tierra”. De igual manera, es el acontecimiento que define nuestra condición de discípulos misioneros, también “hasta los confines de la tierra”.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal
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