Todos a la misión
El Señor nos hace tomar conciencia y vivir nuestra pertenencia eclesial y nuestra misión. Somos miembros de la Iglesia, hemos sido llamados por Cristo a la pertenencia eclesial. ¡Qué regalo nos ha dado el Señor: el Espíritu Santo! La fuerza de su amor, el alma de la Iglesia, la savia que recorre el Cuerpo entero de la Iglesia y que nos hace experimentar que nuestra vida y nuestro testimonio de vida han de ser el de Jesús. Es la vida trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la vida eterna, lo que hemos de anunciar. La misión de la Iglesia es manifestar el inmenso amor del Padre, que quiere que seamos hijos suyos. Es en Cristo muerto y resucitado donde encontramos, recibimos y anunciamos ese amor.
No podemos salir con nuestras fuerzas o aislándonos de la realidad de los hombres. Tres ejes han de construir al discípulo misionero: alegría, escucha con discernimiento y esperanza. a) Seamos siempre discípulos misioneros profetas de la alegría, de la alegría del Evangelio. Dios nos quiere, quiere a los hombres; b) Seamos discípulos misioneros profetas de la escucha; sepamos vivir el apostolado del oído, escuchemos a los hermanos que nos encontremos por el camino, pues solamente escuchando se puede compartir. Hagámoslo con discernimiento, es decir, reconociendo lo que pertenece al Espíritu y lo que es contrario a él; no nos hagamos miembros de una cultura del zapping o de la muerte, discernamos; c) Seamos discípulos misioneros profetas de la esperanza, con los ojos puestos en el futuro, allí donde el Espíritu nos está empujando porque desea hacer grandes obras con nosotros.
El mundo en el que vivimos no puede andar por las sombras de muerte que le cubren. Sombras que tienen muchos nombres, como bien sabéis. Hoy hay búsqueda de la Vida, esa vida que fortalece. Entreguemos esa Vida que es el mismo Cristo. Esa vida a la que hemos nacido por el Bautismo y renacemos por el sacramento de la Reconciliación. Esa vida que se fortalece cuando el discípulo renueva su alianza de amor con Cristo en la Eucaristía, acogiendo la Palabra y alimentándose con el Pan bajado del cielo. Salgamos así a vivir con los hombres, como salieron desde el inicio mismo de la Iglesia. Te invito a hacerlo:
1. Con la fuerza de los primeros cristianos: de los que viven en Cristo se espera un testimonio creíble de santidad y compromiso. Como nos recordaba el Papa Benedicto XVI cuando inauguraba su pontificado: «¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada y lo da todo». Hemos de salir a todos los caminos por donde están y pasan todos los hombres. Hemos de salir para regalarles la noticia más grande, esa que llena de sentido el corazón y nos capacita para cambiar este mundo. No son palabras, es una manera de vivir nueva, de relacionarnos, de construir este mundo. ¡Qué fuerza la de los primeros cristianos, que tenían el coraje de anunciar a Cristo en todas las situaciones y circunstancias de la vida! ¡Qué fuerza los empujaba a dar testimonio creíble en medio de las persecuciones! ¡Qué manera de entender la misión de la Iglesia! Hacía poco que habían conocido a Jesucristo, se acababan de bautizar, pero tenían el coraje de ir a anunciar. Y además eran creíbles. Que ello nos enseñe a que, quienes nos rodeen, se hagan esta pregunta: «¿Cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?»... y «cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua» (cfr. Hch 2, 1-11). Y esa lengua es el mismo amor de Cristo, por el que se sienten abrazados y rodeados.
2. Disfruta y goza de haber sido llamado a formar parte de la Iglesia: la fuerza del Espíritu Santo es la que empuja a los cristianos a tener el coraje de anunciar a Jesucristo. Para Jesús todos somos iguales, hijos de Dios y por ello hermanos. Y esto solamente lo puede decir y vivir quien ha recibido el Espíritu Santo. A cada discípulo se nos regalan carismas diferentes, ministerios diversos, pero en todos está un único Señor, Jesucristo. En las diversas situaciones que vivimos en la vida, es el mismo Señor quien obra y en cada uno se manifiesta el Espíritu Santo. Un cuerpo y muchos miembros. Pero todos discípulos de Cristo. No caigamos nunca en la tentación de decir: «No se puede hacer nada». Eso no es de cristianos. Se puede hacer mucho si nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, que alienta tres deseos en nuestro corazón: el deseo de la belleza –busquemos la belleza en el rostro de Cristo y en la manera de hacer y de actuar de Cristo–; el deseo de bondad –es contagiosa, ayuda siempre a los demás y nos convence de que uno solo es bueno, Dios mismo–, y el deseo de verdad –tengamos siempre hambre de verdad, busquemos la verdad siempre, especialmente la verdad del hombre–.
3. Todos al servicio de una vida plena para todos: abramos puertas, transitemos por los nuevos caminos de los hombres. ¡Qué gracia más grande sabernos miembros de la Iglesia de Cristo que tiene la misión de salir a buscar y a encontrarse con todos los hombres! La vida solo se desarrolla plenamente en la comunión fraterna y justa. Ante tantas rupturas, guerras, divisiones, nos apremia saber que la fe católica se ha de manifestar en vivir y descubrir la dignidad del hombre que solamente el dinamismo liberador de Cristo nos revela: liberación integral, humanización verdadera, reconciliación auténtica, justicia verdadera. Estamos llamados a instaurar el Reino, a proclamar que el Reino ha llegado, es un Reino de vida y no de muerte. Esto es ser Iglesia católica; va a la búsqueda de todos. La Iglesia es una realidad muy bella, formada por todos los discípulos de Jesús; somos una familia que se abre a toda la humanidad, no nació en un laboratorio ni de improviso, ha sido fundada por Jesús, pero es un pueblo con una historia larga a sus espaldas y una preparación que tiene su inicio mucho antes de la venida de Cristo a este mundo. No caigamos en la tentación de quedarnos dentro, protegernos y darnos falsas seguridades. La Iglesia de Jesucristo no puede replegarse. Nuestra gran tarea después de Pentecostés es revitalizar la novedad del Evangelio en nuestra historia concreta, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, al que anunciamos con obras y palabras.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid