En los orígenes de la Iglesia

Celebramos una fiesta muy grande en el calendario litúrgico, la dedicada a dos grandes santos que estuvieron en los orígenes de la Iglesia. Ambos eran judíos: San Pedro, de Betsaida, población cercana al Mar de Galilea, donde trabajaba con su hermano Andrés. San Pablo procedía de Tarso y poseía una notable formación teológica. Ambos eran personas de mucho carácter, impetuosos, aunque muy distintos en su experiencia cristiana.

San Pedro fue uno de los cuatro primeros discípulos llamados por el Señor. Todos ellos eran pescadores y abandonaron las redes para seguirle. Desde entonces no se separó de Jesús en sus tres años de vida pública, y tras la confesión de Cesárea fue el elegido para ser la roca sobre la que Cristo fundó la Iglesia.

Esta primacía sobre los demás apóstoles es la misma que heredó la institución del Papado y que se prolonga a través de los siglos. Así lo reconocieron los demás seguidores de la primera hora y dan fe de ello los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, que recogen también la primera predicación y milagros de san Pedro después de la Ascensión del Señor.

San Pablo en cambio no era «uno de los doce», y su experiencia de Cristo fue muy distinta, incluso paradójica, pues le conoció precisamente cuando perseguía a los cristianos. El suceso, que marcó un antes y un después en su vida, ocurrió en el camino de Damasco, cerca ya de las puertas de la ciudad. Nos conmueve pensar no solo en la sublime escena, sino también en el escenario: en Siria, país hoy de tanta actualidad, donde se sigue persiguiendo a los cristianos.

Un antes y un después. Jesucristo se le había manifestado y ya no vivió más que para servirle. La escena de la caída del caballo incluye unas palabras del soldado que pasa de perseguidor a tocado por la gracia: «¿Qué he de hacer, Señor?»

Ojalá fuera también esta nuestra actitud cuando percibimos que Dios nos sale al encuentro para que cambiemos de vida. Preguntémonos por la voluntad de Dios, que llama a cada uno en momentos y circunstancias distintas. Pedro y Pablo acabaron prisioneros en Roma, donde encontraron martirio dando un último testimonio de su amor apasionado por Jesucristo.

La fiesta de los Apóstoles nos lleva a pedir especialmente por el Papa, por su misión de unidad en la Iglesia, y por todos los apóstoles, algunos en su propia tierra y otros, como Pablo, en regiones lejanas donde dejan la vida en el servicio a la verdad del Evangelio en una siembra impagable de felicidad.

† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
Volver arriba