Pide nombres “válidos y sólidos” para la mitra bajo secreto pontificio con pena de pecado mortal El Nuncio Auza busca desesperadamente 'mimbres' para el nuevo 'cesto' episcopal español
RD tuvo acceso a una de estas cartas, en la que, además de obligar al receptor al más estricto secreto, se le pide que proporcione los nombres de tres posibles candidatos a la mitra de una determinada diócesis
El secreto pontificio es la obligación de guardar reserva absoluta sobre ciertos aspectos del gobierno de la Iglesia, que viene regulada por la instrucción 'Secreta continere' (1974) de Pablo VI. El secreto pontificio 'sub gravi' (bajo pena de pecado mortal) lleva aparejada esta pena para el que lo quebrante
Se les solicita también a los consultados que añadan el marco general de las necesidades y desafíos de la diócesis, así como “las cualidades que debería reunir el futuro Pastor”
No le será nada fácil a Auza encontrar al nuevo Tarancón, entre un episcopado mayor y sin grandes figuras
Se les solicita también a los consultados que añadan el marco general de las necesidades y desafíos de la diócesis, así como “las cualidades que debería reunir el futuro Pastor”
No le será nada fácil a Auza encontrar al nuevo Tarancón, entre un episcopado mayor y sin grandes figuras
Hay que cambiar la cartera de los episcopables españoles. Y no resulta nada fácil. El Nuncio del Papa en España, Bernardito Auza, lo ha podido comprobar en carne propia en estos ya ya casi dos años que lleva en el palacio de la Calle Pío XII de Madrid. Y por eso, está enviando cartas pidiendo ayuda a toda una serie de creyentes comprometidos.
La carta, como suele ser habitual en este tipo de trámites eclesiásticos, se encuentra bajo estricto secreto pontificio. “Conforme a la Instrucción del 4 de febrero de 1974, esta consulta está bajo secreto pontificio, el cual, 'sub gravi', obliga para siempre a la máxima reserva con todos, sea cual fuere el resultado”.
En efecto, el secreto pontificio es la obligación de guardar reserva absoluta sobre ciertos aspectos del gobierno de la Iglesia, que viene regulada por la instrucción 'Secreta continere' (1974) de Pablo VI. El secreto pontificio 'sub gravi' (bajo pena de pecado mortal) lleva aparejada esta pena para el que lo quebrante. Eso sí, el secreto pontificio no es de derecho divino, puede dispensarse y podría cambiarse por una decisión legislativa. Su función es evitar los males que podrían derivarse de la publicación descontrolada de materias que, como en este caso, pueden afectar a la fama de las personas.
Aún así, muchos laicos y eclesiásticos lo consideran una antigualla del pasado y un antitestimonio, en una época en la que la Iglesia busca romper con el oscurantismo y habitar, por fin, en la transparencia, a la que tiene derecho el 'santo pueblo fiel de Dios'.
Quizás por eso, RD tuvo acceso a una de estas cartas, en la que, además de obligar al receptor al más estricto secreto, se le pide que proporcione los nombres de tres posibles candidatos a la mitra de una determinada diócesis.
Eso sí, los candidatos deben ser “válidos y sólidos”, sin especificar cuáles son los parámetros para evaluar las requeridas validez y solidez de los aspirantes a las ternas episcopales. Más aún, se pide a los consultados que sean ellos mismos los que ofrezcan las razones por las que consideran válidos y sólidos a sus elegidos para regir la diócesis objeto de consulta.
Y todavía hay más deberes para los consultados, a los que se les solicita que añadan el marco general de las necesidades y desafíos de la diócesis, así como “las cualidades que debería reunir el futuro Pastor”.
Tras agradecer la colaboración, la misiva de Nunciatura pide rapidez y que se envíen las respuestas “lo antes posible”. Se ve que monseñor Auza tiene prisa. Y no me extraña.
El plan de Don Bernardito
Uno de los principales objetivos con los que llegó a nuestro país era el de cambiar la faz del episcopado español, para ponerle en sintonía con el laicado y con una Iglesia en salida. Es decir, remodelar el mapa episcopal español. Una maniobra semejante a la que ya se hizo en España en los años 80.
Se trata, en esencia, de volver a repetir el plan involutivo puesto en marcha por Juan Pablo II, pero al revés. Entonces, se le llamó el “plan Tagliaferri”, porque el Nuncio encargado de poner en marcha la reconversión eclesial fue Mario Tagliaferri (el 'cortahierros'). Y lo aplicó a conciencia, apoyándose en dos adalides consumados. Primero, el cardenal Suquía y, después, su “ahijado”, el cardenal Rouco Varela.
Con Francisco, en Roma, el modelo eclesial global pasa de la involución a la evolución. Un nuevo ciclo eclesial abierto a los signos de los tiempos, que vuelve a reconectar la institución al Concilio que la puso al día. Para que deje de ser sal insípida. Para que vuelva a seducir a la gente que busca sentido a sus vidas en el seguimiento de Jesús y, por lo tanto, la institución y sus estructuras dejen de ser obstáculo y piedra de escándalo en el camino de los buscadores de Dios.
En España, el plan de Bernardito Auza es, pues, revertir el de Tagliaferri o copiar el de uno de sus predecesores, el famoso Luigi Dadaglio, que ocupó la nunciatura española de 1967 a 1980. Desde ella, junto a Tarancón, cambió, con sus nombramientos episcopales, a la anquilosada jerarquía española preconciliar y la hizo abrazar con entusiasmo el Concilio y aplicarlo en España.
El nudo gordiano de la estrategia nuncial pasa por el cambio del mapa episcopal. Para conseguir una nueva revolución episcopal, el plan de Auza preveía varios pasos en diversas etapas. La primera era el análisis de la realidad episcopal: conocer a fondo a todos y cada uno de los prelados españoles y situarlos en relación con el Concilio y con la primavera de Francisco. Un paso completado.
Pronto se dio cuenta el nuevo Nuncio que, en relación con el Concilio y con el Papa Francisco, nuestros obispos cuerpean, se van a tablas, hacen como si, disimulan lo que pueden, intentan incluso adornarse con algunas palabras del léxico papal (fronteras, en salida...), pero no siguen al Papa. Ni de cerca ni de lejos.
Algunos porque no quieren. Su modelo de Iglesia-clerical está muy alejado del del Vaticano II y del del Papa Francisco. Otros miran al Papa con cierta simpatía, saben que en conciencia tienen que obedecerlo y no romper la comunión ni afectiva ni efectivamente, y hacen esfuerzos sobrehumanos por adecuarse aunque sólo sea al nuevo estilo pastoral de Francisco. Pero "no les sale".
Ante esta situación real, el plan de Auza, a corto y medio plazo, pasa por las siguientes decisiones. En primer lugar, colocar en las grandes sedes episcopales a los obispos 'convencidos', de los que todavía quedan un puñado. En segundo lugar, aislar a los 'involucionados'. En tercer lugar, convertir a los 'moderados' (la mayoría), en activos partidarios de las reformas. Y en cuarto, buscar un nuevo Tarancón.
No le será nada fácil a Auza encontrar al nuevo Tarancón, entre un episcopado mayor y sin grandes figuras. Ante la imposibilidad de crear un Tarancón ex novo y con Blázquez con la renuncia ya presentada, Auza se va a apoyar, para cambiar la Iglesia española, en el tándem formado por Osoro y Omella. Será uno de los últimos grandes servicios que los dos harán a la Iglesia española y al Papa. Porque sus pontificados, que están expirando, es previsible que coincidan en tiempo con el de Francisco.
Los dos son amigos, se llevan bien y están dispuestos a compartir el poder-servicio. Omella no puede ser el nuevo Tarancón, aunque sólo sea porque en abril cumplió ya los 75, pero se le parece mucho en personalidad, simpatía, preparación, experiencia y asunción de los postulados del Concilio y de las reformas del Papa.
En contra de la especie bastante difundida, el Nuncio trabaja y mucho. Entre otras cosas, porque pide 60 informes de cada episcopable, para después hacer un informe de los informes y una valoración final. De esa valoración salen las ternas. Y prácticamente ahí termina la labor de Auza.
Porque, una vez confeccionadas, las ternas tienen que pasar (por orden del Papa) el filtro del triunvirato (Omella, Osoro y Blázquez) y de una famosa comisión de ayuda en el nombramiento de obispos, integrada, además de los tres cardenales, por el arzobispo de Zaragoza, Carlos Escribano, por el obispo de León, Luis Ángel de las Heras, y por el jesuita Germán Arana.
Una vez consensuadas, las ternas pasan a la Congregación de Obispos, que dirige el conservador cardenal Ouellet, pero donde también asienta sus reales (y con plenos poderes para España) el cardenal Omella. Sin su visto bueno final no se aprueban las nuevas mitras españolas.
El Nuncio tiene, pues, el futuro de la jerarquía eclesiástica española en sus manos. Porque ternas hay y curas preparados y del estilo de Francisco, también. Y el oficio de obispo, como todos, se aprende, siempre que se parta de curas con almas de pastor, entrañas de misericordia y una buena dosis de empatía social.