El papel de la red de organizaciones de la Iglesia católica en la acogida Cádiz: Migrantes que desafiaron y vencieron toda adversidad (y la Iglesia tuvo algo que ver)
El sufrimiento, los problemas personales y la lejanía de sus familias no lograron coartar los sueños de Fatoumata, Martial y Saleha. Estos tres jóvenes de origen extranjero han luchado con tenacidad para abrirse un futuro en España, donde de la mano de una red de organizaciones de la Iglesia católica los están alcanzando
| Felipe Herrera-Espaliat
(Vatican News).- “¡Por ella haremos todo lo que sea necesario para sacarla adelante!”. Así de categórico fue el sacerdote Gabriel Delgado antes sus colaboradores cuando en 2019 conoció la historia de Fatoumata Baldi, una joven de 20 años que había emigrado desde Guinea Conakri rumbo a Francia. Pero apenas había atravesado la frontera entre Marruecos y la ciudad española de Ceuta, el automóvil en que viajaba perdió el control e impactó un muro. Ella, que estaba oculta en el tapabarro, quedó atrapada entre los fierros retorcidos y, para rescatarla, tuvieron que amputarle su pierna derecha bajo la rodilla.
Así, mujer, subsahariana, sin documentos y con una discapacidad, Fatoumata tenía todo en contra para pensar en un futuro promisorio. No obstante, el padre Gabriel, que lideraba el Secretariado de Migraciones del Obispado de Ceuta y Cádiz, consiguió que fuera trasladada hasta el hospital de Cádiz, donde permaneció ocho meses y fue sometida a doce cirugías. Durante su extensa convalecencia recibió a diario la visita de Pepita, una voluntaria que, mientras le hacía compañía y le enseñaba español, se convirtió en su madre adoptiva. Junto a ella Fatoumata atravesó el arduo proceso de rehabilitación, terminó su educación secundaria y conoció a las religiosas de María Inmaculada, que la acogieron con cariño en un hogar para jóvenes estudiantes.
Sus planes de llegar a Francia nunca se concretaron, porque allá debía encontrar a un primo lejano que le había ofrecido matrimonio, pero que cuando se enteró del accidente, optó por olvidarse de ella. Tal vez fue algo providencial, porque quienes la acompañaban tenían la sospecha de que ese pariente desconocido en realidad formase parte de una red de trata de personas. Actualmente, Fatoumata tiene permiso de residencia, está estudiando Administración en el Centro de Formación Profesional María Inmaculada, mantiene comunicación constante con su familia y, desde hace algunos meses, ha encontrado un novio.
La determinación del padre Gabriel dio buenos frutos, aunque él no los pudo ver, pues falleció en Cádiz el 12 de noviembre de 2021, tras haber dado su vida por la dignificación de los pobres y con una clara predilección por los migrantes. Su figura profética es evocada en cada rincón de la frontera sur de España.
Una experiencia que se hizo compasión
Otra de las grandes obras de Gabriel Delgado fue la Asociación Cardijn, que creó en 1993 y en la cual trabaja Martial Tsatia como monitor y supervisor de los migrantes recién entrados a España, en su mayoría jóvenes. Él los acompaña desde que se despiertan, se asean y limpian el departamento donde viven transitoriamente, para después asignarles tareas que han de realizar durante la jornada, además de asistir a la clase obligatoria de español.
Martial es camerunés de origen y en 2016 decidió probar suerte en España, pero en su traslado, mientras trataba de pasar desde Marruecos a Ceuta, cayó diez metros desde la gran reja que separa a los dos países y se fracturó el brazo derecho. Herido y sin asistencia sanitaria pasó ocho meses intentando cruzar el Estrecho de Gibraltar, hasta que lo logró arribar en un bote que lo dejó en la ciudad española de Tarifa. Apenas desembarcado, la policía lo detuvo y pasó tres semanas en un Centro de Internamiento para Extranjeros, desde donde lo rescató Juan Carlos Carvajal, funcionario de la Asociación Cardijn y quien hoy es su amigo.
Mientras recibió toda una terapia para sanar, Martial se dedicó a aprender español y a formarse. Probó trabajar en los campos de la zona de Almería, pero sufrió grave explotación laboral. Luego se empleó como cocinero y, ahora, con sus documentos al día, fue contratado en Cardijn, donde más allá de la labor de supervisión a los migrantes, ejerce un verdadero trabajo de acompañamiento humano para ellos. “Yo les cuento mi historia, que no ha sido fácil. Yo siempre he estado luchando, aprendiendo de todo. Tienes que moverte, estudiar, buscar contactos, conocer gente, y ver qué oportunidades puedes tener. Siempre tienes que ser optimista”, afirma Martial, que ya cumplió 30 años.
Su experiencia hoy le permite acercarse con compasión a los migrantes, con quienes pasa muchas horas del día, ya sea llevándolos al doctor o al psicólogo, compartiendo con ellos en talleres socioculturales o, simplemente, divirtiéndose en un partido de fútbol. Todo a la espera de que ellos encuentren su propio camino.
Un futuro autónomo para las jóvenes
Saleha Mohamed Chanhih nació en Melilla, España, de padres que habían inmigrado desde Marruecos. Por problemas familiares, cuando tenía 16 años la justicia determinó que fuera internada en un centro para menores, pero al cumplir la mayoría de edad se vio forzada a abandonarlo, aunque una puerta se abrió al otro lado del Mediterráneo. En la ciudad de Cádiz, las Franciscanas del Rebaño de María le ofrecieron un espacio en su hogar para niñas, donde conviven diversas jóvenes para quienes estas religiosas ejercen un verdadero rol materno. Saleha llegó allí hace un año y se adaptó con facilidad, sostenida por un equipo de profesionales que velan por jóvenes en riesgo social.
La hermana Rosario Hidalgo, superiora general del Rebaño de María, explica que su misión es acompañar a las jóvenes para que puedan abrirse un futuro de modo autónomo, pero que eso requiere también sanar sus heridas más profundas. “Ellas vienen bastante dañadas. Incluso, a veces, vienen mafias detrás de ellas”, advierte la religiosa, aludiendo a los riesgos que corren las mujeres migrantes frente a los grupos que trafican con seres humanos y que los esclavizan en trabajos forzados o prostitución.
Pero tal no ha sido la suerte de Saleha. De hecho, su proceso de adaptación fue rápido al contar con el apoyo de un equipo multidisciplinario. Hoy tiene 19 años y está cursando un grado académico en deportes, una primera carrera técnica que le permitirá encontrar trabajo en el corto plazo o proseguir estudios más complejos. Además, ha hecho de su condición de hija de migrantes una fortaleza para su desarrollo y sus relaciones sociales, una verdadera riqueza para su persona y su futuro. “Con eso se aprende muchísimo, porque conoces diferentes culturas y opiniones, y lo ves todo de diferente manera. Es algo que me ha ayudado, me ha servido”, expresa Saleha, orgullosa de sus raíces extranjeras.
Este reportaje fue realizado con la contribución del Global Solidarity Fund.
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