Si algo "cae del cielo" significa que nos llega de forma inesperada, imprevista, tal vez providencial: trastorna las previsiones y las supera. Estamos acostumbrados a caminar por la tierra, de hecho, y normalmente las cosas que nos llegan aparecen en el horizonte, las vislumbramos. Todo encuentro con el destino tiene lugar en carreteras, curvas y encrucijadas. Las sorpresas pueden estar a la vuelta de la esquina, por supuesto, pero eso ya lo sabemos.
Es en el fondo del horizonte donde encuadramos nuestro destino. Pero si el cielo se abre, y algo (o alguien) "nos llueve del cielo", entonces las predicciones resultan poco fiables. La vertical es el vértigo. Nos puede caer encima en cualquier momento. Tanto si las aguas son buenas como si son malas, estamos familiarizados con aquellas en las que navegamos bajo el cielo. Pero no sabemos qué hay por encima. La lluvia es siempre una experiencia metafísica de lo inesperado, de una trascendencia de la que refugiarse. Llevamos, pues, nuestro paraguas. Pero, en realidad, tal vez todos estemos esperando que nos llueva algo del cielo.