Mística mexicana, Concepción Cabrera de Armida, será elevada a la gloria de los altares



Guillermo Gazanini Espinoza / Mística y madre de familia, Concepción Cabrera de Armida, verá la gloria de los altares según fue publicado hoy a través de los servicios informativos de la Santa Sede. El 8 de junio de 2018, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia al cardenal Angelo Amato, S.D.B., Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos autorizando la promulgación del decreto de beatificación de Concepción Cabrera de Armida por un milagro atribuido a su intercesión.

María de la Concepción Loreto Antonia Cabrera Arias Lacavex Rivera nació el 8 de diciembre de 1862 en San Luis Potosí. Fue la séptima de doce hermanos e hija de Octaviano Cabrera y Clara Arias. Su biografía indica que María Concepción tuvo una juventud como la de cualquier otro joven de su época, aunque muy inclinada a las devociones y vida de fe. No optó por la vida religiosa. En 1884, a los 22 años, se unió en matrimonio con Francisco Francisco Armida, de la ciudad de Monterrey, en el Templo de Nuestra Señora del Carmen de San Luis Potosí. Este fecundo matrimonio originó una familia de donde nacieron siete hombres y dos mujeres.



En 1901, su esposo murió y Conchita Cabrera dedicó su vida a la formación de sus hijos, su familia y a la fundación de importantes obras religiosas que, en nuestros días, realizan notables obras de apostolado. Son las Obras del Apostolado de la Cruz entre las que están los Misioneros del Espíritu Santo en unión con el venerable Félix de Jesús Rougier cuya causa de beatificación está en proceso.

Conchita Cabrera es, a la vez, una de las más grandes místicas que ha dado México. Quizá la expresión de este misticismo está en la llamada “gracia de la encarnación”. En 1906, según tuvo la singular experiencia de unión mística con Cristo. En el día de la encarnación de ese año, escribiría:

“Antes de la Misa, postrada ante el Sagrario, me humillé cuanto pude, delante de mí Jesús; le pedí perdón, renové mis votos: le ofrecí no llenar mi corazón así de tierra como hasta aquí y así, VACIA, lo recibí en la Comunión.

Conque, en los primeros «mementos» de la Misa, voy sintiendo la presencia de mi Jesús junto de mí, y escuchando su divina voz que me dijo: - «Aquí estoy» (me dijo el Señor), «quiero encarnar en tu corazón místicamente. Yo cumplo lo que ofrezco; he venido preparándote de mil modos, y ha llegado el momento de cumplir mi promesa, RECÍBEME». (Y yo sentí un gozo con vergüenza indecible. Pensé que ya lo había recibido en la Comunión, pero Él, como adivinándome, continuó).



- No es así; de otro modo, además, hoy me has recibido. Tomo posesión de tu corazón; me encarno místicamente en él, para no separarme jamás. Ésta es una gracia muy grande que te viene preparando mi bondad; humíllate y agradécela”.




Cabrera de Armida murió el 3 de marzo de 1937 en Ciudad de México y sus restos reposan en El Altillo al sur de la capital. Durante el arzobispado del cardenal Miguel Darío Miranda, se instruyó la causa de canonización de la nueva beata que ha tenido una gran importancia en la historia de la santidad de la nación mexicana y en particular de la vida de la Arquidiócesis de México. En “El diario espiritual de una madre de familia” escrita por Marie Michel Philipon, se encuentra la presentación del cardenal Miguel Darío Miranda en donde se da cuenta de un extraordinario resumen de las virtudes de esta mística. En esa obra, escribió el cardenal Miranda:

“Conocimos a la Sierva de Dios. La vimos en Roma y en Coyoacán. Leímos algunas de sus obras. Mucho oímos hablar de sus virtudes. Era un alma hermosa, muy sencilla, encantadora a los ojos de Dios y de los hombres.

La Sierva de Dios por muchos años aquí vivió, oró, amó, sufrió y lo que es más, en fuerza de su unión con Jesús, aquí triunfó y las Obras por ella fundadas aquí nacieron y se desenvuelven ahora con admirable fecundidad.


Por nuestras manos pasaron los numerosos documentos cuyo conjunto señala la terminación del proceso diocesano informativo para la causa de beatificación y canonización de la Sierva de Dios. Tan preciosos documentos contienen además de sus innumerables escritos, los testimonios de numerosas personas que la trataron de cerca y que conocieron su vida ejemplar santificada por las virtudes propias de su estado y su docilidad y correspondencia a las maravillas que el Espíritu Santo obró en su alma pura y generosa.

Tan valiosos documentos están ya en poder de la Santa Sede y al Vicario de Jesucristo corresponde el juicio supremo acerca del heroísmo de sus virtudes y llevar a su término feliz, si es para gloria de Dios, el proceso de beatificación y canonización. A nosotros toca tan solo orar, por ahora, para que, si Dios Io quiere, podamos verla un día sobre los altares, convertida en intercesora nuestra. Quien contempla por la noche el cielo estrellado se recrea al ver aparecer en el horizonte una tras otra todas estrellas y los astros más remotos…

Sigámosla atentamente en su ascensión y mirémosla con ojos bien abiertos para que nuestras almas se inunden de la luz de sus ejemplos, pues ella está llamada a iluminar los senderos de la vida cristiana…


Al proyectar su vida ejemplar sobre el vasto territorio de nuestra patria nos llena de alegría y de consuelo el pensamiento del bien inmenso que producirá en todas las familias de México. Oremos todos para que Dios se digne glorificar a esta Sierva suya”. Hoy, esas palabras de Miguel Darío Miranda tienen pleno cumplimiento, México tiene una nueva beata.

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