Elogio de la bondad

Lo más me llama la atención del papa Francisco es su bondad. La bondad no es hacer “el bien”. Es eso, por supuesto. Pero es más que eso. Porque, a fin de cuentas, ¿qué es hacer el bien? Eso depende de quién dica lo que está bien y lo que está mal. Hasta 1975, en España, estaba mal votar a los gobernantes. Y lo que estaba bien era callarse y someterse. Desde el día en que se aprobó la vigente Constitución Española, está bien ir a votar, mientras que está mal no tomar parte activa y comprometerse en mejorar la gestión de la “cosa pública”, según lo que cada cual piensa y dentro de los límites que permite la Constitución y la ética de la gente decente.

La bondad es siempre una forma de relacionarse alguien con los demás. Hay una prueba muy sencilla para ver hasta dónde llega la bondad de una persona. Lo dije ya, hace tiempo: “el espejo del comportamiento ético no es la propia conciencia, sino el rostro de quienes viven conmigo. Cuando este rostro expresa paz, esperanza, alegría y felicidad, porque mi comportamiento genera todo eso, entonces es evidente que mi conducta es éticamente correcta”.

La bondad no se predica, ni se enseña, ni se impone. La bondad se contagia. El que es bondadoso, crean un clima de bondad. Y eso cambia la vida. La de uno. Y la de los demás. Ser siempre bondadoso, reconocer los propios límites y la las propias contradicciones. Sólo así podremos hacer que, pase o no pase la crisis, viviremos mejor. Y nos sentiremos mejor.

Ya sé que esto no es la panacea universal. Sería ingenuo pensar que sólo con el “buenismo” se arregla el mundo. No. Entre otras razones porque la bondad lleva consigo no quedarse callados y pasivos cuando uno ve sufrir, y sufrir tanto, a los más débiles. El que se calla, en tales condiciones, no se distingue por su bondad, sino por su cobardía, por su miedo, por intereses inconfesables. Eso no es bondad. Eso da vergüenza verlo, sufrirlo y hasta pensarlo.

En todo caso y pase lo que pase, no nos cansemos jamás de ser buenos, siempre orientados y guiados por la más desconcertante bondad. Porque, es un hecho, la bondad es lo que más nos asusta y hasta nos desconcierta.
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