En España se desprecia demasiado a Dios

En este país, tradicionalmente tan cristiano, en el que nos enorgullecemos (y con razón) de nuestras catedrales, nuestros monumentos religiosos, nuestra enorme riqueza artística, las tradiciones cristianas que han impregnado nuestra historia y nuestra cultura, etc, etc, en este país – digo – no habíamos visto tanto desprecio a Dios, a Jesucristo y a “lo divino” en general, como el que estamos viendo y viviendo en este tiempo convulso que tanto nos desconcierta.

¿Por qué digo esto? ¿No estoy escupiendo una exageración demasiado seria, tajante y grave, que ni es verdad, ni viene a cuento, ahora precisamente y cuando tantas cosas desagradables tenemos que oír y soportar?

Vamos a ver: si es que lo de Dios y lo de Cristo nos importa, porque somos cristianos, empezaremos – digo yo – por aceptar y creer lo que dicen los Santos Evangelios. Pues bien, en los cuatro Evangelios, se insiste en que Jesús pronunció repetidas veces esta sentencia: “Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí; quien os rechaza a vosotros, me rechaza a mí; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado” (Lc 10, 16; Mt 10, 40; Mc 9, 37; Mt 18, 5; Lc 9, 48; Jn 13, 20).

Lo decisivo aquí es caer en la cuenta de que, en última instancia, lo que se viene a decir en estos relatos evangélicos, es que Dios se ha identificado con cada ser humano. Aquí y en esto radica la originalidad del cristianismo. De tal manera que, cuando el Evangelio relata lo del juicio final, la sentencia definitiva (de premio o castigo) no se dictará por lo que le hicimos o dejamos de hacerle a Dios, sino por nuestro comportamiento precisamente con los más desgraciados o despreciables de este mundo: “Era extranjero y no me acogiste…, estaba en la cárcel y no fuiste a visitarme” (Mt 25, 43).

¿Será posible que un día tengamos que oír: “Fui catalán, gallego o andaluz, y me insultaste?”. Me da pena y vergüenza tener que sacar aquí esto ahora. Pero es que, si me lo callo, me siento cómplice del desprecio a Dios, que se respira, con frecuencia, en cada conversación, en cada grupo que se reúne, en la intimidad de muchos corazones (me sospecho).

Y si no tomamos esto en serio, ¿de qué nos sirve el cristianismo? ¿para qué queremos la Iglesia? ¿para ver si los obispos nos ayudan a salir del lío de odios, insultos y desprecios en que nos hemos metido? ¡Ya está bien, por favor! ¿Es que va a tener más importancia lo que ha dicho Piqué o lo que acaba de afirmar Alfonso Guerra, que lo que dijo Jesús, el Señor?
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