La rehabilitación de Teilhard de Chardin
No pretendo yo aquí hacer el elogio de quien ha sido tantas veces elogiado por escritores más competentes que yo, tanto en el ámbito de la ciencia, como en cuanto se refiere a la teología y a la espiritualidad. Sólo quiero insistir en un tema, que me parece capital. Y en el que nunca insistiremos lo suficiente y lo debido.
Durante buena parte del siglo pasado y comienzos del actual, especialmente en los pontificados de Pío XII y de Juan Pablo II, hemos sido muchos los teólogos a los que se nos ha desautorizado, se nos ha retirado la “venia docendi”, en no pocos casos sin el juicio legal correspondiente e incluso (hablo desde mi propia experiencia) sin saber por qué se nos castigaba públicamente. Se nos comunicaba oralmente la prohibición, sin posibilidad de defenderse, puesto que ni sabíamos por qué se nos castigaba.
En el caso de Teilhard, como en otros casos, se sumaba una circunstancia agravante; el sujeto castigado “teológicamente” era, además, expulsado de su casa y de su patria. Teilhard fue extraditado de Francia y se vio obligado a emigrar a Estados Unidos. Murió en Nueva York el 10 de abril de 1954.
Son duras, muy duras, estas situaciones. Porque incluso cuando puedes demostrar que no has defendido ninguna herejía o doctrina contraía a fa de la Iglesia, el hecho de haber sido castigado por la autoridad religiosa oficial, lleva consigo inevitablemente que, en el resto de tus días, tienes que cargar con el “san Benito” de tanta gente que se dice o sospecha: “si lo han castigado, algo habrá hecho”. Y ese “algo habrá hecho”, nadie te lo quita de encima.
A no ser que se produzca una rehabilitación que venga de las más altas instancias de la Iglesia. Lo que hizo, por ejemplo, Juan Pablo II con Galileo. Pero, ¿de qué le ha lucido a Galileo después de varios siglos? Si, dentro de cuatro siglos, un buen Papa rehabilita a Teilhard, ¿de qué le va servir a este sabio eminente que un clérigo del más alto nivel salga diciendo que es verdad lo ya sabrán de memoria hasta los chiquillos de la escuela?
Y ya sabemos lo que pasa: cuando se llega tarde, se pierde el tren. Y no es que se llegue con retraso de cuatro minutos, sino de cuatro siglos. Mucho me temo que, con tanto retraso, no vayamos a ninguna parte.