La crisis es la fiebre del Espíritu Estamos de Crisis, estamos de Pascua.
Los muertos no tienen crisis.
Los tiempos que vivimos parecen propicios para la crisis. No se habla de otra cosa en la calle. Crisis en la iglesia, afectada por escándalos de pedófila e inmatriculaciones que ocupan, un día sí y otro también, las portadas de los noticiarios, crisis en la vida consagrada por falta de renuevo vocacional, crisis en Europa con una guerra vergonzosa que no hay manera de parar, ni ONU, ni CEE, ni diplomacia alguna, crisis economía con una subida del IPC que está ahogando a las familias más vulnerables, por la subida imparable de la energía, con una tasa de parados jóvenes en España que nos tiene sobrecogidos, crisis en la salud con la amenaza del Coronavirus que no acaba de irse y amenaza con volver después de ver lo que pasa en Shangay.
Éste tiempo nuestro es el tiempo de la crisis.
La crisis no siempre indica deterioro; es, en muchos casos, una oportunidad envidiable para dar saltos cualitativos y afrontar los cambios necesarios que las instituciones y las personas demandan. Ya lo decía de manera muy gráfica Casaldáliga cuando escribía: “La crisis es la fiebre del Espíritu. Donde hay crisis hay vida. Los muertos no tienen fiebre”
Tal vez este tiempo de crisis nos devuelva la pregunta imprescindible y nos haga caer en la cuenta de las razones auténticas de la crisis que no son, como se supone, de tipo económico. Se trata de valores, de déficit de justicia y solidaridad, de oportunidades mal repartidas entre todos, de escasez de fe auténtica, de falta de tolerancia y déficit democrático.
Estamos a tiempo de reflotar nuestra conciencia. Pascua es una oportunidad para dar un paso, para florecer después de un periodo de sequedad, para apostar por la vida sin condiciones.
Saquemos provecho de la crisis que nos rodea para hacer nuevas apuestas y descubrir lo esencial. Es posible un estilo nuevo en todo aquello que nos preocupa si sabemos aportar nuevas relaciones humanas. Un estilo nuevo de sociedad donde se favorezca a los desfavorecidos y los efectos económicos de la crisis puedan ser repartidos. Un estilo nuevo de ser Iglesia, donde prime el diálogo y el encuentro, la pluralidad y la caridad, el diálogo y la sinodalidad. Un estilo nuevo de vida consagrada donde la primacía de Dios se abra paso con naturalidad y la fraternidad alcance carta de ciudadanía. Un estilo nuevo de ser personas donde el amor y el perdón se abran paso frente al materialismo y al individualismo que campa a sus anchas. Pascua es tiempo de resetear.
Sí, es posible un tiempo nuevo, más allá de la crisis, si nos lo proponemos.
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