Personaje en torno a la pasión Semana grande de la fe cristiana
Una semana santa que procesiona por el interior
El dramatismo sobrecogedor de la pasión bien merece contemplación y meditación personal en cada uno de nosotros. Como lluvia que empapa la tierra, como orvallo sobre el césped, la fuerza germinadora de la Palabra, de la Pasión, no merece caer en tierra baldía, ni en las zarzas de la indiferencia, ni en la tierra ingrata del corazón endurecido, sino en la tierra buena para germinar a la vida nueva de la Pascua, paso de la esclavitud a la libertad.
Vamos a entrar por la puerta grande de Jerusalén, acompañando a Jesús, para contemplarlo y vivirlo crucificado y resucitado. La procesión de Ramos no puede ser el adorno folklórico o el cartel de presentación de la Semana Santa. Tiene que ser en nosotros el deseo y el empeño vivo de ponernos en camino, de entrar a vivir en solidaridad existencial con Jesucristo, crucificado y ensalzado.
1.-Podíamos habernos quedado fuera y aún estamos a tiempo.
Lo hacemos cada vez que vivimos nuestro compromiso cristiano sin radicalidad, sin ilusión, sin hondura. Cada vez que nos dejamos fascinar por el mundo que se extiende más allá de Jerusalén, en las afueras, lejos del escenario de la Pasión. Cada vez que añoramos Emaús o Jerusalén o lo que es lo mismo, el deseo de vivir para nosotros, para nuestras cosas, al margen de la Iglesia, de la comunidad o de la humanidad.
Podemos quedarnos fuera de Jerusalén, cuando predomina en nosotros la resistencia a la aceptación gozosa, el no al sí, la desconfianza a la utopía, el realismo al abandono en la providencia divina.
La Pasión es una invitación solemne de Dios a entrar, a decir sí de nuevo, a confiar plenamente aunque de lejos y de cerca escuchemos el eco de las gentes que gritan ¡crucifícale!
2.- Hemos decidido entrar. ¡Ojalá todos!
Entrar por la puerta grande de Jerusalén hacia la Pascua, acompañando a Jesús, para ser espectadores o protagonistas.
Espectadores: en esta inmensa representación que es la Pasión, como si estuviéramos ante un bellísimo paso más que recorre nuestras calles, las de fuera, las de piedra, y nos deja impresionado el corazón con tanta belleza hasta el lunes de resurrección o de empezar a trabajar en la rutina de la vida.
Protagonistas: dispuestos a vivir en primera persona y en propia carne cada acontecimiento pascual hasta hacerlo nuestro, es decir, resucitado en nosotros. Vivir la pasión crudelísima de esta humanidad cautiva hasta resucitarla a fuerza de entrega liberadora en la cruz del Maestro.
Es verdad que esta historia de la Pasión es la de siempre y ya nos la sabemos de tanto oírla. Pero también puede ser verdad la realidad de que un año más la sangre no llegue al río y la historia de esta pasión no termine por seducirnos. Como Santa Teresa necesitó más de cuarenta años para “tomar una determinada determinación” o Lope de Vega decía: “mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana”. Ésta es una vez la cuestión: ser o no ser.
3.- Yo quisiera, con el temor y el temblor de no ser digno, en nombre de Jesucristo, invitaros vivamente a no dejar pasar una vez la oportunidad cargada de vida que atraviesa nuestras calles, las del alma, las de dentro: Cristo, el Señor, camino de la cruz.
Se trata, en fin, de asumir, de vivir más que de interpretar, el papel que queremos escoger en este drama, cargado de futuro, que es la pasión de Cristo y de la humanidad.
Aristóteles decía que la dignidad de los hombres consistía en vivir bien y representar correctamente el papel que para nosotros habían escrito los dioses.
Calderón de la Barca quiso, por analogía, transformar la vida en el “Gran Teatro del Mundo” para que cada uno interpretara bien su papel y obtuviera el aplauso o el abucheo al final de la representación, que es la vida.
Parece evidente que Dios nos ha asignado el papel de la vida y no solamente de vivir la vida sino de recrearla, dignificarla y liberarla de tantas ataduras que van limitando sus posibilidades casi ilimitadas.
Ahora que entramos por la puerta grande de Jerusalén es buen momento para escoger nuestro papel. Hay muchos y variados sobre le mesa de nuestra libertad.
Podemos entrar en la Pasión como:
Barrabás: Desconfiando de la capacidad de diálogo y de la paz y apostando por la imposición, la intolerancia y el fanatismo de las decisiones cotidianas. ¡Y seremos indultados por el mundo!
Caifás: Manteniendo nuestra burbuja de poder y de influencias, nuestro proyecto personal y cerrado, y defendiendo de vez en cuando que “conviene que muera un hombre” para que no se tambalee mi proyecto personal. ¡Cuántas decisiones en la vida pasan por encima de los otros, por marginar, descalificar, orillar, o se construyen a costa de los demás aunque sean legales!
Pedro: Negando que le hemos conocido, que Él nos llamó, que un día consiguió entusiasmarnos y le seguimos para siempre; pero ahora, decepcionados por las dificultades del camino, señalados por la criada del bienestar, lo negamos y tiramos la toalla de la fidelidad, dispuestos a recuperar el terreno perdido antes de que sea demasiado tarde: “No conozco a ese hombre”
Cirineo: Dispuestos a llevar la cruz pero sólo un instante, como voluntarios, como una ONG llamada Iglesia, pero no hasta el Calvario y mucho menos dispuestos a morir con Él.
Judas: Decepcionados porque nuestro proyecto personal no coincide con el de Dios, con el de la Iglesia, dispuestos a dejarlo todo por cuarenta monedas de plata, de ocio, de bienestar. Capaces de traicionar a los amigos, de olvidar sus historias, de morder la mano que nos dio de comer.
Pilatos: Lavándonos la manos ante el sufrimiento de hoy, ante las utopías de mi Iglesia o ante sus limitaciones humanas tan comunes. “Yo soy inocente de la sangre de esos inmigrantes sin papeles, de los enfermos o ancianos, de los compromisos asumidos en mi bautismo. “Soy inocente y me lavo las manos”
Cristo:
“Nadie me quita la vida, yo la entrego libremente”
“He venido para que tengáis vida y vida abundante”
“Tú y yo somos uno, Padre, para que el mundo crea”
“Hoy se cumple esta escritura en mí: He venido a anunciar la libertad”
“A tu manos, Padre, encomiendo mi espíritu”
“Id y anunciad a mis hermanos que os precederé en Galilea”
“Mete tus dedos en mi costado y no seas incrédulo sino creyente”
Poema de Domingo Ferrari:
LA ENTRADA A JERUSALÉN
Cuando la ciudad bullía,
mil visitas ¡qué trajín!
por la calle que da al templo
un hombre se acerca al fin.
Cabalga en asno prestado,
que es sinónimo de paz,
por los suyos aclamado,
por el pueblo saludado
con palmas al agitar.
Los muchachos que lo miran
cantan al verlo marchar
un ¡hosanna, hosanna!
Se enoja a la autoridad.
Como quien llega a su casa
se baja al templo al llegar
y al ver sus patios hollados
como cueva de ladrones
se ofende en su santidad.
Hace un azote de cuerdas,
trastorna mesa de cambios
y desordena el mercado,
descubriendo la maldad
de quienes hacen riquezas
de aquel lugar para orar.
La corrupción se agazapa,
sabiendo que ha de llegar
la hora de la venganza
sobre el joven galileo
que se ha atrevido a gritar.
Vuelve el jinete al camino
mas ya no se oye cantar,
ganó las calles el miedo,
y Él que conoce su hora
se marcha a ignoto lugar.
Alguien prepara una mesa
de pascua al agasajar
al que vino a limpiar templos.
Sin saber que el agasajo
será la cena final.
Y en otro lugar preparan,
los dos palos al cruzar,
la venganza del mercado,
en vidriera amedrentante
que el Gólgota mostrará.
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