Hoy sí quiero dar un nombre, aunque sea una excepción. Me encontré un cura “way”

No estaría mal que algunos curas y algún que otro obispo fueran a su misa para aprender.

He pensado muchas veces, y lo sigo pensando, que la iglesia, nuestra iglesia, camina unos años más atrás de lo que camina la sociedad y, por eso, tal vez, se nos mira muchas veces como una institución arcaica que no tiene  nada que decir ante los grandes desafíos que la sociedad hoy nos plantea. Por eso he criticado, desde dentro,  el clericalismo eclesial,  el carrerismo y la dictadura de las formas frente al fondo, las condenas frente a la misericordia y el materialismo, disfrazado de inmatrilaculaciones asombrosas que nos van a hacer sufrir mucho en los próximos meses y  los curas insufribles y pastores pedantes  con poco olor a oveja. He evitado dar  nombres, aunque los hay y todos los conocemos porque “se dice el pecado pero no el pecador.” Hay muchos curas que saben mucha Teología pero tienen muy poca empatía y práctica pastoral para llegar a la gente y sintonizar con ella.

Pero hoy sí quiero dar un nombre, aunque sea una excepción,  porque la luz no puede esconderse debajo del celemín. Se trata de Don Ricardo García, cura diocesano, adscrito a la iglesia del Carmen en la calle del Carmen que sale de la Puerta del Sol en Madrid. Un hombre de una cierta de edad  con su pelo y su barba blanca y bien cuidada. A ver si cunde el ejemplo.

 Me dirigía al dentista, hace solo unos días, y no iba con el tiempo sobrado por la calle del Carmen cuando quise entrar a hacer una visita al Señor. No sé si por devoción  o para pedirle que me echara una mano ante lo que se me avecinaba en la consulta del dentista. Providencialmente, en ese instante tocaba la campanilla anunciando que comenzaba la misa. Dudé entre quedarme o seguir hasta el dentista. Pero al escuchar al cura,  don Enrique, que iba a presidir la misa me quedé sin dudarlo. Su voz firme y decidida, convencida y convincente fue el mejor argumento. La iglesia está en obras de restauración y los trabajadores estaban haciendo mucho ruido, detrás del retablo y él detuvo la eucaristía le pidió con mucha amabilidad a los trabajadores que guardaran el mayor silencio posible porque comenzaba la eucaristía. Y el silencio se hizo. La voz del don Ricardo era de ésas que llenan porque sienten y viven lo que están celebrando, y eso se nota mucho, y hacía que  los fieles asistentes estuviéramos pendientes y atentos con sumo interés y atención por lo que allí estaba sucediendo. Y pensé que con unos cuantos sacerdotes así nadie podía evadirse a otros pensamientos. Con su entonación  firme y decidida y su vivencia del instante nos mantenía a todos atentos y concelebrantes con él. Un sacerdote con olor a oveja preocupado porque los fieles no perdiéramos ni un solo instante del fondo de lo que allí sucedía. Llegó el momento de la homilía y, al ver que nos pedía que nos sentáramos, pensé que era mejor marcharme porque podía llegar tarde a mi cita. Pero don Ricardo comenzó a hablar con tal firmeza y convicción  de la fe en la resurrección y de la falta de fe de algunos católicos en el misterio más importante de nuestra fe, que no se me ocurrió moverme de allí ni por un solo instante. Su homilía, espontánea pero bien meditada y estructurada, sin un solo papel y proclamada con solemnidad y fuerza, me pació más que brillante y me recordó a los padres apologistas tan necesarios en el tiempo en que vivimos, como en el tiempo en que, a partir de siglo II, después de la muerte de los apóstoles, anunciaron la fe sin que ya tuvieran referencias directas  y personales de Jesús. Lo que más convencen hoy son los testigos,  más aún que los maestros.

¡Cuánto agradecí esa Eucaristía, en el fondo y en la forma! Como dicen  los jóvenes de hoy, me pareció un cura “way”. Disfruté un montón  de esa misa y me fui al dentista renovado y feliz, no sin antes saludar y felicitar a don Ricardo y agradecerle su entrega y su estilo. Yo quisiera,  si algún día consigo hablar bien, celebrar la Eucaristía como don Ricardo. No estaría mal que algunos curas y algún obispo fueran  a su misa de incógnito, como yo, para que aprendieran, como yo aprendí, que se puede celebrar la Eucaristía con devoción y profundidad sin aburrir a las ovejas. Lo recomiendo. Tal vez no habría tantos bancos vacíos en nuestras celebraciones y los jóvenes no se estarían exiliando al mundo de la increencia. Gracias, don Ricardo, por su Eucaristía y su amabilidad a la hora de atenderme. Necesitamos curas “ways” y amables como don Ricardo.

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