El próximo domingo nos vemos con Zaqueo Cuando me siento un enano
Siempre vamos a remolque de Dios
“A Zaqueo Menor” mi buen amigo”
Tenemos con frecuencia la mentalidad, al escuchar la Palabra, de que cuanto se nos dice pertenece al pasado; como si fuera una historia hermosa, que conviene recordar por lo que nos enseña, pero al fin y al cabo, historia. Nos gustan mucho los cuentos.
Si nos acercamos al relato de Zaqueo, que la liturgia nos presentará el próximo domingo, esta impresión se acrecienta; parece una pequeña fábula, llena de encanto, con sus personajes, su argumento y una moraleja que acaba bien. Pero lejos de ser un cuento es una provocación.
Yo os invito a vivir en carne propia cuanto le sucede a Zaqueo para que veamos que este encuentro, este mensaje y esta conversión, están cortados a nuestra medida. Jesús nos habla en este relato a nosotros, se encuentra con nosotros, quiere hospedarse en nuestra casa. Este relato es tan actual como entonces si tenemos la valentía de escucharlo en primera persona, como Jesús desea.
Jesús pasaba por la ciudad.
La primera impresión que nos deja el relato es que Jesús está cerca, pasa por la ciudad, por nuestra vida, cerca de nosotros. Si no lo descubrimos es porque no sabemos mirar con ojos de fe, no sabemos verlo en los acontecimientos y personas que Él pone a nuestro paso. Tal vez, nos cuesta descubrir que lo esencial es invisible a los ojos. Nos falta la fe.
Zaqueo era un hombre que quería ver a Jesús para conocerlo, pero no podía porque era pequeño de estatura.
Lo que hace posible el encuentro es el deseo de Zaqueo de conocer a Jesús. Nada hubiera sucedido si él se hubiera quedado en casa, si no hubiera querido conocerle. Éste es nuestro primer paso en el camino de la fe: tener deseos de conocer a Jesús. Esto es mucho más que rezar de vez en cuando, venir a misa y dar alguna limosna. Conocer a Jesús es acercarnos a él, concederle el tiempo que se merece, prepararnos un poco en todo lo que concierne a nuestra fe. Nunca, como en estos tiempos, la cultura religiosa de los españoles, ha tocado niveles tan bajos. En nuestras familias ha llegado a ser tabú hablar de Dios, de Jesucristo, de la fe; rezar se ha convertido en un costumbre privada. Pues bien, no hay posibilidad de fe madura sin deseo de querer conocer a Cristo. Zaqueo quiso conocerle.
Pero no podía porque era bajo de estatura. ¡Qué símbolo más hermoso para hacernos ver que todos somos pequeños como Zaqueo, que no podemos solos, que necesitamos de los demás, que nos somos más que nadie. Pero él no se sintió derrumbado ni acomplejado por ello y se subió a una higuera; buscó recursos para superar sus limitaciones. Estamos, pues, invitados, también nosotros, a subirnos a una higuera; es decir, a buscar los recursos que puedan acercarnos a Él. Tenemos muchos recursos para ello: la iglesia, hogar de la fe y de la comunidad, la palabra divina que no puede estar olvidada en una estantería como si fuera sólo un elemento decorativo, la formación: ¿cuánto hace que no hemos leído un libro de formación cristiana que nos ayude a saber, a madurar, a dar testimonio de nuestra fe? Alimentar nuestra fe es tan fundamental como alimentar nuestro cuerpo.
Jesús vio a Zaqueo y le dijo: Zaqueo, baja pronto que hoy quiero alojarme en tu casa.-Resulta que la iniciativa del encuentro no es nuestra. Zaqueo apenas esperaba que Jesús se fijara en él. Además él era un pecador, un mal visto en aquella sociedad. Pero Jesús se dirige a él personalmente, rompe el protocolo, busca el encuentro. No le importa que sea un don nadie, ni siquiera que los demás lo desprecien. Quiere encontrarse con él, hospedarse en su casa.
¡Qué hermosa imagen para expresarnos el deseo profundo de Dios de llegar a nosotros, de hacerse cercano, de sentirse querido en el fondo del corazón, como cualquier padre a o madre! Él llama a nuestra puerta, se hace el encontradizo, pero muchas veces pasamos de largo, nos hacemos sordos, vivimos rodeados de otras preocupaciones más materiales, y no le abrimos la puerta.
-Fijaos cómo expresa esta realidad de nuestra lejanía de Dios el gran poeta español de nuestro siglo de oro: Lope de Vega:
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras.
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras!
Pues no te abrí. ¡Qué extraño desvarío!
Si de mi ingratitud, el hielo frío
Secó las llagas de tus plantas puras.
¡Cuántas veces el ángel me decía:
¡Alma, asómate ahora la ventana,
verás con cuanto amor llamar porfía.
Y ¡cuántas, hermosura soberana,
Mañana le abriremos, respondía,
Para lo mismo responder mañana!
Al ver esto todos murmuraban y criticaban diciendo: se ha alojado en cada de un pecador.
Esta puede ser una razón de las muchas que impiden que seamos auténticos, que nos acerquemos a él: lo que puedan decir los demás. El miedo a ser señalados como beatos, como conservadores, como extraños.
Con cuanta frecuencia y libertad –como si quedara bien y fuera progresista- confiesan los que no creen su ateísmo o su agnosticismo en la calle, en los medios de comunicación. Lo dicen aunque no se lo pregunten.
Sin embargo cuánto nos cuesta a los creyentes, a nosotros, dar razón de nuestra fe, confirmar que somos católicos, que somos creyentes.
Jesús pasa por encima de estos condicionamientos sociales, vence respetos humanos, y acepta ir a la casa de Zaqueo, a pesar de las críticas contra él.
Y Zaqueo dijo a Jesús: Voy a dar la mitad de bienes a los pobres, y si he defraudado a alguien le devolveré cuatro veces más.
A esta casa llegó la salvación, la conversión, el cambio del corazón. Y todo fue gracias al encuentro con Jesús. Aquí está la piedra de bóveda, la clave, de nuestra propia experiencia cristiana.
No importa cómo estemos, los pecados que coleccionemos, las muchas o pocas fuerzas que tengamos, el ánimo que nos acompañe en este momento: porque Dios acepta nuestra debilidad, nuestra pequeñez –como la de Zaqueo-
Si queremos buscar a Dios y encontrarnos con Cristo, basta con que nos pongamos en camino. Él nos encontrará: No ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores.
Que El Señor, que sale a nuestro encuentro, hoy y siempre, nos descubra dispuestos para conocerlo, para amarlo, para no avergonzarnos nunca de Él. Nuestra vida está en sus manos, lo queramos o no, dejemos que Él la modele, la conduzca y la haga suya. Nadie puede hacernos más felices porque Él es la fuente de toda felicidad. Y nos ama así como somos. ¿Así? ¡Pues sí, asi!