Un santo para cada día: 12 de mayo Santo Domingo de la Calzada: el gallo, la gallina y el Camino de Santiago
Se encontró con que el río Oja le cerraba el paso, por lo que no tuvo más remedio que construir un puente
La obra descomunal llevada a cabo por este hombre no es fruto de una intencionalidad humana, ni siquiera filantrópica, sino fruto de una intencionalidad divina
Próximo al monasterio S. Millan de la Cogolla se encontraba un paraje poblado de encinas, robles y carrascos, lo que se dice, un espeso bosque, con una fauna bien abundante, en la que no faltaban los ciervos y los jabalíes. Allí vivía un anciano en una miserable choza entregado por entero a Dios. Un día llegó hasta su puerta un joven robusto de unos veinte años, para pedirle que le dejara compartir su vida y aprender como servir a Dios apartado del mundo. El viejo eremita se limitó a decirle que lo más que podía hacer, es dejarle la choza y que él se buscaría otra nuevamente. El joven entendió que se sentía rechazado en su pretensión de compartir su vida con aquel anciano, por lo que decidió buscarse otra cueva natural para él solo y emprender una nueva vida.
Estaba acostumbrado a vivir en el campo en contacto directo con la Naturaleza, a la que conocía bien, pues había nacido en Viloria de Rioja, de padres campesinos, que se llamaban Ximeno García y Orodulce; ellos le habían enseñado lo duro que es ganarse la vida trabajando en el campo. Muertos ambos había intentado ingresar primero en el Monasterio benedictino de Valvanera y después en el de S. Millán de la Cogolla, pero en los dos fue rechazado por idéntica razón. Los frailes pensaban que lo que Domingo, que así se llamaba el mancebo, venía buscando, era un lugar seguro donde poder comer la sopa boba. En Ayuelo por fin encontró un lugar para rehacer su vida viviendo en solitario. Allí permanecería hasta 1039, en que pudo conocer a un obispo llamado Gregorio, que acabaría acogiendo a Domingo para que le sirviera como paje y criado. Durante cinco años estuvo bajo sus cuidados, aprendiendo mucho de él, hasta que el prelado murió. Fue entonces cuando Domingo decidió instalarse en los bosques de Ayuelo, concretamente en el bello valle del Ojacon, con la idea de emprender en la zona un plan de colonización que viniera a remediar las penurias de los peregrinos de Santiago, al pasar por estos pasajes salvajemente agrestes. El número de los que querían visitar la tumba del apóstol era cada vez mayor. Desde Castilla, Aragón, Cataluña, Francia, Países Bajos, Alemania y prácticamente de toda la cristiandad, se desplazaban los peregrinos, por lo que urgía hacer algo.
Domingo no tiene medios, con lo único que contaba para acometer semejante proyecto era con una hoz, su juventud, unos robustos brazos y una fuerza interior alimentada por la caridad cristiana. Sin pensarlo más puso manos a la obra y comenzó a urbanizar todo este bosque intransitable. Comienza por construir una humilde casita, donde poder cobijarse, luego vino una pequeña capilla, que más tarde acabaría siendo la catedral de la diócesis. Hecho esto se metió con la labor ingrata de roturar los campos convirtiéndolos en terrenos productivos, pero su plan primordial se centraba en construir una gran calzada, abriendo paso entre grandes peñascales. Se encontró con que el río Oja le cerraba el paso, por lo que no tuvo más remedio que construir un puente.
Domingo de la Calzada, como a partir de ahora se le conocería, había logrado una obra admirable que quedaría para los que vinieran detrás, pero faltaba lo mejor cual era la construcción de un gran complejo de hospitales, hospicios, albergues, un gran pozo y una iglesia, que hasta el día de hoy es llamada “La casa del Santo”, donde Domingo hizo de enfermero, cocinero, albañil, relaciones públicas, administrador, contemplativo y evangelizador, siendo ejemplo para todos. El “ingeniero del cielo” pudo ver acabada esta gran obra de interés público con la ayuda de los habitantes del contorno, que le ayudaron cada cual según sus posibilidades y hasta pudo contar con el favor del el rey Alfonso VI, ya solo le quedaba poder morir en paz con la satisfacción del deber cumplido. No hace falta decir que fue nombrado patrón de los ingenieros de caminos.
Es natural que un hombre tan querido y admirado en vida lo fuera aún más después de muerto, por lo que sus contemporáneos, con la mejor intención, trataron de encumbrar su figura con relatos como el del gallo y la gallina al que necesariamente hay que referirse siempre que se hable de él. Dicho relato cuenta que unos peregrinos franceses, un matrimonio con su hijo en una peregrinación a Santiago, pasaron por allí y una de las hijas del dueño puso los ojos en el joven, que al ver que no le correspondía, quiso vengarse introduciendo una copa de oro en su alforja, para luego poder acusarle de hurto. Habiéndose comprobado que era cierta la acusación de la muchacha, el joven fue llevado a la horca por ladrón. Los padres, desolados, se habían retirado dando a su hijo por muerto, cuando oyeron que alguien decía que Sto. Domingo había obrado un milagro y que su hijo no estaba muerto. Los padres regresaron al lugar del suplicio y comprobaron que era cierto. Inmediatamente fueron a contar al juez lo sucedido y éste que estaba comiendo y tenía sobre la mesa una gallina y un pollo asados, se limitó a decir “Tan vivo está este hombre como estas aves que tengo yo delante”. Fue entonces cuando el gallo y la gallina comenzaron a revolotear sobre la mesa.
Reflexión desde el contexto actual
Domingo de la Calzada pasa por ser un santo de nuestro tiempo. Santos así, emprendedores, con iniciativa y propulsores del desarrollo, hombres que promuevan la obra social, son los que quiere la sociedad actual; pero ojo, no conviene confundir las cosas. La obra descomunal llevada a cabo por este hombre no es fruto de una intencionalidad humana, ni siquiera filantrópica, sino fruto de una intencionalidad divina, movida por el espíritu de caridad cristiana, por eso Domingo de la Calzada no está en la lista de los benefactores de la Sociedad, sino en la lista de los santos de la Iglesia Católica.