Un santo para cada día: 29 de noviembre S. Saturnino de Tolosa. (Patrono de Pamplona)
El trato que los emperadores romanos dispensaron a los cristianos fue variando según el momento histórico y la sensibilidad de quien le tocaba gobernar. No todo fueron persecuciones, hubo momento de tregua, si es que así se les puede llamar, que los cristianos supieron aprovechar para tomarse un respiro, expandirse y organizarse en pequeñas comunidades. Esto es lo que sucede a mitad del siglo III en la región hispano-galaica atravesada por los Pirineos, donde se asienta la ciudad de Toulouse a unos 90 Km de los Pirineos españoles, que desde el 120 a. de Cristo venía siendo una ciudad romana, con cierta importancia en el siglo III. Cuando Saturnino la visita encuentra en ella un grupo de cristianos poco numeroso, pero que sería la base para fundar en ella una floreciente comunidad de cristianos, que se desarrollaría muy rápidamente, hasta constituirse en sede episcopal, de la que su primer obispo sería él mismo. No solamente Toulouse sería el escenario de las correrías de este apóstol de Cristo. Su presencia es detectada también al otro lado de los Pirineos, en lo que antiguamente se denominaba “Pompaelo”, hoy Pamplona, donde juntamente con Honesto, predicó con éxito obteniendo numerosas conversiones; se habla de que fueron 50.000 los bautizados, entre los que se encontraba un funcionario romano llamado Firmo y su hijo Fermín, llamado a ser el obispo de la ciudad y el santo más venerado por estas tierras, si bien el honor del patronazgo de Pamplona sigue ostentándolo S. Saturnino.
Existe una leyenda sobre la vida y milagros de Saturnino, que sin duda puede resultar muy pintoresca; no la vamos a reproducir aquí por carecer del más mínimo rigor histórico, si bien ha servido para acrecentar el fervor popular, como sucediera en tantas ocasiones. Sobre Saturnino, lo que sí sabemos es que fue uno de los grandes misioneros de mediados del siglo. De él dice S. Gregorio de Tours que fue uno de los primeros misioneros enviado desde Roma a La Galia por el papa Fabián, allá por el siglo III. No vino solo, hubo otros además de él. Poseemos también el testimonio de Venancio Fortunato que nos habla de que Saturnino proclamó el evangelio en Pamplona, Navarra, Languedoc, Gascuña y Tolosa.
Para evitar confusiones cabe decir, que S. Saturnino se identifica con S. Cernin. Se trata de la misma persona, lo que sucede es que un nombre responde a la denominación castellana y la otra a la francesa. Esta aclaración puede resultar útil para todos los peregrinos jacobeos que, en su paso por Tolosa, buscan satisfacer sus ansias de rendir culto a quienes fueron el reclamo de muchas generaciones y en honor de los cuales se levantaron esplendorosos templos, uno en el Languedoc con el nombre de S. Cernin o S. Sernín y otro en Pamplona con el nombre de S. Saturnino, pero que en realidad se trata del mismo santo.
Pasado el tiempo de bonanza política, que el apóstol de Cristo supo aprovechar a pleno rendimiento, llegaría un nuevo tiempo de tribulaciones, en que los cristianos volvieron a estar en el ojo del huracán. En la segunda mitad del siglo III, cuando la comunidad cristiana de Saturnino estaba en todo su apogeo, aparece nuevamente el peligro amenazante, posiblemente porque la administración romana considera que la nueva religión podía llegar a comprometer a la religión del imperio. Son los tiempos de Decio, celoso de la integridad romana, quien llega a creer que, si los cristianos se lo proponen, la unidad de Roma puede quedar debilitada. Por todo ello la persona de Saturnino y su Comunidad caen bajo sospecha.
Era un hecho que los sacerdotes paganos de Tolosa no se sentían cómodos con la presencia de los cristianos y sirviéndose del pueblo, un día que Saturnino pasaba por el templo de Júpiter, le impidieron el paso para que rindiera culto a los dioses paganos. Al ver que nada podían conseguir de él, fue la chusma la que, sin esperar a proceso alguno, acabó con su vida. Le ataron con una cuerda a un toro que esperaba ser inmolado a los dioses y cuando le tenían bien amarrado, azuzaron al animal que despavorido salió huyendo de estampida por las calles, arrastrando el cuerpo del mártir hasta quedar despedazado. Cuando todo acabó dos mujeres valerosas recogieron los restos y les dieron cristiana sepultura. La Iglesia desde antiguo le recordó con estas palabras: “ Era probo en su oficio, ímprobo para el triunfo, predicó la fe con su boca, selló la predicación con su sangre; doctor en el altar, vencedor para el reino, levantó a la gloria a los que dirigió por el camino de la salud”.
Reflexión desde el contexto actual:
La confesión de los mártires es un testimonio tan autentico y veraz que hace que nos sintamos agradecidos y espiritualmente unidos a ellos, aunque hayan pasado muchos siglos y muchos de sus datos biográficos se hayan perdido. Nos basta saber que han existido y que dieron su vida por traernos la fe de la que ahora nos alimentamos. En la comunión de los santos el paso de los años no cuenta para nada, por lo que a Saturnino lo podemos ver hoy tan cercano como si fuera un santo de nuestro tiempo.