Un santo para cada día: 15 de diciembre Sta. María de Rosa. (La promotora de Las Doncellas de la caridad)

Sta. María  de Rosa (La promotora de “Las Doncellas de la caridad”)
Sta. María de Rosa (La promotora de “Las Doncellas de la caridad”)

Cuando vas por la vida con los ojos bien abiertos te das cuenta de las necesidades que hay a tu alrededor y las muchas formas que existen de poder hacer bien a los que nos rodean, ayudándoles a sobrellevar sus desgracias, aunque no los conozcas de nada. Así lo entendió María de Rosa y así lo dejó plasmado en una sentencia rebosante de sabiduría práctica, cuando dijo: "No puedo ir a acostarme con la conciencia tranquila los días en que he perdido la oportunidad, por pequeña que esta sea, de impedir algún mal o de hacer el bien".

María de Rosa había nacido en Brescia (Italia) en 1813, siendo sus padres Clemente de Rosa y Camila Albani, perteneciente a la nobleza.  Su infancia trascurrió de forma normal hasta que murió su madre, cuando ella contaba 11 años.  María fue creciendo y como era frecuente en esa época, su padre se preocupó de buscarle un pretendiente ajustado a su categoría y cuando ya lo tuvo, se lo hizo saber a la joven, que quedó un tanto aturdida, porque no se lo esperaba. Fue de inmediato al obispo para que le ayudara a explicar a su padre que semejante decisión no entraba dentro de sus planes y el prelado, con debida prudencia, así lo hizo. Al final Clemente acabó aceptando la voluntad de su hija. La vida siguió con toda normalidad para María, entregándose cada vez con más intensidad a las obras de beneficencia, hasta que llegó el día en que quiso dar un paso más y se decidió a fundar una asociación dedicada a los pobres.   

 Clemente tenía una fábrica de tejidos en Acquafredda, donde trabajaban varias operarias; con ellas su hija llegó a formar una asociación destinada a ayudarse internamente entre sí y ayudar también a los demás.  Extendió su actividad a las campesinas de la comarca de Capriano, donde la familia poseía una casa de campo y allí las fue moldeando piadosamente a través de cursillos y retiros. En el año 1836 una terrible peste de cólera dejó asolada la comarca de Brescia.  No lo dudó ni un instante y en compañía de una viuda experimentada en asistencia sanitara y con el permiso de su padre, se fue a atender a los miles de contagiados, sin reparar siquiera que con ello se exponía a ser una víctima mortal.

Esta actitud solidaria despertó el cariño y la admiración en toda la población, que comenzó a considerarla como una heroína A pesar de sus desvelos, los efectos desoladores se hicieron sentir. La población quedó diezmada, niñas y niños huérfanos, pobres en la calle sin trabajo. Para aliviar la situación, la administración municipal puso en marcha unos talleres, al frente de los cuales colocó a esta joven de 24 años, que tanto valor había demostrado durante el tiempo que duró la epidemia.  En este puesto trabajó e hizo lo que pudo, pero le faltaba libertad y autonomía para hacer las cosas como a ella le hubiera gustado, por lo que a los dos años lo deja, para emprender por cuenta propia un nuevo plan que consistiría en crear un internado para niñas huérfanas o pobres, haciéndose cargo de un instituto para sordomudas, al estilo de alguno que ya venía funcionando.        

A pesar de tanta actividad no le faltaba tiempo para rezar y leer. De ella decía Monseñor Pinzoni: "La vida de esta mujer es un milagro que asombra a todos. Con una salud tan débil hace labores como de tres personas robustas". Su espíritu inquieto siempre estaba dispuesto a nuevas aventuras. En 1840 comenzaba a surgir una nueva Asociación bajo el patrocinio del obispo, que tenía como misión atender a los enfermos en los hospitales y María iba a ser quien se encargaría de la misma. Al principio no eran nada más que cuatro, conocidas como “Doncellas de la caridad”, pero pronto llegaron a treinta y dos miembros. Poco a poco fueron abriéndose camino, no sin dificultades. En 1843 ya tenían la regla provisional aprobada por el obispo. En el ánimo de María de Rosa estaba que sus religiosas atendieran a los enfermos, naturalmente, pero sin caer en el activismo, por el contrario, el silencio la oración y la meditación tenían que seguir siendo el motor de su vida espiritual

 La Congregación iba a seguir creciendo y los hospitales que solicitaban su presencia aumentaban en número. Ya solo faltaba la definitiva ratificación por parte de Roma. A tal fin la M. Superiora emprendió viaje para entrevistarse con Pio IX, quien dio su aprobación. Al fin la M. María de Rosa podía morir en paz en su querida Brescia, el 15 de diciembre de 1855.

Reflexión desde el contexto actual:

La M. María de Rosa, con su vida, nos enseña que un tiempo bien aprovechado da para mucho y que todo cuanto se hace debe estar alentado por el espíritu, pues de no ser así se corre el riesgo de caer en el activismo frenético, espiritualmente infecundo. Oración y acción son el mejor componente del que se pueden esperar siempre buenos resultados. Así al menos, es como lo entendió la promotora de “Las doncellas de la Caridad”, quien entendió a la perfección que todo activismo desprovisto de la fuerza del espíritu resulta estéril.  Es como si, consciente del peligro que entraña el activismo desenfrenado, se hubiera adelantado a nuestro siglo y nos previniera que la oración, la contemplación y el breviario siguen siendo insustituibles, si no se quiere caer en la “heresis bonorum operum”, que amenaza al hombre de hoy tan volcado hacia el exterior y tan perdido en medio de los ruidos y el aturdimiento

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