"El espíritu del cristianismo es un poco eso: encontrar perlas donde no las hay" Pedro Pablo Achondo: "Lejos de discursos del horror, me gustaría darle a lo humano la oportunidad del asombro y la maravilla"
"La esperanza debe ser narrada de mil maneras y compartida entre los más diversos rincones de esta casa común"
Después de tanta historia de guerras, después de registros de pandemias, hambrunas y desastres socioambientales; después de tanta toxicidad arrojada en los mares… después de tanto, no cabe duda de que lo raro es la vida. Lo que llama la atención es que sigamos con vida. Más que preguntarnos por el colapso o la pérdida de todo, más bien debemos preguntarnos por la vida. Por esa porfiada fuerza, esa misteriosa tenacidad fecunda para no desfallecer. Lejos de discursos del horror o de aquellos que depositan en lo humano (así a secas, sin rostro ni clase ni raza) la responsabilidad del colapso o que lo catalogan como una plaga dentro de la biodiversidad; me gustaría darle la oportunidad, aún, del asombro y la maravilla. Quisiera elogiarlo como un ser entre muchos, como aquel posible de transformación, cambio y renovación. Pues porque creo que allí radica uno de los fundamentos del cristianismo. En esa criatura frágil y necesitada de cuidado. En ese ser contradictorio y soñador, capaz de amistad, manifestación de la desmesura y lo inesperado.
No cabe duda de que los corazones pueden teñirse de maldad, de egoísmo y de amargura. Así lo han hecho y han transmitido esas patologías a instituciones, estructuras y comunidades. Allí sí hay una plaga. Una comunidad de ceguera tan peligrosa como triste. Pero incluso ahí es posible la radical transformación. Incluso ahí. Si ser cristiano es cantarle a la esperanza, ella debe ser cantada a todo pulmón. Debe ser gritada desde los techos de los hospitales, hoy, incansables cuidadores del otro. La esperanza debe ser narrada de mil maneras y compartida entre los más diversos rincones de esta (no diré “nuestra” que aquello sigue oliendo a propiedad) casa común.
Lo raro es la vida. Que acontezca la vida, que suceda como la belleza que más de alguna prisionera en los campos del mal porfiadamente supo encontrar. Lo raro es que sigamos con vida, que no nos hayamos aniquilado hace décadas, que no hayamos generado maquinarias asesinas más perfectas. Lo raro es que la vida siga diciéndose en donde parece que ya no la hay. Que un niño sonría a pesar de tanto. El espíritu del cristianismo es un poco eso: encontrar perlas donde no las hay. O como declara de manera sublime y misteriosa el hombre temeroso de Mateo: Señor, cosechas donde no has sembrado (25, 24). Atributo magnífico del Dios de Jesús. El cristiano intenta emular esa praxis: cosechar donde no se sembró. La vida crece ahí, también. ¡Cómo no esperar! ¡Cómo no aventurarse a buscar en lo inútil y celebrar con lo desechado!
Allí y más que en ningún otro lugar, allí, podemos afirmar que lo raro es la vida. Y llenar con oxigenada alegría nuestro espíritu-cuerpo. Ahí atisbamos lo fascinante. En esa coexistencia que se defiende, en ese habitar que permanece con inusitada astucia -como los negros esclavizados de África engañando a los colonizadores católicos ante la virgen en Brasil; como los gatos domesticando humanos con sus maullidos para sobrevivir dignamente; como la orquídea que sin el amado polinizador tuvo que arreglárselas auto fecundándose. La rara vida es maravillosa. En ella se alberga el germen de lo otro. Es cosa de no interrumpirle el viaje y permitirle que nos siga sorprendiendo. Es nuestro deseo.