El Papa dedica su catequesis a la humildad, "fuente de la paz en el mundo y en la Iglesia" El ruego de Francisco en la audiencia: "Es necesario orar por la paz en este tiempo de guerra mundial"
A la humildad, una virtud que "está en la raíz de la vida cristiana", ha dedicado esta miércoles el papa Francisco su catequesis de la audiencia general, "la gran antagonista del más mortal de los vicios, es decir, la soberbia"
"La humildad lo es todo. Es lo que nos salva del Maligno y del peligro de convertirnos en sus cómplices. Es la fuente de la paz en el mundo y en la Iglesia. Dios nos ha dado un ejemplo de ella en Jesús y María, para nuestra salvación y felicidad", concluyó el Papa
A la humildad, una virtud que "está en la raíz de la vida cristiana", ha dedicado esta miércoles el papa Francisco su catequesis de la audiencia general, "la gran antagonista del más mortal de los vicios, es decir, la soberbia".
"Para liberarnos del demonio de la soberbia, bastaría muy poco, bastaría contemplar un cielo estrellado para redescubrir la justa medida", señaló el Papa, para quien "bienaventuradas [son] las personas que guardan en su corazón esta percepción de su propia pequeñez: se preservan de la arrogancia".
El Papa puso como ejemplo de esta humildad a María. "Dios -por así decirlo- se siente atraído por la pequeñez de María, que es sobre todo una pequeñez interior. Ciertamente, ella tenía muchas otras cualidades, que irán apareciendo poco a poco en el relato de los Evangelios, pero la única que se nombra es ésta: la humildad", dijo Francisco.
"En un mundo que es una persecución para aparentar, para demostrarse superior a los demás, María camina con decisión, sólo por el poder de la gracia de Dios, en dirección contraria", subrayó el Papa, quien también destacó que "esta pequeñez suya es su fuerza invencible: es ella quien permanece a los pies de la cruz, mientras se hace añicos la ilusión de un Mesías triunfante. Será María, en los días que preceden a Pentecostés, quien reúna al rebaño de discípulos".
"La humildad lo es todo. Es lo que nos salva del Maligno y del peligro de convertirnos en sus cómplices. Es la fuente de la paz en el mundo y en la Iglesia. Dios nos ha dado un ejemplo de ella en Jesús y María, para nuestra salvación y felicidad", concluyó el Papa.
A la hora de los saludos, Francisco, dirigiéndose a los peregrinos, saludó a los novicios presentes y pidió rezar por las vocaciones. Igualmente, reiteró su ya tradicional petición por la paz en el mundo. "Oremos por la paz. Necesitamos tanto la paz... El mundo está en guerra. No olvidamos a la martirizada Ucrania, que está sufriendo tanto. No olvidemos a Palestina, a Israel. Que se detenga esta guerra. No olvidemos a tantos otros países en guerra. Hermanos y hermanas, es necesario orar por la paz en este tiempo de guerra mundial", rogó el Pontífice.
Texto íntegro de la catequesis papal
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Concluimos este ciclo de catequesis deteniéndonos en una virtud que no forma parte de la lista séptuple de las virtudes cardinales y teologales, pero que está en la raíz de la vida cristiana: la humildad. Ella es la gran antagonista del más mortal de los vicios, es decir, la soberbia. Mientras el orgullo y la soberbia hinchan el corazón humano, haciéndonos parecer más de lo que somos, la humildad devuelve todo a su justa dimensión: somos criaturas maravillosas pero limitadas, con virtudes y defectos. La Biblia nos recuerda desde el principio que somos polvo y al polvo volveremos (cf. Gn 3,19), «humilde» de hecho viene de humus, tierra. Sin embargo, a menudo surgen en el corazón humano delirios de omnipotencia, ¡tan peligrosos!
Para liberarnos del demonio de la soberbia, bastaría muy poco, bastaría contemplar un cielo estrellado para redescubrir la justa medida, como dice el Salmo: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para mirar por él?» (8,4-5). Y la ciencia moderna nos permite ampliar mucho más el horizonte y sentir aún más el misterio que nos rodea y habita.
Bienaventuradas las personas que guardan en su corazón esta percepción de su propia pequeñez: se preservan de la arrogancia. En sus Bienaventuranzas, Jesús parte precisamente de ellos: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). Es la primera Bienaventuranza porque es la base de las que siguen: de hecho, la mansedumbre, la misericordia, la pureza de corazón surgen de ese sentimiento interior de pequeñez. La humildad es la puerta de entrada a todas las virtudes.
En las primeras páginas de los Evangelios, la humildad y la pobreza de espíritu parecen ser la fuente de todo. El anuncio del ángel no tiene lugar a las puertas de Jerusalén, sino en una remota aldea de Galilea, tan insignificante que la gente decía: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). Pero es desde allí desde donde renace el mundo. La heroína elegida no es una pequeña reina criada entre algodones, sino una muchacha desconocida: María. Ella misma es la primera en asombrarse cuando el ángel le trae el anuncio de Dios. Y en su cántico de alabanza, el Magnificat, destaca precisamente este asombro: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora» (Lc 1, 46-48). Dios -por así decirlo- se siente atraído por la pequeñez de María, que es sobre todo una pequeñez interior. Ciertamente, ella tenía muchas otras cualidades, que irán apareciendo poco a poco en el relato de los Evangelios, pero la única que se nombra es ésta: la humildad.
A partir de aquí, María tendrá cuidado de no pisar el escenario. Su primera decisión tras el anuncio del ángel es dirigirse a las montañas de Judá, para visitar a Isabel: la asistirá en los últimos meses de su embarazo. Pero, ¿quién ve este gesto? Nadie salvo Dios. De este ocultamiento, la Virgen nunca parece querer salir. Como cuando, desde la multitud, una voz de mujer proclama su bienaventuranza:
«¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!». (Lc 11,27). Pero Jesús replica inmediatamente: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). Ni siquiera la verdad más sagrada de su vida -ser la Madre de Dios- se convierte en motivo de jactancia ante los seres humanos. En un mundo que es una persecución para aparentar, para demostrarse superior a los demás, María camina con decisión, sólo por el poder de la gracia de Dios, en dirección contraria.
Podemos imaginar que ella también conoció momentos difíciles, días en los que su fe avanzaba en la oscuridad. Pero esto nunca hizo vacilar su humildad, que en María fue una virtud granítica: ella es siempre pequeña, siempre desnuda de sí misma, siempre libre de ambiciones. Esta pequeñez suya es su fuerza invencible: es ella quien permanece a los pies de la cruz, mientras se hace añicos la ilusión de un Mesías triunfante. Será María, en los días que preceden a Pentecostés, quien reúna al rebaño de discípulos, que no habían sido capaces de permanecer ni una hora a solas con Jesús y le habían abandonado cuando llegó la tormenta.
La humildad lo es todo. Es lo que nos salva del Maligno y del peligro de convertirnos en sus cómplices. Es la fuente de la paz en el mundo y en la Iglesia. Dios nos ha dado un ejemplo de ella en Jesús y María, para nuestra salvación y felicidad.
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