"Intentamos paliar en algo el problema, pero es parche de bicicleta en una rueda de tractor" Cardenal Cristóbal López: "A los dos días de cuarentena muchos marroquíes ya no podían comer"
"Hay miles de hermanos migrantes y marroquíes que estaban subsistiendo gracias a la mendicidad y a pequeños trabajillos que les daban para comer. Y de golpe han desaparecido ambas posibilidades"
"Tengo asumido desde hace mucho tiempo que tengo que morirme, es más, que me muero un poco cada día. Considero que mi vida está ya amortizada, y que cada día que vivo es una propina que Dios me da para ponerla al servicio de los demás"
"Dios está en cada enfermo, sufre en ellos y muere en cada difunto"
"En este nuevo mundo que debemos crear o recrear, nadie debería cenar hasta que todos hayan comido por lo menos una vez al día"
"Con el nivel de control que las grandes empresas de comunicación tienen sobre lo que decimos, hacemos y vivimos, no sé cómo se podría garantizar el secreto sacramental en una confesión por videoconferencia"
"Dios está en cada enfermo, sufre en ellos y muere en cada difunto"
"En este nuevo mundo que debemos crear o recrear, nadie debería cenar hasta que todos hayan comido por lo menos una vez al día"
"Con el nivel de control que las grandes empresas de comunicación tienen sobre lo que decimos, hacemos y vivimos, no sé cómo se podría garantizar el secreto sacramental en una confesión por videoconferencia"
"Con el nivel de control que las grandes empresas de comunicación tienen sobre lo que decimos, hacemos y vivimos, no sé cómo se podría garantizar el secreto sacramental en una confesión por videoconferencia"
"Yo también preferiría ser ateo a creer en un 'dios' que castiga", expresa el cardenal Cristóbal López, rechazando tajantemente los discuros que hablan de "castigo divino" ante la propaganción del coronavirus por el mundo.
El también arzobispo de Rabat atiende a Religión Digital desde Marruecos, mostrando su preocupación por la epidemia y por el hambre que está desatando entre los pobres y migrantes la paralización de las actividades económicas.
Con una profunda humildad, declara sentir que su vida está amortizada, que no le da miedo su propia muerte sino la de los demás. Y lamenta que, mientras que en África la muerte "se vive" con la tranquilidad con la que se asume algo que no supone ninguna interrupción, en Occidente "al menos los cristianos, tenemos que mirar a la muerte a la cara" demostrando que es el paso a la vida eterna, y no un final.
¿Cómo está viviendo el paso de la pandemia por su vida y por la de su país de adopción?
Personalmente, como una oportunidad de profundizar en la fe, de mejorar mi vida cristiana, de ir a lo esencial…
Pastoralmente, como un desafío: ¿cómo orientar, animar, iluminar a los cristianos en estas circunstancias? ¿Cómo ser sal de la tierra y luz del mundo en estos momentos y aquí en Marruecos? Y están saliendo cosas muy interesantes, tanto de parte de los sacerdotes como de los laicos.
Socialmente, con una gran preocupación; estoy escuchando ya, de viva voz y en mensaje audio que recibo, una palabra trágica: “hambre”. Y es que hay miles de hermanos migrantes y marroquíes que estaban subsistiendo gracias a la mendicidad y a pequeños trabajillos que les daban para comer. Y de golpe han desaparecido ambas posibilidades… Y a los dos días yo no podían comer. Dígase lo mismo en relación a los alquileres de las habitaciones (que no casas) en las que viven… Me causa mucho dolor; intentamos paliar en algo el problema, pero es parche de bicicleta en una rueda de tractor.
¿Es lógico, a pesar de la fe, sentir miedo ante este enemigo invisible y tan mortífero?
Sí, el miedo es un sentimiento humano que, en cierta manera, protege y defiende a la persona, la pone en alerta, le ayuda a esquivar los peligros… Pero la fe debe ayudarnos a superar el miedo, a integrarlo en nuestra vida sin dejarnos ni vencer por él ni claudicar ante el peligro.
Yo no tengo miedo, al menos por mí mismo, quizás sí por los demás. Tengo asumido desde hace mucho tiempo que tengo que morirme, es más, que me muero un poco cada día. Considero que mi vida está ya amortizada, y que cada día que vivo es una propina que Dios me da para ponerla al servicio de los demás; pero estoy listo para recibir la última obediencia; ¡he recibido ya bastantes en esta vida, y de forma insólita e inesperada…! Y todas han sido para mí desafíos que he aceptado con alegría, y que me han hecho crecer y madurar… y he sido feliz. Entonces, estoy a la espera de la última, que será la definitiva y la mejor: no digo que esté invitando a la hermana muerte, pero cuando llame a mi puerta, sea cuando sea, será bienvenida.
¿Dónde está Dios?
Esta pregunta se la hacía un cura a los niños de la catequesis, queriendo llevarles a que descubrieran que Dios está en el prójimo. El más sabidillo respondió: “Dios está en el cielo, en la tierra y en todas partes”. “Sí, sí, muy bien, pero si queremos encontrarle y casi casi verle y tocarle…, ¿dónde podemos encontrarle?”. Y otro niño respondió: “En aquella caja que hay en la iglesia, que tiene una luz al lado”. “Sí, sí, esa caja se llama Sagrario; allí guardamos la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo, que es Dios, es cierto; pero si queremos encontrarlo en nuestra vida de cada día, en lo ordinario…”. Y uno levanta la mano: “En el cuarto de baño de mi casa”. “Cómo”, preguntó el cura extrañado… “Sí, padre; al menos yo escucho cada mañana a mi padre que se pasea nervioso delante del cuarto de baño diciendo: ‘Dios mío, ¿todavía estás ahí’?”.
Bueno, chiste aparte, Dios está en cada enfermo, sufre en ellos y muere en cada difunto, como estuvo en el Calvario. Dios está en los médicos, enfermeros y personal que cuida, trabaja y se desvive por los demás: ellos le prestan a Dios las manos, la sabiduría y, sobre todo, el amor para que cada uno de nuestros hermanos sienta su presencia. Dios llora en cada familia que pierde un ser querido. Dios nos acompaña a todos, nos pone el brazo sobre nuestros hombros… y nos abraza, sin respetar distancias sociales, para que tengamos consuelo, aliento y fuerza para seguir adelante.
¿Cómo es posible que algunos clérigos (incluidos algunos altos cardenales) sigan diciendo que el coronavirus es un 'castigo de Dios'?
Inconcebible, inaceptable. El otro día estaba escuchando el razonamiento de un sacerdote… y tuve que dejarlo. En la carta que escribí a los cristianos de Marruecos yo decía, y perdona que me cite: ”Que nadie eche sobre la espalda de Dios la llegada de esta pandemia; ¡no es Dios quien ha querido esto! ¡No se trata, ni mucho menos, de un castigo de Dios! Pensar o decir tales cosas raya en la blasfemia. No hagamos a Dios responsable de lo que nos incumbe a nosotros, de lo que concierne y depende de nuestro estilo de vida, de nuestra manera de actuar, de la organización que le hemos dado al mundo”. Ciertas declaraciones o predicaciones explican que haya tantos ateos. Yo también preferiría ser ateo a creer en un “dios” así, que no es el Dios del que Jesús vino a hablarnos y presentarnos.
¿Esta pandemia pone a prueba nuestro nivel de conciencia?
Esta pandemia evidencia nuestro bajo nivel de conciencia. Dios quiera y nos ayude a aprovechar esta tragedia para descubrir:
-que somos todos UNO y estamos en la misma barca, que nuestro destino es solidario, que o nos salvamos todos o perecemos juntos;
-que la humanidad es la única familia a la que todos pertenecemos, que somos todos hermanos y tenemos un mismo y único Padre;
-que tenemos que refundar el mundo, y reconstruirlo sobre nuevas bases: sobre el amor y la justicia, porque, como cantaba el gran Carlos Cano, “sin amor no somos nada, sin justicia somos menos”;
-que el mundo es la casa común, la casa de Dios, la casa de todos y, por tanto, la tenemos que cuidar entre todos;
-que el modelo de vida que llevamos y proponemos no es viable; no podemos pretender un crecimiento permanente y hasta el infinito (era la pretensión de los de la torre de Babel); ese modelo ofrece excelentes resultados para unos pocos… al precio de dejar en la cuneta a una mayoría y de hipotecar el planeta para las generaciones futuras; hay que empezar a buscar la felicidad en una vida más sencilla, austera y solidaria, en la que vayamos más lentos pero juntos, para que nadie se quede atrás; como en la escuela de D. Milani: nadie aprende a restar hasta que el último sepa sumar; en este nuevo mundo que debemos crear o recrear, nadie debería cenar hasta que todos hayan comido por lo menos una vez al día; ningún país debería estar en 30.000 dólares de renta per cápita mientras otros llegan escasamente a 1000. Que nadie se llame a escándalo si el Papa Francisco, hablando del sistema económico en vigencia en nuestro mundo, afirma que “es un sistema que mata”.
"El modelo que llevamos ofrece excelentes resultados para unos pocos… al precio de dejar en la cuneta a una mayoría y de hipotecar el planeta para las generaciones futuras"
¿No nos está haciendo descubrir la crisis que, quizás, tengamos que replantearnos la administración de los sacramentos? ¿No cabría la confesión por videoconferencia?
Ja ja ja, el cura podría dar la absolución, pero el perdón, ¿lo daría Dios… o Google? En serio, con el nivel de control que las grandes empresas de comunicación tienen sobre lo que decimos, hacemos y vivimos, no sé cómo se podría garantizar el secreto sacramental.
Pero no me preocupa demasiado lo de la confesión; no hay un déficit de confesión, sino de arrepentimiento, de conciencia del mal que hacemos y, más aún, del bien que dejamos de hacer. Y lo que cuenta a los ojos de Dios es el arrepentimiento; el sacramento es la “celebración” del reencuentro entre alguien que se siente pecador y Dios que está suspirando, esperando y queriendo perdonarle.
Cuando un periodista le preguntó al Papa quién es el Papa Francisco, él respondió: “Soy un pecador”… Me llamó la atención. Si tuviéramos más conciencia de ser pecadores, si fuéramos más “penitentes”, los curas de todo el mundo sacarían cada uno dos o tres horas de cada uno de sus días para ponerlas a disposición de quienes quisieran gozar del don por excelencia: el per-don.
¿Cómo asumir la muerte en una cultura que la había ocultado?
Y que la sigue ocultando. Creo que, al menos los cristianos, tenemos que mirar a la muerte a la cara, perderle el miedo, saludarla, esperarla, incluso desearla: “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero” (Santa Teresa).
Y si la vemos así, entonces celebraremos la muerte, quizá entre lágrimas, con nostalgia y pena, pero la celebraremos, porque sabemos que no es solo un final de etapa, justamente el final que nos da la entrada a la Vida con mayúscula, a la vida en plenitud.
La muerte forma parte de la vida; y tenemos que vivirla: ¡no sólo el difunto, sino toda la familia con él! No puede ser que los cristianos estemos viviendo la muerte como los que no tienen fe. Debería notarse que somos cristianos, deberíamos distinguirnos… El testimonio de alguien que cree en la vida eterna y que la espera y desea es un aporte que los cristianos tenemos que dar a toda la sociedad.
¿No se han separado demasiado de la gente los sacerdotes, dejándola sola, sobre todo en hospitales y tanatorios?
Los tanatorios, además de un negocio, han sido un invento funesto de la modernidad, organizado en aras de la comodidad y la practicidad; es el pragmatismo aplicado a este tema. Cuando vemos cómo se vive la muerte en África, tanto en la cultura cristiana como en la musulmana y también en las religiones tradicionales, uno descubre valores que hemos perdido en la “cultura occidental”.
¿Saldremos mejores, más cívicos y solidarios o la lección se nos olvidará pronto?
No lo sé… Pero no puedo permitirme no tener esperanza; creo en la acción del Espíritu, capaz de arrancar de nuestra carne nuestro corazón de piedra para implantarnos un corazón de carne, capaz de hacerlo todo nuevo, capaz de transformar la realidad en un bufido. Pero habrá que trabajárselo, porque “cuando Dios trabaja, el hombre suda”.
Por mi parte, en el tiempo que Dios quiera alargar esta ya mi amortizada vida, desearía ser partero-comadrona de este nuevo mundo que está por alumbrar. ”Estoy a punto de hacer algo nuevo. ¡Mira, ya he comenzado! ¿No lo ves?” (Isaías, 43, 19)
¿La Iglesia católica seguirá ofreciendo sentido a la vida de la gente después del coronavirus?
Más que nunca; es justo y necesario.