"Si uno se cree patrón, no es un evangelizador, es un pobrecito", señala el Papa en la catequesis Francisco, en la audiencia: "Un aplauso para todas las mujeres. Se lo merecen"

Francisco, durante la audiencia
Francisco, durante la audiencia

La catequesis estuvo presidida por una glosa del Vaticano II, donde, recordando la historia de los mismo, invitó a "ponermos a la escucha del Concilio Vaticano II, para descubrir que evangelizar siempre es un servicio eclesial, nunca solitario, nunca aislado o individualista"

"Igualmente peligrosa es la tentación de seguir caminos pseudo-eclesiales más fáciles, de adoptar la lógica mundana de números y encuestas, de contar con la fuerza de nuestras ideas, programas, estructuras”

Concluida la semana de ejercicios espirituales, este miércoles, 8 de marzo, volvieron las audiencias generales del Papa, en esta ocasión, y también como novedad, desde la Plaza de San Pedro, a la que accedió Francisco en coche flanqueado por niños que recorrieron en varios sentidos el espacio acotado para saludar a los miles de peregrinos que asistieron en una jornada fría y gris.

Tras la catequesis y al dirigirse a las distintas comunidades presentes, en este Día Internacional de la Mujer, tuvo un recuerdo muy especial y sentido hacia ellas. "Pienso en todas ellas, les agradezco su compromiso en la construcción de una sociedad más humana, por su capacidad de captar la capacidad con mirada creativa y corazón tierno, un privilegio que solo tienen las mujeres. Una bendición especial a todas las mujeres presentes en esta plaza y un aplauso. Se lo merecen", señaló Francisco.

La audiencia general de los miércoles volvió esta semana a la Plaza de San Pedro
La audiencia general de los miércoles volvió esta semana a la Plaza de San Pedro

Como de costumbre, su último pensamiento fue para los enfermos, los recién casados, los jóvenes "y, por favor, no olvidemos el dolor del martirizado pueblo de Ucrania, que tanto sufre, tengámoslo siempre presente en corazón y en nuestras oraciones".

La catequesis, por su parte, estuvo presidida por una glosa de los concilios, donde, recordando la historia de los mismos, invitó a "ponermos a la escucha del Concilio Vaticano II, para descubrir que evangelizar siempre es un servicio eclesial, nunca solitario, nunca aislado o individualista".

Francisco, acompañado por un grupo de niños en el papamóvil
Francisco, acompañado por un grupo de niños en el papamóvil

En Este sentido, advirtió sobre "la tentación de proceder 'en solitario' siempre acecha, especialmente cuando el camino se vuelve áspero y sentimos el peso del compromiso. Igualmente peligrosa es la tentación de seguir caminos pseudo-eclesiales más fáciles, de adoptar la lógica mundana de números y encuestas, de contar con la fuerza de nuestras ideas, programas, estructuras”.

Así, Francisco poniéndose "en la escuela del Concilio Vaticano II, releyendo algunos números del Decreto Ad gentes (AG)", recordó -e insistió- en que "la misión del Espíritu Santo (cfr AG, 4), obra en cada uno, tanto en los bautizados como en los no bautizados".

El Papa saluda a los peregrinos durante su recorrido por la plaza
El Papa saluda a los peregrinos durante su recorrido por la plaza

En consecuencia, y siguiendo con las citas del decreto AG, recordó que "la Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección", incidiendo en que "en el Pueblo de Dios peregrino y evangelizador no hay sujetos activos y sujetos pasivos" porque "en virtud del Bautismo recibido y de la consecuente incorporación en la Iglesia, cada bautizado participa en la misión de la Iglesia y, en ella".

El Papa durante la catequesis
El Papa durante la catequesis

"Esto -incidió- nos invita a no esclerotizarnos o fosilizarnos; el celo misionero del creyente se expresa también como búsqueda creativa de nuevos modos de anunciar y testimoniar, de nuevos modos para encontrar la humanidad herida de la que Cristo se hizo cargo".

"Si uno se cree patrón, no es un evangelizador, es un pobrecito", improvisó Francisco.

TEXTO DE LA CATEQUESIS

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!  

En la pasada catequesis vimos que el primer “concilio” en la historia de la Iglesia fue convocado en Jerusalén para una cuestión relacionada con la evangelización, es decir, el anuncio de la Buena Noticia a los no judíos. En el siglo XX, el Concilio Ecuménico Vaticano II presentó a la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino en el tiempo y por su naturaleza misionero (cfr Decr. Ad gentes, 2). Hay como un puente entre el primer y el último Concilio, en el signo de la evangelización, un puente cuyo arquitecto es el Espíritu Santo. Hoy nos ponemos a la escucha del Concilio Vaticano II, para descubrir que evangelizar siempre es un servicio eclesial, nunca solitario, nunca aislado o individualista.  

El evangelizador, de hecho, transmite siempre lo que él mismo o ella misma ha recibido. San Pablo lo escribió primero: el evangelio que él anunciaba y que las comunidades recibían y en el cual  permanecían firmes es el mismo que el Apóstol recibió a su vez (cfr 1 Cor 15,1-3). Este dinamismo eclesial de transmisión del Mensaje es vinculante y garantiza la autenticidad del anuncio cristiano. El mismo Pablo escribe a los Gálatas: «Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!» (1,8).  

Los fieles escuchan la catequesis del Papa en la Plaza de San Pedro
Los fieles escuchan la catequesis del Papa en la Plaza de San Pedro

La dimensión eclesial de la evangelización constituye por eso un criterio de verificación del celo apostólico. Una verificación necesaria, porque la tentación de proceder “en solitario” siempre acecha, especialmente cuando el camino se vuelve áspero y sentimos el peso del compromiso. Igualmente peligrosa es la tentación de seguir caminos pseudo-eclesiales más fáciles, de adoptar la lógica mundana de números y encuestas, de contar con la fuerza de nuestras ideas, programas, estructuras, las “relaciones  que cuentan”.  

Ahora, hermanos y hermanas, pongámonos más directamente en la escuela del Concilio Vaticano II, releyendo algunos números del Decreto Ad gentes (AG), el documento sobre la actividad misionera de  la Iglesia. Estos textos conservan plenamente su valor incluso en nuestro contexto complejo y plural. 

En primer lugar, AG invita a considerar el amor de Dios Padre, como una fuente, que «por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con Él en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundirla, de forma que el que es Creador del universo, se haga por fin "todo en todas las cosas" (1 Cor, 15,28), procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad» (n. 2). Este pasaje es fundamental, porque dice que el amor del Padre tiene como destinatario a todo ser humano. Es un amor que alcanza a cada hombre y mujer a través de la misión del Hijo, mediador de la salvación y nuestro redentor (cfr AG, 3), y mediante la misión del Espíritu Santo (cfr AG, 4), que obra en cada uno, tanto en los bautizados como en los no bautizados.  

El Concilio, además, recuerda que es tarea de la Iglesia proseguir la misión de Cristo, el cual fue «enviado a evangelizar a los pobres –prosigue Ad gentes– la Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección» (AG, 5). Si permanece fiel a este “camino”, la misión de la Iglesia es «la manifestación o epifanía del designio de Dios y su cumplimiento en el mundo y en su historia» (AG, 9).

Estas breves indicaciones nos ayudan también a comprender el sentido eclesial del celo apostólico de cada discípulo-misionero, porque en el Pueblo de Dios peregrino y evangelizador no hay sujetos activos y sujetos pasivos. «Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el  grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 120). En virtud del Bautismo recibido y de la consecuente incorporación en la Iglesia, cada bautizado participa en la  misión de la Iglesia y, en ella, a la misión de Cristo Rey, Sacerdote y Profeta. Este deber «es único e  idéntico en todas partes y en todas las condiciones, aunque no se realice del mismo modo según las  circunstancias» (AG, 6). Esto nos invita a no esclerotizarnos o fosilizarnos; el celo misionero del creyente  se expresa también como búsqueda creativa de nuevos modos de anunciar y testimoniar, de nuevos  modos para encontrar la humanidad herida de la que Cristo se hizo cargo. En definitiva, nuevos modos de  prestar servicio al Evangelio y a la humanidad. 

Volver al amor fundamental del Padre y a las misiones del Hijo y del Espíritu Santo no nos encierra en espacios de estática tranquilidad personal. Al contrario, nos lleva a reconocer la gratuidad del don de la plenitud de vida a la que estamos llamados, don por el cual alabamos y agradecemos a Dios. Y nos lleva también a vivir cada vez más plenamente lo que hemos recibido y a compartirlo con los demás, con sentido de responsabilidad y recorriendo juntos los caminos también tortuosos y difíciles de la  historia, en la espera vigilante y laboriosa de su cumplimiento.

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