"Nuestros compañeros de viaje,  hoy canonizados, vivieron la santidad de este modo: se desgastaron por el Evangelio abrazando con  entusiasmo su vocación —de sacerdote, de consagrada, de laico—, descubrieron una alegría sin igual  y se convirtieron en reflejos luminosos del Señor en la historia. Intentémoslo también nosotros"

"Mientras el mundo quiere frecuentemente  convencernos de que sólo valemos si producimos resultados, el Evangelio nos recuerda la verdad de  la vida: somos amados"

Charles de Foucauld, Titus Brandsma,  Lazzaro, detto Devasahayam, César de Bus, Luigi Maria Palazzolo, Giustino Maria Russolillo, Maria Rivier, Maria Francesca di Gesù Rubatto, Maria di Gesù Santocanale y Maria Domenica Mantovani ya son santos

"A veces, insistiendo demasiado sobre nuestro esfuerzo por realizar obras buenas, hemos  erigido un ideal de santidad basado excesivamente en nosotros mismos, en el heroísmo personal, en  la capacidad de renuncia, en sacrificarse para conquistar un premio"

Amar significa esto: servir y dar la vida. Servir significa no anteponer los propios intereses,  desintoxicarse de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y  la carcoma de la autorreferencialidad, compartir los carismas y los dones que Dios nos ha dado"

«¿Eres consagrada o consagrado?  Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu  marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo  con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por  el bien común y renunciando a tus intereses personales»

Y las canonizaciones regresaron a la plaza de San Pedro. Dos años después, decenas de miles de fieles se agolparon en la mayor plaza de la Cristiandad, engalanada como en las mejores ocasiones (el tiempo, además, acompañó) para asistir a la inclusión de diez beatos en el libro de los Santos: Charles de Foucauld, Titus Brandsma,  Lazzaro, detto Devasahayam, César de Bus, Luigi Maria Palazzolo, Giustino Maria Russolillo, Maria Rivier, Maria Francesca di Gesù Rubatto, Maria di Gesù Santocanale y Maria Domenica Mantovani. Hoy, en Roma, no cabía un alfiler.

Un Papa cansado y dolorido que, pese a todo, quiso participar, y presidir, todo la ceremonia de canonización de los diez nuevos santos (recibido el anuncio con una impresionante ovación), con un llamamiento a todos los fieles a que, a imagen de los hoy canonizados, descubramos nuestro lugar, y nuestra misión, en el mundo y en la Iglesia. Y que nos comprometamos. "Nuestros compañeros de viaje,  hoy canonizados, vivieron la santidad de este modo: se desgastaron por el Evangelio abrazando con  entusiasmo su vocación —de sacerdote, de consagrada, de laico—, descubrieron una alegría sin igual  y se convirtieron en reflejos luminosos del Señor en la historia. Intentémoslo también nosotros,  porque todos estamos llamados a la santidad, a una santidad única e irrepetible. Sí, el Señor tiene un  proyecto de amor para cada uno, tiene un sueño para tu vida. Acógelo. Y llévalo adelante con alegría", glosó Francisco.

El testamento que nos dejó Jesús

En su homilía, tras ordenar, a petición del cardenal Semeraro, la inclusión de los nuevos nombres en el libro de los Santos, Francisco recordó las palabras de Cristo que nos enseñan lo que significa ser cristianos. "Así como yo los he amado, ámense  también ustedes los unos a los otros". "Este es el testamento que Cristo nos dejó, el criterio  fundamental para discernir si somos verdaderamente sus discípulos o no: el mandamiento del amor", subrayó Bergoglio, destacando dos elementos esenciales: "el amor de Jesús por nosotros —así  como yo los he amado— y el amor que Él nos pide que vivamos —ámense los unos a los otros".

Y, ¿cómo nos ha amado Jesús? "Hasta el extremo, hasta la  entrega total de sí", justo en el peor momento, en el de la traición de uno de sus discípulos. "Podemos imaginar qué dolor tendría Jesús en su alma, qué oscuridad se  acumulaba en el corazón de los apóstoles, y qué amargura ver a Judas que, después de haber recibido del Maestro el bocado mojado en su plato, salía de la sala para adentrarse en la noche de la traición.  Y, justo en la hora de la traición, Jesús confirmó el amor por los suyos. Porque en las tinieblas y en  las tempestades de la vida lo esencial es que Dios nos ama", glosó el Pontífice.  

La plaza de San Pedro, repleta
La plaza de San Pedro, repleta

"Que este anuncio sea central en la profesión y en las expresiones de  nuestra fe", pidió el Papa. "No lo olvidemos nunca. No son nuestros talentos y nuestros méritos los que están en el  centro, sino el amor incondicional y gratuito de Dios, que no hemos merecido", recordó.

Somos amados, amemos

"Mientras el mundo quiere frecuentemente  convencernos de que sólo valemos si producimos resultados, el Evangelio nos recuerda la verdad de  la vida: somos amados", proclamó. Una verdad que nos coloca en el centro de la santidad diaria. Ese fue el eje sobre el que pivotaron las palabras del Pontífice. 

La tapices, con los nuevos santos, lucen en la fachada de San Pedro
La tapices, con los nuevos santos, lucen en la fachada de San Pedro

"A veces, insistiendo demasiado sobre nuestro esfuerzo por realizar obras buenas, hemos  erigido un ideal de santidad basado excesivamente en nosotros mismos, en el heroísmo personal, en  la capacidad de renuncia, en sacrificarse para conquistar un premio", admitió. "De ese modo, hemos hecho de la  santidad una meta inalcanzable, la hemos separado de la vida de todos los días, en vez de buscarla y  abrazarla en la cotidianidad, en el polvo del camino, en los afanes de la vida concreta". Como decía santa Teresa de Ávila, “entre los pucheros de la cocina”.

Y no: "El amor que recibimos del Señor es la fuerza que transforma nuestra vida, nos ensancha el  corazón y nos predispone para amar", de ahí la segunda parte del 'testamento' de Jesús. Después de ser amado, amarse los unos a los otros. "Sólo podemos amar porque Él nos ha amado, porque  da a nuestros corazones su mismo Espíritu, Espíritu de santidad, amor que nos sana y nos transforma.  Es por eso que podemos tomar decisiones y realizar gestos de amor en cada situación y con cada  hermano y hermana que encontramos".  

La plaza de San Pedro, abarrotada
La plaza de San Pedro, abarrotada

Combatir el cáncer de la indiferencia

Una santidad  que también y sobre todo, se concreta en el servicio. Y es que antes de ofrecer el mandamiento nuevo, "Jesús les lavó los pies a sus discípulos; y después de haberlo pronunciado, se entregó en el madero de la cruz".  "Amar significa esto: servir y dar la vida. Servir significa no anteponer los propios intereses,  desintoxicarse de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y  la carcoma de la autorreferencialidad, compartir los carismas y los dones que Dios nos ha dado", explicó Francisco.  

"Cuando das la limosna, ¿tú miras a la persona, tú la tocas? Tocar y mirar, tocar y mirar, la carne de Cristo en nuestros hermanos. Esto es muy importante. Dar la vida es esto", improvisó.

Entonces, la pregunta cambia: “¿qué hago por los demás?”, preguntó el Papa, insistiendo en la necesidad de que "vivamos las cosas ordinarias  de cada día con espíritu de servicio, con amor y silenciosamente, sin reivindicar nada".

Tapices de los nuevos santos
Tapices de los nuevos santos

"Y, luego, dar la vida, que no es sólo ofrecer algo, como por ejemplo dar algunos bienes  propios a los demás, sino darse uno mismo. Es salir del egoísmo para hacer de la existencia un don,  estar atentos a las necesidades de quienes caminan a nuestro lado, gastarnos por quienes tienen  necesitad, tal vez también de ser escuchados, de nuestro tiempo, de una llamada".

Porque "la santidad no está  hecha de algunos actos heroicos, sino de mucho amor cotidiano".  Recordando lo escrito en Gaudete et exsultate, Bergoglio dijo:

«¿Eres consagrada o consagrado?  Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu  marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo  con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por  el bien común y renunciando a tus intereses personales»

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"Estamos llamados también nosotros a servir al Evangelio y a los hermanos y a ofrecer nuestra  propia vida desinteresadamente, sin buscar ninguna gloria mundana", finalizó el Pontífice, poniendo como ejemplo a los nuevos santos, "compañeros de viaje", que "se desgastaron por el Evangelio" con alegría. Y que hoy nos sonríen desde el cielo.

¿Quiénes son los nuevos santos?

El más conocido de todos es sin duda Charles de Foucauld, referente de la llamada “espiritualidad del desierto”, por el tiempo de búsqueda que pasó por el Sahara argelino, donde transcurrieron los últimos 15 años de su vida. En 1916 fue asesinado por delincuentes en la puerta de su ermita. El 13 de noviembre de 2005 fue proclamado beato por Benedicto XVI.

También fueron canonizados el laico Lázaro, llamado Devasahayam, que fue martirizado en India, Tito Bradsma, sacerdote carmelita asesinado en un campo de concentración nazi y María Francisca de Jesús Rubatto, fundadora de las Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto, que se convirtió en la primera santa del Uruguay. El pontífice también elevó a los altares al fundador de los Padres de la Doctrina Cristiana, César de Bus; a la cofundadora de las Pequeñas Hermanas de la S. Familia, María Domenica Mantovani; a las monjas francesa María Rivier, a la italiana María de Jesús, el sacerdote Luigi María Palazzolo, fundador de la Congregación de las Hermanas de los Pobres; al sacerdote Justino María Russolillo, fundador de la Sociedad de las Divinas Vocaciones y María di Gesù Santocanale, que fundó las Hermanas Capuchinas de la Inmaculada de Lourdes.

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