"Cuaresma es un período en el que Dios quiere despertarnos del letargo interior" Papa: "Nos gustaría estar más despiertos, atentos, implicados, para no perder ocasiones únicas, pero no podemos"
"Causa asombro esta somnolencia (de los apóstoles) en momentos tan importantes"
"Nos gustaría estar más despiertos, atentos, implicados, para no perder ocasiones únicas, pero no podemos, o lo hacemos de cualquier manera"
"Podemos vencer la fatiga del cuerpo con la fuerza del Espíritu de Dios"
"Podemos mirar el Crucifijo y maravillarnos ante el amor loco de Dios, que nunca se cansa de nosotros"
"Podemos vencer la fatiga del cuerpo con la fuerza del Espíritu de Dios"
"Podemos mirar el Crucifijo y maravillarnos ante el amor loco de Dios, que nunca se cansa de nosotros"
Desde la cátedra de la ventana y en el noveno aniversario de su pontifivado de la primavera, el Papa Francisco, antes del ángelus, glosa el evangelio de la transfiguración y constata “la somnolencia de los apóstoles en momentos tan importantes”, como el del Tabor o el de Getsemaní. Por eso, constata que, a veces, “Nos gustaría estar más despiertos, atentos, implicados, para no perder ocasiones únicas, pero no podemos, o lo hacemos de cualquier manera”. El remedio es la Cuaresma, tiempo en que “Dios quiere despertarnos del letargo interior”, porque “podemos vencer la fatiga del cuerpo con la fuerza del Espíritu de Dios”.
Hacía tiempo que no había tanta gente en la Plaza de San Pedro, efactada, como todo el mundo, por la pandemia del Covid desde hace ahora dos años.
Las palabras del Papa en la oración del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de este segundo domingo de Cuaresma narra la Transfiguración de Jesús (cf. Lc 9, 28-36). Mientras rezaba en un monte alto, Jesús cambia de aspecto, sus vestidos se vuelven blancos y resplandecientes, y en la luz de su gloria aparecen Moisés y Elías, hablando con Él de la Pascua que le espera en Jerusalén.
Testigos de este extraordinario acontecimiento son los apóstoles Pedro, Juan y Santiago, que han subido al monte con Jesús. Nos los imaginamos con los ojos bien abiertos ante aquel espectáculo único. Y ciertamente habrá sido así. Pero el evangelista Lucas señala que «Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño» y que «despertándose vieron la gloria de Jesús» (cf. v. 32). El sueño de los tres discípulos parece como una nota discordante. Más tarde, estos mismos apóstoles se dormirán en Getsemaní, durante la oración angustiosa de Jesús, que les había pedido que velaran (cf. Mc 14, 37-41).
Causa asombro esta somnolencia en momentos tan importantes. Pero leyendo con atención, vemos que Pedro, Juan y Santiago se adormecen antes de que comience la Transfiguración, es decir, justo cuando Jesús está en oración. Evidentemente era una oración que se prolongaba, en silencio y recogimiento. Podemos pensar que al principio ellos también estaban rezando, hasta que prevaleció el cansancio.
Hermanos, hermanas, ¿acaso no se parece este sueño fuera de lugar a tantos sueños que nos entran en momentos que sabemos importantes? Tal vez por la tarde, cuando nos gustaría rezar, pasar un rato con Jesús después de un día de mil carreras y compromisos. O cuando es el momento de intercambiar unas palabras con la familia y ya no tienes fuerzas. Nos gustaría estar más despiertos, atentos, implicados, para no perder ocasiones únicas, pero no podemos, o lo hacemos de cualquier manera.
El tiempo fuerte de la Cuaresma es una oportunidad en este sentido. Es un período en el que Dios quiere despertarnos del letargo interior. Porque —no lo olvidemos nunca— mantener el corazón despierto no depende solo de nosotros: es una gracia, y hay que pedirla. Los tres discípulos del Evangelio así lo demuestran: eran buenos, habían seguido a Jesús al monte, pero solo con sus fuerzas no conseguían mantenerse despiertos. Pero se despiertan justo durante la Transfiguración. Podemos pensar que fue la luz de Jesús la que los despertó. Como ellos, también nosotros necesitamos la luz de Dios, que nos hace ver las cosas de otra manera; nos atrae, nos despierta, reaviva el deseo y la fuerza para orar, para mirar hacia adentro y dedicar tiempo a los demás. Podemos vencer la fatiga del cuerpo con la fuerza del Espíritu de Dios.
En este tiempo de Cuaresma, después de las fatigas de cada día, nos hará bien no apagar la luz de la habitación sin antes ponernos bajo la luz de Dios. Démosle al Señor la oportunidad de sorprendernos y despertar nuestro corazón. Esto lo podemos hacer, por ejemplo, abriendo el Evangelio y dejándonos asombrar por la Palabra de Dios, porque la Escritura ilumina nuestros pasos e inflama nuestro corazón. O podemos mirar el Crucifijo y maravillarnos ante el amor loco de Dios, que nunca se cansa de nosotros y tiene el poder de transfigurar nuestros días, de darles un nuevo sentido, una luz diferente e inesperada.
Que la Virgen María nos ayude a mantener nuestro corazón despierto para acoger este tiempo de gracia que Dios nos ofrece.
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