"Les invito a rezar y luchar por un mundo totalmente libre de armas nucleares" El Papa pide ayuda internacional para el Líbano e invita a sus curas a huir del lujo y acercarse al pueblo que sufre
"La barca a merced de la tormenta es la imagen de la Iglesia, que en todas las épocas encuentra vientos contrarios, a veces pruebas muy duras"
"Esta historia es una invitación a abandonarnos con confianza en Dios en todo momento de nuestra vida, especialmente en el momento de la prueba y la turbación"
"Dios no es el huracán, el incendio, el terremoto - como recuerda hoy también la historia del profeta Elías –; Dios es la brisa ligera que no se impone sino que pide escuchar"
No recordó a Casaldáliga (quizás no pueda ni deba recordar en el ángelus a todos los obispos del mundo que mueren, aunque Dom Pedro no es un prelado más), pero el Papa Francisco abogó "por un mundo totalmente libre de armas nucleares" en el 75 aniversario de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. También tuvo presente al Líbano que tanto sufre, pidió para él ayuda internacional e instó a los curas católicos a dejar el lujo y acercarse al pueblo. En la catequesis, dijo que Jesús está siempre a nuestro lado en medio de las tormentas de la vida y aseguró que "la barca a merced de la tormenta es la imagen de la Iglesia, que en todas las épocas encuentra vientos contrarios, a veces pruebas muy duras".
Las palabras del Papa en la oración del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El pasaje evangélico de este domingo (cfr Mt 14, 22-33) narra cuando Jesús camina sobre las aguas del lago en tempestad. Después de haber dado de comer a la multitud con cinco panes y dos peces – como vimos el domingo pasado –, Jesús ordena a los discípulos subir a la barca y volver a la otra orilla. Él se despide de la gente y después sube a la colina, solo, para rezar. Se sumerge en la comunión con el Padre.
Durante la travesía nocturna del lago, la barca de los discípulos se queda bloqueada por una repentina tormenta de viento. Algo habitual en el lago. A un cierto punto, vieron a alguien que caminaba sobre las aguas e iba hacia ellos. Se turbaron pensando que era un fantasma y gritaron con miedo. Jesús les tranquiliza: «¡Ánimo!, que soy yo; no temáis». Pedro, siempre decidido, responde «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas». Un desafío. Y Jesús le dice: «¡Ven!». Pedro baja de la barca y da algunos pasos: después el viento y las olas le asustan y empieza a hundirse. «¡Señor, sálvame!», grita, y Jesús le agarra de la mano y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».
Esta historia es una invitación a abandonarnos con confianza en Dios en todo momento de nuestra vida, especialmente en el momento de la prueba y la turbación. Cuando sentimos fuerte la duda y el miedo y parece que nos hundimos, no tenemos que avergonzarnos de gritar, como Pedro: «¡Señor, sálvame!» (v. 30). Llamar al corazón de Jesús ¡Es una bonita oración! Y el gesto de Jesús, que enseguida tiende su mano y agarra la de su amigo, debe ser contemplado durante mucho tiempo: Jesús es esto, es la mano del Padre que nunca nos abandona: la mano fuerte y fiel del Padre, que quiere siempre y solo nuestro bien. Dios no es el huracán, el incendio, el terremoto - como recuerda hoy también la historia del profeta Elías –; Dios es la brisa ligera que no se impone sino que pide escuchar (cfr 1 Re 19,11-13).
Tener fe quiere decir, en medio de la tempestad, tener el corazón dirigido a Dios, a su amor, a su ternura de Padre. Jesús quería enseñar esto a Pedro y a los discípulos, y también hoy a nosotros. Él sabe bien que nuestra fe es pobre y que nuestro camino puede ser perturbado, bloqueado por fuerzas adversas. Todos somos gente de poca fe. Todos, incluso yo. Pero Él es el Resucitado, el Señor que ha atravesado la muerte para ponernos a salvo. Incluso antes de que empecemos a buscarlo, Él está presente junto a nosotros. Y levantándonos de nuestras caídas, nos hace crecer en la fe. Él está a nuestro lado.
La barca a merced de la tormenta es la imagen de la Iglesia, que en todas las épocas encuentra vientos contrarios, a veces pruebas muy duras: pensemos en ciertas persecuciones largas y amargas del siglo pasado. E, incluso hoy, en algunas partes. En esas situaciones, puede tener la tentación de pensar que Dios la ha abandonado. Pero en realidad es precisamente en esos momentos que resplandece más el testimonio de la fe, del amor y de la esperanza. Es la presencia de Cristo resucitado en su Iglesia que dona la gracia del testimonio hasta el martirio, del que brotan nuevos cristianos y frutos de reconciliación y de paz por el mundo entero.
La intercesión de María Santísima nos ayude a perseverar en la fe y en el amor fraterno, cuando la oscuridad y las tempestades de la vida ponen en crisis nuestra confianza en Dios.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas
el 6 y el 9 de agosto de 1945, hace 75 años, tuvieron lugar los trágicos bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Mientras recuerdo con conmoción y gratitud la visita que realicé en esos lugares el año pasado, renuevo la invitación a rezar y a comprometerse por un mundo totalmente libre de armas nucleares.
En estos días pienso a menudo en el Líbano. La catástrofe del martes pasado llama a todos, empezando por los libaneses, a colaborar por el bien común de este amado país. El Líbano tiene una identidad peculiar, fruto del encuentro de varias culturas, que ha surgido con el tiempo como modelo de convivencia. Ciertamente esta convivencia ahora es muy frágil, lo sabemos, pero rezo para que, con la ayuda de Dios y la leal participación de todos, pueda renacer libre y fuerte. Invito a la Iglesia en el Líbano a estar cerca del pueblo en su Calvario, como está haciendo en estos días, con solidaridad y compasión, con el corazón y las manos abiertas al compartir. Renuevo además el llamamiento para una ayuda generosa por parte de la comunidad internacional. Y, por favor, pido a los obispos, sacerdotes y religiosos del Líbano que estén cerca del pueblo y vivan un estilo de vida marcado por la pobreza evangélica, sin lujos, porque su pueblo sufre, y sufre mucho.
Queridos hermanos y hermanas, Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países: familias, grupos parroquiales, asociaciones. En particular, saludo a los jóvenes de Pianengo, de la diócesis de Crema, que han recorrido la vía Francigena de Viterbo hasta Roma.
Envío un cordial saludo a los participantes del Tour de Pologne, carrera ciclista internacional que este año se ha disputado en recuerdo de san Juan Pablo II en el centenario de su nacimiento.
Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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