No existe un protocolo específico para la muerte de un Papa emérito ¿Cómo sería el funeral de Benedicto XVI?
La ausencia de un protocolo específico para la muerte de un Papa emérito nos hace pensar que se seguirían los mismos pasos que procediera en el caso de un pontífice en ejercicio. Excepto, claro está, la convocatoria de un cónclave para elegir a su sucesor, que sólo se daría en caso de muerte del Papa en activo
El reglamento prevé un luto oficial de nueve días, y que el cuerpo del Papa sea enterrado en la cripta de San Pedro no antes de cuatro días ni más allá de seis después de su fallecimiento
Los funerales serán presididos por el Papa reinante (Francisco) y se supone la presencia de líderes políticos y religiosos de todo el mundo
Los funerales serán presididos por el Papa reinante (Francisco) y se supone la presencia de líderes políticos y religiosos de todo el mundo
| Jesús Bastante Agencias
Más allá de la lógica preocupación por el estado de salud de Benedicto XVI, una de las cuestiones logísticas que más preocupan en el Vaticano es cómo proceder en el momento en que Joseph Ratzinger muera. ¿Cómo serán las exequias del Papa emérito? ¿Habrá un funeral de Estado? ¿Cuántos días de luto?
La ausencia de un protocolo específico para la muerte de un Papa emérito nos hace pensar que se seguirían los mismos pasos que procediera en el caso de un pontífice en ejercicio. Excepto, claro está, la convocatoria de un cónclave para elegir a su sucesor, que sólo se daría en caso de muerte del Papa en activo.
Así, las cossas, el reglamento prevé un luto oficial de nueve días, aunque el cuerpo del Papa debe ser enterrado en la cripta de San Pedro no antes de cuatro días ni más allá de seis después de su fallecimiento, a no ser que Ratzinger hubiera dispuesto otra cosa en su testamento, como ser enterrado en su Baviera natal. En todo caso, el Colegio cardenalicio -en este caso, comandado por el Papa reinante- se encargaría de cumplir con las exequias, bajo la atenta mirada del secretario de Benedicto XVI, Georg Gänswein.
Dominici Gregis
Estas ceremonias están recogidas en el capítulo V de la Constitución Apostólica Dominici Gregis, promulgada por Juan Pablo II en 1996. "Tras la muerte del Romano Pontífice, los cardenales celebrarán las exequias en sufragio de su alma durante nueve días consecutivos, según el Ordo Exequiarium Romani Pontificis, cuyas normas cumplirán fielmente", dice el texto constitucional en su artículo 27. De hecho, el último funeral de esta índole fue el presidido por el entonces decano del colegio cardenalicio, Joseph Ratzinger, por el alma de Karol Wojtyyla.
Una vez vestidos los restos mortales del Papa se instalan en un catafalco, en una de las salas del Palacio Vaticano (en este caso, posiblemente, en el Mater Ecclesiae), y de allí se trasladan a la Basílica de San Pedro, donde son expuestos para recibir el homenaje de los creyentes, antes de la celebración del solemne funeral de Estado, al que se prevé acudan mandatario y jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo, así como líderes religiosos de todo el planeta. El funeral estará presidido por Francisco.
El Camarlengo, administrador apostólico de la sede vacante, debe velar por que no se tomen imágenes del Papa "si no está revestido con los hábitos pontificales". El mismo cardenal es quien tiene que asumir la tarea de destrucción del Anillo del Pescador, que ya fue rayado en su día para que no pudiera ser utilizado, y se conservaba en la colección de la Oficina de las Ceremonias Pontificias.
Enterrado en tres ataúdes
Antes del sepelio, el cuerpo del Papa se deposita dentro de tres ataúdes, metidos uno dentro de otro; el exterior es de madera de olmo pulimentada, el de en medio es de plomo, y el interior es de madera de ciprés, considerada incorruptible y forrado en terciopelo carmesí.
Antes de proceder al cierre del ataúd, que por lo general se hace en la basílica de San Pedro, se introduce un pergamino en el que va escrita, en latín clásico, una relación de los hechos más destacados del Pontificado.
Asimismo, y junto al cadáver, se depositan tres bolsas de cordobán (piel curtida) de color rojo con las monedas de oro, plata y cobre acuñadas durante su Pontificado.
Posteriormente, los ataúdes de ciprés y de plomo se atan una vez cerrados con cordones de seda morados, cuyos extremos se unen con una cera derretida en la que el cardenal camarlengo imprime el escudo de armas del Pontífice.