"Nuestro deseo era vivir la vida monástica en un lugar de minoría cristiana" Hermana Marta, trapense en Siria: "El conflicto ha sido apoyado, animado, querido y creado en el exterior del país"
En el 2005, una pequeña comunidad de religiosas trapenses del Monasterio Cisterciense de Nuestra Señora de Valserena, cerca de Cecina, en la región italiana de Toscana, decidió establecerse en Siria, en una aldea maronita
La elección de iniciar una vida monástica en Siria surgió a raíz del martirio de los monjes de Tibhirine, secuestrados y asesinados en 1996, con la intención de recoger el legado
"Siria no es un país de grandes debates teológicos pero sí de espiritualidad original. Nosotros vivimos juntos, cristianos y musulmanes"
"No podemos llevar nada, no podemos salir, si no hemos ido primero hacia nosotros, hacia lo más profundo de nosotros mismos"
"Siria no es un país de grandes debates teológicos pero sí de espiritualidad original. Nosotros vivimos juntos, cristianos y musulmanes"
"No podemos llevar nada, no podemos salir, si no hemos ido primero hacia nosotros, hacia lo más profundo de nosotros mismos"
(Vatican News).- En el 2005, una pequeña comunidad de religiosas trapenses del Monasterio Cisterciense de Nuestra Señora de Valserena, cerca de Cecina, en la región italiana de Toscana, decidió establecerse en Siria, en una aldea maronita.
Inicialmente, el grupo de religiosas contemplativas de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia se dirigió a Alepo y más tarde se trasladó a Azeir, a las colinas sirias situadas entre las ciudades de Tartum y Homs, cerca de la frontera con el Líbano, donde fundaron el Monasterio de Nuestra Señora Fuente de Paz.
La elección de iniciar una vida monástica en Siria surgió a raíz del martirio de los monjes de Tibhirine, secuestrados y asesinados en 1996, con la intención de recoger el legado dejado por ellos: “una vida en Cristo, un testimonio de fe”, en un país de mayoría musulmana, entre hermanos de diferentes credos, pero con algo que los une: vivir la vida frente a Dios”.
Pocos años después del asentamiento de las religiosas en el lugar elegido para la fundación del Monasterio de Nuestra Señora Fuente de la Paz, la guerra estalló en el país. Pero esta situación no hizo desistir a las religiosas en su propósito de dar su testimonio en un país de minoría cristiana. Desde Azeir, la Hermana Marta Fagnani, Superiora del Monasterio Nuestra Señora Fuente de la Paz, nos relata su experiencia, en el mes dedicado a las misiones.
Hermana Marta, ¿cómo y cuándo nace su iniciativa misionera de llevar la experiencia del amor de Dios a Siria, un país lejano y con una cultura tan diversa?
Nuestra intención de iniciar una presencia monástica en Siria nació después del martirio de nuestros hermanos, los monjes de Tibhirine, que murieron en la Argelia junto con muchos otros religiosos y también mucha gente misma del país, en medio a esa situación terrible que vivía Argelia. Después de la muerte de nuestros hermanos, toda la Orden comenzó a interrogarse sobre su herencia a partir del redescubrimiento de sus experiencias, su vida: una vida en Cristo, un testimonio de fe, de oración, de vida monástica, en medio de una mayoría de musulmanes, de hermanos de otra religión, en un país de minoría cristiana. Y esto hizo que la experiencia de estos 7 hermanos fuera una experiencia muy fuerte de lo esencial, de lo que significa la vida en Cristo como testimonio del amor, porque estaban llamados a testimoniar con el corazón de la fe.
Entonces, nuestra comunidad de Valserena en Italia, a un cierto punto se preguntó si no había una llamada de Dios para hacer algo, para continuar con este testimonio, y así, con una larga historia, nació esta fundación. En primer lugar, tuvimos un primer contacto con el Líbano. Luego en el 2004 fuimos a Siria para un primer encuentro y todo el mundo, la iglesia, el obispo, nos acogieron con mucho cariño, con mucha esperanza. Todos estaban contentos con la idea de la presencia de una comunidad de oración y de vida monástica. Así, la comunidad decidió empezar esta fundación y en el 2005 partimos 4 hermanas con destino a Alepo. Al principio vivimos en una casa normal, en un departamento, porque no había otra fundación de nuestra Orden, tuvimos que empezar todo de nuevo. El obispo nos donó un apartamento, vivimos ahí cincos años y medio y, poco a poco, buscamos este terreno, situado un poco más al sur, entre Tartus y Homs, un lugar muy sencillo, un pequeño pueblo, entre cristianos y musulmanes.
Nuestro deseo era vivir la vida monástica, como es nuestra vocación y hacerlo en un lugar que es de minoría cristiana. Así que, poco a poco, empezamos a construir algunos pequeños edificios para podernos trasladar. Al final nos trasladamos aquí en el 2010 y en el verano comenzó la guerra. Todavía no estamos en el monasterio, el monasterio no está listo, vivimos en la hospedería. Hay pequeñas construcciones para el trabajo, para la acogida, tenemos 10 cuartos. Y los huéspedes, gracias a Dios, después de los años peores de la guerra cuando no se podía pensar en viajar ni en desplazarse, ahora están llegando y cada vez más quieren un lugar de oración, de silencio, de serenidad. A la experiencia de encontrar a los hermanos de otra religión, aquí se ha añadido el redescubrir otra realidad muy importante: es el encuentro con la muy rica tradición antigua de las iglesias orientales, que son la raíz del nacimiento de la fe cristiana y es desde esas Iglesias que la fe ha llegado a nuestros países en occidente.
Numéricamente ustedes son una pequeña comunidad...
Sí, en la comunidad, muy pequeña, somos seis hermanas. Somos una comunidad pequeña porque no es fácil pedir que vengan aquí en esta situación y también porque tuvimos algunas chicas que se han interesado por nuestra vida en este tiempo, pero en realidad no es fácil porque nos quedamos bastante aisladas por la guerra y, por lo tanto, todavía nuestra espiritualidad monástica no es tan conocida. Parece extraño decir esto en un país como Siria, que en realidad está en el origen de la vida monástica, junto con Egipto, pero con el paso de los siglos la dimensión contemplativa se ha perdido un poco.
Hay comunidades, pero digamos que la idea de una consagración se basa cada vez más en una idea de servicio, de actividad pastoral, la dimensión de un servicio eclesial a los pobres es más fuerte, por lo que el redescubrimiento de una consagración y de una experiencia monástica viva, no sólo como la antigua tradición de los Padres, sino como algo que hoy puede dar sentido, gusto, vida y belleza a una existencia es algo que todavía debemos intentar dar a conocer, ayudar a conocer. Hay grupos de jóvenes que vienen a nuestra casa de huéspedes, desde hace unos 4 años, desde que la dureza del conflicto se ha reducido un poco en ciertas zonas. Nuestra casa de huéspedes está bastante llena, por lo que, poco a poco, esperamos hacer vivir esta experiencia monástica a tantas personas como sea posible. Existe la idea de recuperar una experiencia de vida, que los niños y las niñas puedan pensar que es una experiencia posible hoy, que enriquece a la persona, que puede ser como una ventana abierta, una profundidad de nuestra experiencia de fe, más amplia.
Su comunidad de religiosas vive en medio de un pueblo que sufre las consecuencias de una larga guerra. ¿Cuáles son los sufrimientos que el pueblo sirio debe enfrentar hoy y cómo apoyan ustedes a la población?
La gente naturalmente sufre por las consecuencias de esta guerra muy dura, ya son 9 años, vamos hacia el décimo año de esta guerra tan dura que ha tenido diferentes fases, todas muy difíciles. Diría que en este momento, pesa casi más la consecuencia de esta realidad precaria que se ha creado: la destrucción de estructuras, la falta de trabajo, el éxodo de muchos sirios. Pero diría también la situación internacional, es decir, el hecho de que Siria está en el centro de realidades geopolíticas mucho más complejas que el simple conflicto local, que ha sido apoyado, animado, querido y creado al exterior de Siria, apoyándose ciertamente en situaciones de descontento, pero que han sido manipuladas.
Y todavía hoy, una de las cosas que pesa más es la aplicación de sanciones que no afectan a quienes realmente tienen el poder, los que son ricos, sino que afectan a la población, es decir, la falta de medicamentos, la falta de materias primas, la falta de posibilidad de comercio, incluso de esas pequeñas actividades que se podrían hacer. Ahora la situación reciente del Líbano con la destrucción del puerto y con el bloqueo que ya se había hecho anteriormente del sistema bancario libanés, siempre por razones en realidad políticas, pesan enormemente en la vida de los sirios y muchos hoy en día están realmente pasando hambre.
Estamos asombradas por la resiliencia, por la capacidad de soportar que hemos visto, la capacidad de reacción y la fuerza de vida que hemos visto en estos años en el pueblo sirio. Por supuesto, no sé hasta cuándo, porque en este momento es casi más difícil que en los años del conflicto real cuando era casi más fácil enfrentarse a la vida y a la muerte, porque existía la esperanza de que un día esto terminaría de todos modos. Pero la situación de este último año, estos dos últimos años, ha traído realmente falta de esperanza, es cada vez más difícil para nuestros jóvenes esperar, porque terminada la mayor parte de la violencia de la guerra que se limita ya a algunas zonas focalizadas, todavía no se ve una posibilidad real de trabajo, de vida segura y también digna para la gente.
Por supuesto, nuestra cercanía al pueblo es, sobre todo, una cercanía por lo que es nuestra llamada, por lo tanto, una cercanía de oración, de intercesión, de esperanza, mirando al misterio de la presencia del Señor en medio de nosotros. Lo que hemos intentado hacer, ante todo, ha sido quedarnos aquí, estar aquí con la gente, éste ha sido el primer testimonio de nuestra presencia, del sentido de mantener una esperanza para el futuro trabajando, construyendo un poquito lo que podíamos, por ejemplo, las casitas para los huéspedes, trabajando en el jardín, orando, continuando con nuestra vida de oración y de trabajo.
Y también una ayuda concreta: intentamos dar trabajo a la gente lo más posible, aquí son pobres, son los pobres de los pobres. Hay muchos trabajadores cristianos y no cristianos que trabajan aquí, que han trabajado aquí. Hemos intentado apoyar, por ejemplo, a los estudiantes que no podían pagarse sus estudios, ayudarlos para ir a la universidad, a matricularse en las escuelas, a comprar las medicinas de los enfermos, a pagar las operaciones médicas. Hemos ayudado a las familias que necesitaban comer, que necesitaban gasolina, que necesitaban gas para para cocina, que necesitaban arreglar sus casas dañadas por la guerra. Hicimos todo lo que pudimos en esta situación, gracias también a la ayuda que nos llegaron de Europa, de Italia, de otros amigos. Aun no siendo una iniciativa caritativa organizada, porque no es nuestro carisma, las necesidades son muchas, enormes, por eso, donde pudimos, también tratamos sobre todo de organizar el trabajo, porque ésta es una de las cosas más dignas para la gente.
"Hemos ayudado a las familias que necesitaban comer, que necesitaban gasolina, que necesitaban gas para para cocina, que necesitaban arreglar sus casas dañadas por la guerra"
Por ejemplo, hay una cooperativa muy pequeña de mujeres en la que hacemos artesanías, tratamos de venderlas lógicamente aquí, pero sobre todo en el extranjero, cuando hay alguna oportunidad en nuestros monasterios para poder al menos retribuir un poco el trabajo realizado y que ganen algo para sus familias.
¿Cómo viven la “fraternidad”, a la cual los creyentes están llamados, con los hermanos del islam?
La fraternidad aquí entre cristianos y musulmanes es algo diario y natural. Nosotras, desde el principio, hemos encontrado esta gran coexistencia y no sólo el respeto mutuo, es decir, no es una coexistencia de tolerancia recíproca. Siria no es un país de grandes debates teológicos. Nosotros vivimos juntos, cristianos y musulmanes, hay musulmanes de diversas etnias y se vive juntos en un respeto que nace sobre todo de un hecho: el hecho que todos, cristianos, musulmanes y demás vivimos la vida frente a Dios, sentimos a Dios presente en la vida. Y esto nos permite estar juntos, vivir juntos, una verdadera actitud de vida que recibimos de Dios y a Dios va. Después, en estos años, sobre todo, se ha fomentado una división, han tratado de fomentar una división en nombre de la religión, así que ciertamente hay consecuencias, porque el efecto de querer dividir obviamente deja consecuencias. Pero en la raíz, el pueblo sirio es un pueblo acostumbrado a vivir con diferentes religiones, etnias, culturas presentes y conserva esta gran apertura y humanidad.
¿Qué mensaje quiere dar en este octubre misionero? ¿Qué podemos aprender de su experiencia en este país que sufre, además de la guerra, la pandemia que aflige al mundo?
Diría que podríamos vivir este mes misionero siendo ante todo 'misioneros de nosotros mismos'. No está en contradicción con la iglesia abierta, la iglesia "en salida", que va hacia los últimos, pero la primera misión es la misión hacia nosotros mismos. No podemos llevar nada, no podemos salir, si no hemos ido primero hacia nosotros, hacia lo más profundo de nosotros mismos, donde podemos encontrar verdaderamente la presencia de Dios, la presencia de Cristo que nos salva: nos salva del miedo, nos salva de la muerte, nos salva de las dudas de la incertidumbre. Ciertamente no es un camino fácil, pero si encontramos la presencia de Cristo en nosotros mismos, entonces sí nos convertimos en misioneros de lo que es verdaderamente importante: de una vida de amor, de un bien que está fundado en el amor que Dios tiene por nosotros en Cristo, a través de la gracia del Espíritu Santo.
En este tiempo de pandemia entender lo que Dios nos está diciendo es un “desafío también para la misión de la Iglesia”, dice el Santo Padre en su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2020. ¿Cuál es su desafío?
El desafío es el mismo de siempre: dar un sentido profundo a la existencia, dar un sentido a la vida cotidiana, que sea un sentido dirigido a Dios y no sólo en la fatalidad, en el fatalismo, sino un sentido de vida para comprender verdaderamente el don que se nos da cada día a pesar de las dificultades, a pesar de los sufrimientos que forman parte de la vida. Y esto nos enseña sobre todo la gente de aquí, realmente nos asombran por cómo saben llevar la vida y la muerte recibidas de Dios.
En el Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones el Papa habla del sacrificio de la Cruz, es allí que se cumple la misión de Jesús y precisamente ahí está el corazón del desafío, el corazón del anuncio, de la misión. La misión es proclamar el Evangelio y el Evangelio desde el principio es la proclamación de la muerte, pero también de la pasión y la Resurrección del Señor. Esto es evangelización, esto es proclamación. Esta es nuestra misión. Creo que la situación del virus puede abrirnos los ojos, sobre el hecho de que ya no estamos más fundamentados como cristianos, quizás no estamos suficientemente fundamentados en la esperanza real de que la muerte ha sido vencida para siempre. La prudencia está muy bien, lo que hay que hacer está muy bien, pero creo que debemos abrir los ojos ante este miedo que invade nuestros corazones. ¿Por qué estamos tan aterrados? Tal vez, viviendo en este país donde en estos años, la vida y la muerte han estado a la orden del día - ¡cuántas personas salían por la mañana de su casa y se despedían de sus hijos indicando dónde habrían dejado estacionado el coche por si morían y no volvían a casa! – existe esta conciencia de la muerte como algo posible y posible de manera repentina y nos ha dado también la capacidad de redescubrir el sentido de la vida, no siempre sin dificultad. Creo que toda esta situación debe hacernos testigos de la victoria de Cristo sobre la muerte.