Scalabrini, la mirada que encendió el corazón
Estación de tren de Milán, década de 1880. En una gran sala interior, entre las arcadas laterales y en medio del polvo de la gran explanada frente a la estación, vivaquea una multitud, contrapunto humano de los elegantes arcos diseñados en estilo renacentista francés por el arquitecto Louis-Jules Bouchot. Pasa un hombre, que observa y escribe: Vi trescientos o cuatrocientos individuos pobremente vestidos, divididos en diferentes grupos (...) Eran viejos encorvados por la edad y las fatigas, hombres en la plenitud de la virilidad, mujeres que llevaban detrás o cargaban con sus hijos, niños y niñas, todos hermanados por un mismo pensamiento, todos dirigidos hacia un objetivo común. Eran emigrantes.
El obispo joven
Los ojos que toman esta vívida instantánea son ojos que se hacen arañar por esa escena, un entretejido de miseria y expectativa de una masa en busca de dignidad, que ha decidido desarraigarse de donde vive para llamar hogar a otra tierra. Los ojos son los de un hombre, de un obispo, Juan Scalabrini, que desde hace una década, desde el 13 de febrero de 1876, dirige la diócesis de Piacenza - es originario de la provincia de Como, donde nació el 8 de julio de 1839.
Monseñor Scalabrini fue un obispo "jovencito", elegido cuando no tenía ni 37 años, después de haber hecho hablar de él por su fibra de fe de joven sacerdote más allá de lo común. Pasará a la historia de la Iglesia con el nombre, entre otros muchos, de "apóstol del catecismo" -como le llamó Pío IX- y ello por haber dado gran importancia a la educación cristiana de base, lo que le llevó a fundar la primera revista de catequesis en Italia.
Padre de los migrantes
Las obras que nacen de su iniciativa pastoral son muchas, pero son los migrantes los que le conmueven. Aquella escena en la estación, las condiciones de los pobres que salían con un sueño en el baúl y poco más, nunca la olvidó. En 1887 fundó los Misioneros de San Carlos para la asistencia a los emigrantes y en 1901 él mismo se embarcó en Génova para unirse a los emigrantes italianos en Estados Unidos. También se fundó la rama femenina de las Misioneras de San Carlos (1895) y el propio monseñor Scalabrini fue uno de los pioneros en el estudio del fenómeno migratorio en la Iglesia. También está su mano en una de las primeras leyes italianas sobre el tema, promulgada en 1901.
A los diez primeros misioneros que partieron hacia América, en julio de 1888, les dijo: El campo abierto a vuestro celo no tiene fronteras. Hay que levantar templos, abrir escuelas, construir hospitales, fundar jardines de infancia. Ahí están, por fin, las miserias sobre las que hacer descender las benéficas influencias de la caridad cristiana.
Cuando Juan Scalabrini murió, el 1 de junio de 1905, solemnidad de la Ascensión, su testimonio era ya indeleble. Fue Juan Pablo II quien lo proclamó beato en 1997.
Una laica española será beatificada
Pronto será beatificada María de la Concepción Barrecheguren y García (1905-1927), laica española que murió de tuberculosis a los 22 años sin poder vestir el hábito religioso como deseaba, y a cuya intercesión se ha atribuido el milagro de la curación de una niña española de 2 años en 2014.
A muy temprana edad sintió la llamada a la vida religiosa, deseando convertirse en carmelita, pero no pudo debido a la enfermedad y murió en Granada el 13 de mayo de 1927, a la edad de 22 años. Pese a ello, fue tiempo más que suficiente, para hacerse y construirse como mujer - como mujer cristiana -, y para desarrollar sus cualidades. Supo utilizar su tiempo y vivirlo intensamente.
A la dureza de la enfermedad, se añade la dificultad del tratamiento. La tuberculosis era poco conocida para la medicina de entonces. El desarrollo de la enfermedad de Conchita, y de los sufrimientos que la acompañan, provocaban la admiración de quienes la conocieron.
Un asombro que surge no tanto de contemplar el dolor mismo, sino del modo en que Conchita, sabe sacar fuerzas de flaqueza, para hacerle frente. Ahí se hizo constatable la maravilla de su calidad humana y de la seguridad de su fe. La fe de Conchita supo descubrir que los planes de Dios no eran los suyos, que tenía que aceptar que su vida, y su modo de seguir a Jesucristo y de estar en la Iglesia, era el laical. Un estado no inferior al religioso o clerical. Al contrario, el estado común de los bautizados y el mismo que vivió el Señor Jesús.
Los nuevos venerables
Son siete, cinco hombres y dos mujeres, los nuevos venerables, entre los que se encuentra una laica polaca, Janina Woynarowska (1923-1979), enfermera que se distinguió por sus cualidades en la asistencia a diversos tipos de enfermedades -ella misma sufría una grave deficiencia física- y sostenida por una sólida fe que la llevó a consagrarse en un instituto secular de la mano del entonces arzobispo Karol Wojtyla.
Los otros venerables son el arzobispo filipino Teófilo Bastida Camomot (1914-1988), fundador de la Congregación de las Hijas de Santa Teresa, el obispo italiano Luigi Sodo (1811-1895), el sacerdote español José Torres Padilla (1811-1878), cofundador de la Congregación de las Hermanas de la Compañía de la Cruz, el sacerdote italiano Giampietro di Sesto San Giovanni (nacido Clemente Recalcati) profeso de los Frailes Menores Capuchinos (1868-1913), fundador de la Congregación de las Hermanas Misioneras Capuchinas de San Francisco de Asís en Brasilia, el sacerdote italiano Alfredo Morganti (llamado Berta), profeso de la Orden de los Frailes Menores (1886-1969), la religiosa mexicana Mariana de la Santísima Trinidad (nacida: Mariana Allsopp González-Manrique, 1854-1933), cofundadora de la Congregación de las Hermanas de la Santísima Trinidad.
El reconocimiento de las 'virtudes heroicas' del gomero Torres Padilla, un primer paso hacia la santidad
Francisco ha aprobado el decreto que reconoce esas virtudes durante una audiencia celebrada este sábado con el cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
Torres Padilla se crió en el seno de una familia muy religiosa, estudió en las Universidades de La Laguna y Valencia, y en 1834 llegó a Sevilla para ofrecer su primera misa dos años después.
Fue catedrático del Seminario de Sevilla, consultor del Concilio Vaticano I y canónigo de la Catedral. Desde 1883 sus restos descansan en la cripta de la Casa Madre de las Hermanas de la Cruz, frente a la sepultura donde estuvieron enterradas Santa Ángela y Santa María de la Purísima hasta que fueron beatificadas.
En la Iglesia Católica, para ser canonizado es necesario superar varias etapas: la primera de ellas es el reconocimiento por parte del pontífice de sus virtudes heroicas, con el que el difunto pasa a ser considerado “Venerable Siervo de Dios”.
Después, el venerable puede ser beatificado, cuando se certifique que se ha producido un milagro debido a su intercesión, y canonizado (declarado santo), cuando se haya producido un segundo milagro, que tiene que ocurrir después de ser proclamado beato.