Vedrunas de Manresa, artesanas de vida y de amor Maria Trullols y Joaquima Surrallés, in memoriam
El domingo pasado nos dejaron las hermanas vedrunas de Manresa, Maria Trullols y Joaquima Surrallés
Los que las conocíamos podíamos descubrir en Maria y en Joaquima, una ternura que nos admira, una nobleza de vida que nos anima y una tenacidad en hacer el bien las cosas que nos ayuda a crecer humanamente
Ojalá sepamos descubrir la obra que el Señor ha hecho en ellas dos. Ojalá que la esperanza que guió a estas dos religiosas y que hizo fuerte su vocación, nos anime a ser testigos del Reino
Ojalá sepamos descubrir la obra que el Señor ha hecho en ellas dos. Ojalá que la esperanza que guió a estas dos religiosas y que hizo fuerte su vocación, nos anime a ser testigos del Reino
El domingo pasado nos dejaron las hermanas vedrunas de Manresa, Maria Trullols y Joaquima Surrallés. La hermana Maria ha sido durante estos últimos años la coordinadora de la comunidad Vedruna de Manresa, una mujer fuerte, admirable y sensible, alegre y solícita hacia sus hermanas de comunidad. Y la hermana Joaquima, que celebró 75 años de vida religiosa hace un mes, era una mujer discreta y llena de bondad. Las dos, Maria, nacida en l’Espluga de Francolí y Joaquima, en Terrassa, habían dedicado toda su vida a la docencia, pasión que vivían con amor.
La congregación de les Carmelitas de la Caridad fue fundada por Santa Joaquina de Vedruna y estas religiosas están presentes en Manresa desde el 1854, sobre todo en el campo de la enseñanza, pero también en la sanidad y en la acción social, además de la pastoral en las parroquias.
Estas dos religiosas se admiraban ante la acción que Dios hacía en ellas y en los demás. Por eso los que las conocíamos podíamos descubrir en Maria y en Joaquima, una ternura que nos admira, una nobleza de vida que nos anima y una tenacidad en hacer el bien las cosas que nos ayuda a crecer humanamente.
Las vedrunas de Manresa, Maria y Joaquima que nos han dejado, pero también la hermana Adelaida, durante muchos años en China, la hermana Pilar, en Bolivia o las hermanas Montserrat, Lurdes y las demás hermanas de esta comunidad tan querida, nos son, en medio de su fragilidad, faros que iluminan nuestra noche, ya que con su oración y su silencio amoroso, son para nosotros artesanas de esperanza y de fraternidad.
Las hermanas Maria y Joaquima, con las otras hermanas vedrunas de Manresa, nos son testigos de la belleza de las cosas pequeñas, que nos hablan de la alegría del Evangelio. La mirada de estas mujeres consagradas, limpia y transparente, nos muestra también (y además con sus vidas) que la bondad es más fuerte que la maldad y que la fidelidad a la vocación recibida solo puede ser fruto de la experiencia de Dios. La oración de las hermanas Maria y Joaquima (y de las otras vedrunas de Manresa), nos muestra que el corazón (como decía Pascal), tiene razones que la razón desconoce. La vida de las hermanas Maria y Joaquima nos demuestran que el amor es el único camino para llegar a Dios y a los hermanos. Porqué solo amando con ternura, como lo han hecho estas dos religiosas a lo largo de sus vidas, podemos sembrar esperanza y fraternidad.
Estas dos consagradas sabían (y lo vivieron así toda la vida) que la sonrisa es el bálsamo que cura las heridas del corazón. Porque la sonrisa no es enseñar los dientes, sino mostrar la generosidad del corazón.
La última vez que acompañé en un retiro a esta comunidad tan querida, fue el pasado 22 de enero. Recuerdo que les hice una reflexión sobre unas palabras de San Pablo: “La esperanza no engaña, porque el amor de Dios ha estado derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rm 5:5). También les comenté unas palabras de Teiichi Sato, superviviente del tsunami que destruyó la costa de Japón en 2011. Sato decía después de este drama: “Hemos de acoger la semilla de la esperanza en nuestros corazones porqué se mantengan fuertes, porque es lo único que importa”. Y después de aquella tragedia, añadía aun: “Solo quedaba lo que no se ve: el amor, la esperanza”. Y es que la esperanza nos empuja a abrir nuevos caminos y a esperar siempre en los demás, como han hecho a lo largo de sus vidas las hermanas Maria y Joaquima. Solo la esperanza nos hace abrir nuestros corazones y nuestros brazos a Dios, que se acerca a nosotros a través de los hermanos.
La amabilidad en el trato de estas dos religiosas, en un mundo lleno de tensiones y de discordias, su silencio fecundo y sus carcajadas sinceras (con un buen humor que es siempre fuente de salud), en medio de tantos ruidos vacios de significado, nos interpelan y nos desvelan. Y sobre todo, la oración de estas dos hermanas, ha hecho que se dejasen modelar por el Señor, como la arcilla en manos de Dios, el gran alfarero. La vida sencilla y generosa de las hermanas Maria y Joaquima, nos hace descubrir la obra maravillosa que Jesús ha hecho en ellas a lo largo de sus vidas. Y de todo ello son testigos sus hermanas de comunidad, las profesoras de la escuela, a la cual dedicaron sus vidas y todos los que las conocíamos, ya que hemos descubierto en ellas, unos testigos claros y diáfanos de fidelidad y de generosidad.
Maria, coordinadora de la comunidad Vedruna de Manresa, nació el 3 de marzo de 1944 y era sicopedagoga. Se dio del todo, con generosidad, a sus hermanas que servía con solicitud y dinamizó la comunidad de las vedrunas de Manresa, preparando reuniones de formación, la liturgia y los viajes de las religiosas a Montserrat un día al año. También introdujo unas mejoras asistenciales de enfermería en la comunidad, para cuidar mejor a las religiosas, todas ellas ancianas y con una salud muy precaria. Igualmente pidió a los monjes de Montserrat y al obispo de Vic (que tanto querían) que fuésemos a Manresa a hacer retiros a las vedrunas, para compartir con ellas la oración y la reflexión. Aun pude hablar con ella el día de mi santo, aunque ya noté que, a pesar de sus esfuerzos, respiraba con dificultad y tosía mucho.
Hace unos años la hermana Maria sufrió un cáncer, que superó con una actitud admirable, con confianza en Dios y en los médicos que la atendían. La hermana Maria venía, siempre que podía, a Montserrat, para “cargar las pilas”, como decía ella. Y la comunidad de las vedrunas, siempre que hacía falta, acogía a los monjes que bajábamos a Manresa, por si queríamos quedarnos a almorzar con ellas, si acabábamos tarde de las visitas en el hospital. Yo mismo, el pasado 13 de febrero, como acabé tarde de una visita del médico, me acogieron al mediodía, compartiendo el almuerzo con ellas. Los monjes de Montserrat somos testigos de la fe y de la esperanza de la hermana Maria, a pesar de que tuvo una infancia muy dura, ya que su madre murió cuando la pequeña Maria tenía un año. Además sus dos hermanos y ella misma quedaron separados ya que fueron criados por diversos familiares.
A lo largo de sus vidas, las hermanas Maria y Joaquima se dejaron amar y ellas mismas amaron mucho a Dios, a las hermanas de comunidad y a todos aquellos ellas sirvieron, de una manera especial en la docencia.
Ojalá sepamos descubrir la obra que el Señor ha hecho en ellas dos. Ojalá que la esperanza que guió a estas dos religiosas y que hizo fuerte su vocación, nos anime a ser testigos del Reino.
Las hermanas Maria y Joaquima, que ya han llegado a la Pascua, a su encuentro gozoso con Dios, han sido artesanas de vida, de humanidad, de simplicidad evangélica y de amor.
Las hermanas Maria y Joaquima ya pueden cantar con plenitud el salmo 72: “Para mí es agradable estar cerca de Dios, de buscar en el Señor mi refugio, de contar tus gestas”.
Etiquetas