El arzobispo emérito de Tánger, en la Tribuna Carrera sobre 'la migración a la luz de la fe' Santiago Agrelo: "Las mafias no las crean los migrantes, sino los gobiernos con sus políticas migratorias"

Santiago Agrelo
Santiago Agrelo

Desde que el papa Francisco aceptó su renuncia como arzobispo de Tánger en 2019, Santiago Agrelo vive como un fraile más en la comunidad franciscana de Santiago de Compostela

Durante más de doce años que vivió en la diócesis tangerina, su denuncia de la situación de los migrantes en la frontera sur de Europa le convirtió en una voz incómoda para las autoridades

De aquella experiencia habló este martes 18 de junio en Barcelona como invitado en la octava edición de la Tribuna Joan Carrera, donde hizo una reflexión sobre "la realidad migratoria a la luz de la fe" y recordó que "una Europa que pone el cartel de prohibido a los migrantes es contraria a sus raíces cristianas"

"Espero el cambio desde la sociedad antes que desde la política", afirmó

(FLAMA).- Desde que el papa Francisco aceptó su renuncia como arzobispo de Tánger en 2019, Santiago Agrelo  (Rianxo, A Coruña, 1942) vive como un fraile más en la comunidad franciscana de Santiago de Compostela. Esta quietud de la vida conventual contrasta con el período de más de doce años que vivió en la diócesis tangerina, donde su denuncia de la situación de los migrantes en la frontera sur de Europa le convirtió en una voz incómoda para las autoridades. Precisamente de aquella experiencia habló este martes 18 de junio en Barcelona como invitado en la octava edición de la Tribuna Joan Carrera , donde hizo una reflexión sobre “la realidad migratoria a la luz de la fe” y recordó que “una Europa que pone el cartel de prohibido a los migrantes es contraria a sus raíces cristianas”.

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-Hasta el final de su mandato como arzobispo de Tánger, fue usted una esperanza y un consuelo para los miles de migrantes que llegaban al territorio diocesano, a los que llegó a acoger incluso en la catedral. ¿Cómo recuerda esos días?

-En el último año que estuve allí hubo migrantes acampados en el atrio de la catedral, efectivamente, pero al final aquello se convirtió en un problema. Eran momentos difíciles para los migrantes, nosotros como Iglesia les dábamos seguridad, puesto que allí la policía no podía entrar, pero desde el punto de vista higiénico no era bueno. Además, constatamos que dentro del grupo se había entrado la mafia para organizar los viajes a través del estrecho de Gibraltar hacia la península, y eso para nosotros era inaceptable como Iglesia, aunque no podíamos evitarlo porque no sabíamos quiénes eran los mafiosos.

-Usted presentó su renuncia al Papa al cumplir 75 años, pero al final su salida de Tánger se precipitó. ¿Cómo fue?

-Un día recibí una llamada de la nunciatura para decirme que el gobierno de Marruecos estaba molesto por unas declaraciones mías sobre política migratoria y que a partir de ese momento debía abstenerme de emitir opiniones. Fue una orden que en ese país podía entenderse, porque allí los cristianos somos invitados, pero me parecía que no era coherente conmigo mismo callar ante una situación que debía ser denunciada, no desde el punto de vista de la política de Marruecos, sino de la situación de personas migrantes que estaban sufriendo. Entonces dije a la nunciatura que si debía callar, entonces debían sacarme de allí. Y lo hicieron en cuestión de dos meses.

-En la conferencia ha explicado que, antes de su experiencia en la diócesis de Tánger, veía el tema de la inmigración con los prejuicios que podía tener cualquier otro ciudadano. ¿Qué le hizo cambiar, una vez que se instaló allí?

-Lo que me cambió fue el encuentro con todas aquellas personas y tomar conciencia de lo que realmente estaban viviendo. Si yo antes había defendido que estas personas no tenían derecho a saltar la valla, una vez que vi las condiciones en las que vivían, la precariedad de sus vidas, entendí que no les quedaba otro remedio que buscar una salida a esa situación. Viviendo cómo vivían allí y viniendo de dónde venían, era normal que quisieran salir hacia la frontera y buscarse la vida. Nadie tiene derecho a impedir que una persona haga algo así.

-¿Recuerda alguna situación particularmente dolorosa, de las muchas que vivió junto a los migrantes?

-Un día me llamaron desde el despacho de Cáritas para pedirme que bajara de inmediato. Tenían allí, sentado en el suelo, en posición fetal, a un joven negro. Ninguna de las personas que había en el despacho —eran casi todas mujeres— era capaz de quitarle una palabra a aquel chico: estaba aterrado, totalmente acurrucado, como un feto que se negaba a nacer. Yo tampoco fui capaz de conseguirle hablar, sólo lo hizo cuando vino una persona que hablaba su lengua materna. ¿Qué había vivido ese chico? Nunca lo supe. Pero su estado en ese momento daba idea del terror, la angustia que puede asaltarlos en tantas etapas de ese maldito camino.

-Desde la diócesis, ¿se hacían distinciones entre subsaharianos y magrebíes?

-Allí, la Iglesia diocesana tiene una presencia en red, en forma de escuelas de formación profesional, de alfabetización, para capacitación de la mujer en la sociedad… Es una organización orientada al servicio de la población marroquí. Y, por otra parte, está Cáritas, que cuando aún no había migrantes subsaharianos se ocupaba únicamente de atender a la población marroquí más pobre. Cuando yo llegué a la diócesis, Cáritas ya atendía a marroquíes y subsaharianos. La fuerte presencia de este segundo grupo creó un conflicto no de competencias entre ellos: los marroquíes consideraban que los subsaharianos les sacaban de algún modo lo que les pertenecía. Entonces consideramos que era necesario dividir en dos el servicio y atender a los grupos por separado, no sólo para evitar conflictos innecesarios sino para poder ofrecer un mejor servicio a todo el mundo estableciendo de la forma más adecuada posible nuestros recursos, que eran pocos.

-Aquí cuando se habla de inmigrantes se hace énfasis en que son "ilegales", "irregulares", que llegan masivamente. ¿Qué implica utilizar esta terminología?

-La percepción social de las personas migrantes cambiaría si se las tratara como lo que en realidad son: es decir, personas pobres que necesitan ayuda. La palabra "irregular" o "ilegal" lleva una carga negativa que busca que estas personas sean percibidas como una amenaza. Y no es así, los hambrientos no son delincuentes.

-Si, como se ha dicho, Europa necesita a la población inmigrante para salvar su déficit estructural de mano de obra, ¿por qué cree que se da ese otro discurso de rechazo a la inmigración?

-Esto no tiene ninguna explicación racional, creo que es una percepción emocional vulgarizada no sé por qué extraño poder. Es como si hubiera en la sombra una mano que inocula en la conciencia este tipo de miedo al migrante, un miedo que está en las escuelas, en las oficinas e incluso en la calle, ya que incluso los mendigos creen que los inmigrantes vienen a sacarles lo suyo. No sé cómo se crea esta conciencia, pero sé que es necesario crear otra, y habría que empezar por un cambio en el lenguaje, que sea más objetivo.

Cada año, en mi conferencia episcopal en el norte de África, me tocaba "pelear" con los hermanos obispos porque cuando se tocaba el problema de la inmigración, siempre se asociaba el tema con la presencia de las mafias. Siempre me opuse con todas mis fuerzas a vincular la migración con las mafias, puesto que las mafias las crean los gobiernos con sus políticas migratorias, no los inmigrantes. Por tanto, el lenguaje es la primera batalla que hay que ganar, pero esto no se hace sin medios de comunicación independientes.

-Hablando de medios, usted siempre se ha mostrado crítico con la Conferencia Episcopal Española por su discurso contrario a la inmigración.

-He protestado muchas veces por eso. Recuerdo que en una vez lamenté públicamente que en una tertulia de la COPE o 13TV —no recuerdo exactamente en cuál de los dos medios fue— se cargara contra la inmigración asociándola con el terrorismo de ámbito islámico. Y me respondió el entonces secretario general de la CEE diciéndome que como yo estaba en Marruecos, desconocía el significado de la libertad de expresión. Respondí diciendo que no era una cuestión de libertad de expresión sino de lo que se daba a entender a la audiencia de estos medios con posicionamientos así. No se trataba sólo de que el periodista expresara libremente su opinión sino de la Iglesia, que le pagaba para que lo hiciera. Los medios de la Iglesia están demasiado politizados, y me da igual que sean de derechas, como lo son ahora, que de izquierdas, como creo que nunca fueron. La Iglesia no puede estar implicada en la lucha de los partidos políticos, debe estar por encima, orientada al servicio de la ciudadanía y, sobre todo, de los pobres.

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-Qué se puede hacer para mejorar la vida de las personas inmigrantes que lo pasa mal y que, sin embargo, las pasamos de largo cuando nos las encontramos en la calle.

-Comprendo las dificultades en este sentido. Yo mismo, cuando me encuentro con un inmigrante en la calle no tengo nada que decirle. Ya me gustaría que se dirigiera a mí para hablar o que yo pudiera dirigirme a él, pero a menudo también pasan sin mirarte, lo que también denota una cierta actitud defensiva. Es difícil saber qué puedo hacer, pero si mi forma de mirarlos y pensar en ellos es acogedora, esto acabará dando frutos en forma de integración, porque las personas no pueden integrarse en una sociedad que sienten que los rechaza . Es necesario un cambio de mentalidad que sólo se podrá hacer educando: a través de la familia, la escuela, la Iglesia, las homilías.

-Usted ha manifestado que tiene nula confianza en la política. Pero si no está en la política, ¿en qué debe confiarse?

-Espero el cambio desde la sociedad antes que desde la política. La política irá detrás de la sociedad porque los políticos para obtener votos deben asumir las demandas de la ciudadanía. Cambiar corazón a corazón, conciencia a conciencia, se trabaja.

-Parece que la cosa ahora mismo va al revés, puesto que entre las promesas de partidos como Vox en las elecciones europeas había una que precisamente proponía reforzar las fronteras. ¿Qué opina de la buena acogida de esos discursos por parte de la sociedad?

-Estos discursos son escuchados porque Vox dice en voz alta lo que otros no se atreven a decir, pero que piensan exactamente igual. Una vez vino a Tánger Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior del gobierno español, cuando en la playa del Tarajal, en Ceuta, murieron ahogados un grupo de migrantes a los que miembros de la Guardia Civil dispararon con balones de goma. Pues resulta que el ministro se fue a la misa dominical en la catedral y encima hizo la colecta entre los fieles. Di gracias a Dios porque ese día yo no estaba. Si llego a estar ahí, no sé qué habría pasado: aquel hombre tenía las manos manchadas por la actuación en la frontera de las fuerzas de seguridad del Estado y no pintaba nada allí. Otro día yo iba escuchando la radio en coche y sentí que el propio ministro iba a rendir homenaje a Cristo de Medinaceli. Y pensé: “Este hombre está llenando de Cristos la frontera y va a honrar a un cristo de madera”.

"Este hombre está llenando de Cristos la frontera y va a honrar a un cristo de madera"

Jorge Fernández Díaz
Jorge Fernández Díaz

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